miércoles, 22 de abril de 2009

EL CLUB PARASICOLOGICO

Saludos.

Durante unos cuantos años, de los muchos que pasé viviendo fuera de Sevilla, me sentí invadido de la pasión que se desató en España por los fenómenos paranormales.

Fueron tiempos de ovnis, telequinesias, psicofonías, ectoplasmas y ouija. Años de radio con Antonio José Alés y sus intrigantes "Alerta Ovni", de lecturas Isaac Asimov y Arthur C. Clarke, cuando hacían divulgación científica, y de Erich Von Däniken y Lobsang Rampa.

Nos juntamos unos cuantos amigos, todos devotos de lo esotérico y decidimos crear nuestro Club Parasicológico.

Tuvimos la inmensa suerte de llegar a ésa actividad cuando ya éramos adultos y realizar nuestras investigaciones con el distanciamiento suficiente, con carácter "deportivo" y como un divertimento. Mera curiosidad que impidió que algunas de nuestras experiencias nos provocaran trastornos posteriores.

Conozco algún caso de personas, demasiado jóvenes, que siguen arrastrando traumas fruto de hipnosis o viajes astrales mal planteados y peor superados.

Pero nosotros solo éramos curiosos. Y era la moda. Y quisimos hablar con los marcianos y poseer el "tercer ojo".

Llegamos a conocer a Manuel Osuna, "Honest Man", el pionero de la ufología en España y gran maestro para todos los que un día decidimos surcar los cielos nocturnos en busca de intligencias superiores. Y el maestro nos dijo: "podréis investigar un día, un mes, diez años o toda la vida, como yo, que nunca pasaréis de rozar lo oculto con la punta de los dedos". Y así fué.

Pero volvamos a aquel pueblo donde unos amigos quisimos desvelar los secretos del cosmos.

Como grupo versátil, decidimos no limitarnos a una sola actividad y organizamos veladas de ouija, grabaciones de psicofonías, noches de avistamientos, fotografía en infrarrojo -porque los "iniciados" sabíamos que es la única película sensible a presencias extrañas- y charlas, larguísimas charlas para desentrañar los orígenes del universo, el sentido de la vida, los porqués del hombre, los dioses...

Tamaño despropósito, seguramente, solo consiguió enturbiar aún más nuestras mentes y producir lo que somos ahora.

O todo lo contrario.

Con la ouija llegamos a tener un dominio cierto y sometíamos al tablero a las más diversas, intrincadas y profundas preguntas que imaginarse pueda. Las respuestas, generalmente, nos dejaban confundidos -porque eran ininteligibles o no sabíamos interpretarlas-. A veces, por el contrario, intentábamos hacerle "trampas" formulándole preguntas de una obviedad insultante y jamás, jamás, logramos que fallara.

Un día le dimos una sesión de ovnis y tras más de media hora de torturas al vasito, nos "informó" que haríamos un avistamiento a un día y hora determinados. Dijo que veríamos una formación de nueve naves, en ala delta, dirección norte-sur.

Excitados, esperamos el momento y nos desplazamos a una zona alejada de la población, donde las luces no interfirieran la visión del cielo nocturno. Apenas quince minutos antes de la hora convenida, el cielo se cubrió de nubes y no se alejaron hasta pasada media hora del tiempo de la cita.

Hubo quien quiso partir el tablero. Otro se emborrachó allí mismo y todos, al unísino, nos cagamos en una larga seria de cosas durante mucho rato, a berrido limpio. Todas de muchísimo respeto.

Pero no siempre fracasamos. Antonio José Alés, a quien tuvimos el gusto de conocer y tratar en muchas ocasiones -veraneaba en la aldea de El Rocio-, organizó una "Alerta Ovni" cuyo centro de operaciones se fijó allí. Aunque no se notificaron avistamientos espectaculares, sí que pudimos observar una luz anaranjada, redonda como una pelota de tenis, que se desplazó en todo el arco nocturno, a baja altura y gran velocidad y sin sonido alguno.

Hay una medida para determinar el tamaño de los ovnis cuando se ven en los cielos: si estiras el brazo y levantas el pulgar, la uña será la referencia para comparar. Así, podremos decir que vimos un ovni que "medía" media uña. Luego, por trigonometría, se puede llegar a saber, con aproximación, el tamaño de lo observado.

La pelota anaranjada de aquella noche, "medía" casi una uña entera, lo que significaba que "aquello" era muy grande.

Una noche de avistamientos, nos instalamos en un paraje que los lugareños llaman "La Boca del Lobo". Es un sitio recóndito y como su nombre sugiere, oscuro. De una oscuridad intensa y obsesiva. Ideal para detectar luces no convencionales.

Íbamos cargados de los pertinentes prismáticos y cámara fotográficas cargadas con película infrarroja, unos bocadillos y agua. Estuvimos por allí unas horas mirando, observando y anotando todo lo que quiso dejarse ver. Y aunque no hubo eventos llamativos, ocurrió algo insólito: Cuando decidimos marcharnos, aún quedaban dos o tres fotos en mi cámara y decidí dispararlas para terminar el rollo. Enfoqué hacia los árboles en la distancia y disparé; luego hacia un descampado y la última, hacia las bolsas de los equipos que teníamos en el suelo.

Al revelarlar ése rollo, en ésa última foto, aparece una cara de facciones regulares y lo que parece una barba. Está algo difusa y no se aprecian con detalles los rasgos, pero sí puede notarse que tiene unos pabellones auriculares notables, cejas espesas y rostro fino y alargado.

En ésa época, ninguno del grupo usaba barba.

Otra noche, en mi casa, hicimos la enésima sesión de psicofonía. Tenía una azotea pequeña, dos plantas más arriba de donde vivía y aislada con las suficientes garantías como para grabar allí sin intereferencias.

Tomamos una grabadora, una cinta de 90 minutos nueva, virgen, el micrófono con más de dos metros de cable -es necesario no grabar cerca de la cassette porque el motor puede producir errorres y ruidos- y tras consignar la introducción pertinente -día, hora, lugar y número de psicofonía-, depositamos el micrófono en un cojín y dejamos que trabajara sola.

Pasado el tiempo, subimos a recoger el equipo. Rebobinamos, nos colocamos los auriculares, subimos el volúmen al máximo y le dimos al "play". Pasaron los minutos y nada extraño ocurría. Pero cuando llevábamos alrededor de ochenta minutos, comenzamos a escuchar un golpeteo rítmico que iba creciendo y creciendo hasta que lo identíficamos, fácilmente, con un corazón. Pero se habían grabado los cuatro golpes reales -sístole y diástole- y a tal volúmen que hubimos de regular la escucha.

Pasados unos minutos, fue decreciendo hasta desaparecer.

Aquello nos "mosqueó" un tanto y enseguida pensamos en que alguien se había subido allí, se había colocado en micro en el pecho y nos estaba gastando una broma.

Sin embargo y para mayor seguridad, intentamos grabarnos nuestros corazones... sin el menor éxito. Un micro de cassette no grabar un corazón desde fuera, desde el pecho. Y ni en sueños, los cuatro golpes.

La cinta se difundió a nivel nacional desde el programa de Antonio José Alés.

Un miembro del grupo era Félix, un amigo especialmente inquieto, impulsivo y fantasioso. Con frecuencia debíamos frenarle sus "ideas" de investigación porque proponía cosas imposibles. Una noche en que volvía con su novia desde la capital de la provincia, divisaron unas luces extrañas enmedio del campo.

Félix frenó de golpe, dejó el coche con la novia dentro en la carretera y se lanzó en carrera a "conocer" -comentó más tarde- a los extraterrestres. Uno minutos después, estuvo a punto se ser arrollado por una cosechadora que hacía horas extraordinarias.

Tuvimos momentos muy enriquecedores en nuestro Club Parasicológico, grandes fracasos, algunos aciertos y sobre todo, muchísimas charlas con gente animosa y curiosa. Amigos con los que, a veces, conseguimos explicaciones filosóficas rocambolescas y jamás logramos estrecharle la mano a un señor verde y decirle:
"bienvenido a la Tierra".

Cuidaros.

2 comentarios:

EL PAPI MAGASE dijo...

HERMANO TACITA A TACITA ERES UNA CAJA DE SORPRESAS,sigues sorprendiendome,la verdad es que si algo has hecho en esta vida ha sido curiosear y no perder el tiempo en que te lo cuenten,has ido a buscar tú mismo las respuestas ¿has encontrado muchas? desde luego las experiencias ya no te las quita nadie.

A.Ramírez dijo...

Anda que no he pasado yo miedo y calor escuchando a Antonio José Alés.
Recuerdo las calurosas madrugadas de agosto, cuando no había aires acondiconados, en la oscuridad de mi cuarto con la ventama abierta para que entrase un soplo de fresco, y ese transistor de pilas de 1.5 vol largando fantasmagóricas historias de ovnis y espiritus del otro mundo, y yo tapado con la sábana hasta la cejas del miedo que me daba...pero qué me gustaba.