miércoles, 30 de octubre de 2019

TRES PUNTOS



Saludos.

El próximo 10 de noviembre (día electoral y que según ocurra en sentido amplio, puede llegar a ser erectoral para una parte o partes) deberemos jugar un partido que si la “autoridad” no lo impide, será el enésimo capítulo en más de un siglo de choques macerados en vínculos intensos y especiales: el otrora llamado derbi de Sevilla.

Éste asalto toca en Heliópolis. Episodio 1 de 2, por ahora.

Sabemos de lo que hablamos los que habitamos en las dos orillas del fútbol hispalense porque hemos nacido imbuidos en la competencia directa, en la lucha fratricida, en la rivalidad, en el derecho ganado (o no) a proclamarnos mejores… y a veces también en la burla. Sin contar otras gozaderas locales, nacionales e internacionales de cuantía superior, probablemente no tengamos, ambas aficiones, mejores motivos para sentirnos tan orgullosos de nuestros colores que venciendo al vecino y si es posible, humillarlo en el marcador. Tampoco importa que desde hace ya mucho tiempo juguemos ligas distintas y que el vecino haya dejado de ser objetivo prioritario desde entonces para uno de ellos. El otro sigue anclado en su maraña interior.

Como tampoco importa mucho que la Historia, las vitrinas y las estadísticas sean tozudas porque cada partido es único entre sus iguales. Dos (a veces cuatro) ocasiones al año de explosión emocional incontenida.

Sin embargo, lo que se pone en juego son solo tres puntos que son, también, los mismos que se disputan contra todos los demás equipos de la Liga. Durante noventa minutos largos (hasta el silbido final todo el tiempo es “reglamentario”, digan lo que digan los indocumentados que viven de esto) lucharemos por ésa recompensa y que en función del resultado, casi puede pasar como una anécdota: se hablará más de ésa humillación perpetrada en redes, círculos, bares, trabajos y familias.

Los medios propios y ajenos vivirán de la noticia unos cuantos días, antes y después, con la probada ecuanimidad, corrección, objetividad e imparcialidad que les caracteriza y siempre preñados y sazonados, precuela y secuela, de lugares comunes; de comentaristas ocasionales “escogidos” a pie de campo entre los más burdos y chabacanos, entre los que suelen aportar más banalidad y vergüenza ajena porque “venden”, aquende y allende, una imagen tópica que no nos cansamos de alimentar nosotros mismos y con la inestimable ayuda importada de los buscadores de escarnio.

Pues a pesar de que la recompensa sea la misma, el componente anímico de estos encuentros no nos deja impasibles porque es imposible (casi cacofonía). Debe haber pocos hogares sevillanos en los que no convivan miembros adictos a una u otra droga pelotera; que raro será quien no tenga cerca algún elemento discordante (con mayor o menor grado de tolerancia y afectividad) y que llegado el día después, no apabulle al otro de mil y una maneras; que en acabando el derbi, no nos lancemos con fruición a practicar la mortificación ajena (hay quien y en dependiendo de donde sople el viento, lo llama “guasa”) y que serán días de piel sensible, a veces elevada a una cuestión de honor, con la ferviente esperanza de que la feria sea en su barrio la próxima comparecencia.

Soy sevillano y sevillista y tengo un conocimiento amplio de la Historia de ambos clubes. Desde los inicios mismos de la lucha cainita local, los aficionados se polarizaron con pasión en favor de sus colores y con el dualismo vehemente que nos caracteriza. Hubo, incluso, algunos episodios delirantes (sangre de por medio) que prefiero no recordar. Con los años, esa pasión se fue incrementando, radicalizando y tomando un carácter excluyente (no podría ser de otra forma porque nos configuramos por oposición: somos de y anti invariablemente) de grandes proporciones y a veces, proporciones extremas. Tan es así que no todos podemos decir que tengamos un amigo/a de los “otros” con los que analizar, sin pasión y civilizadamente, lo acontecido el día antes; de felicitar al vencedor y aceptar que quizás fueron mejores porque… a la fuerza ahorcan (que dice el refranero popular).

Es tal que, probablemente, sea el derbi más intenso que se juega en el fútbol mundial (sin ánimo de desmerecer a esos otros que todos conocemos).

Tres puntos que en nuestro derbi alcanzan una dimensión especial y distinta porque salvo contadas excepciones (estoy por pensar que una vez superada la infancia, pocos habrán abandonado su fe primigenia) nacemos ya con la impronta genética que nos define y nos enfrenta. En esos colores (uno primario y otro mezcla) que portaremos orgullosos en nuestros corazones hasta el último minuto, hasta el último instante. Hasta el último suspiro.

Es probablemente uno de los pocos delirios que nos acompañan toda la vida, que nace y muere con nosotros y que, si tenemos suerte, transmitiremos a hijos, sobrinos y nietos…

Tres puntos con sabor híper potenciado de ardor y fogosidad incomparables que traduces luego, dependiendo de cómo negocies tus hormonas, en mofa descarnada o en ésa media sonrisa que causa estragos: decirlo todo sin decir nada.

O el silencio y tu derecho a guardarlo.

Cuidaros.

viernes, 18 de octubre de 2019

MIS POSADERAS



Saludos.

Debo haber asistido a partidos del Sevilla FC, en mi ya larga vida, multitud de veces (sería incapaz de contarlas por aproximación y ni tan siquiera con un mas/menos generoso, descontando los años que estuve fuera y los que la pasta no alcanzaba) desde diferentes ángulos, desde distintas perspectivas. 

He sido testigo de días de gloria y otros de fracaso. He disfrutado y sufrido con MI Equipo, sudado, mojado y helado porque quien piense que los claroscuros quedan para la pintura o la literatura, debe haber visto poco fútbol; tal vez sean demasiado jóvenes y solo han vivido una época de plata, como ninguna antes en toda nuestra larga Historia, y se hayan habituado a ver ganar títulos al Sevilla. ¡Salud!

He querido, deseado y esperado todas las victorias porque jamás se me ocurriría ir allí a ver perder a mi Equipo. Es cierto, no obstante, que la edad matiza aquellos impulsos irrefrenables de la juventud que te hacen, dicen, más paciente y más tolerante. No es cierto. Las ansias de ganar siguen intactas aunque ahora las somatices de otra forma. Eso no tiene porqué ser bueno ni malo, solo es distinto porque tú también eres distinto aunque las esencias sigan siendo las mismas.

He visto, decía, partidos desde diferentes sitios dentro del Ramón Sánchez-Pizjuán (Estadio, por cierto, de los que mejor perspectiva del juego ofrece para los asistentes porque otros, en su gigantismo, resultan incluso desagradables). Los he visto desde los goles y desde los fondos; desde el norte, desde el sur, el este y el oeste; desde arriba y desde abajo, a ras de juego…

Nota: estaba allí cuando Paul Breitner nos coló un gol por fuera de la red y fui testigo directo y “privilegiado” del atropello.

… y como podemos deducir, he sentado mis posaderas (iba a escribir “reales” o “plebeyas” pero ambos adjetivos me resultan obscenos) en muchos asientos de nuestro Estadio. Sin embargo y desde hace ya un buen puñado de años, conservo el mismo lugar con una fidelidad innegociable: es un punto de observación magnífico porque es lo más cerca que se puede estar del césped desde las alturas.

Allí me aposento cada cita después de tres escaleras para arriba y una para abajo; un desplazamiento lateral (no exento de ciertas exigencias funambulistas) de apenas unos metros y a recuperar aliento… sentado. Enseguida me imbuyo del ambiente inigualable, observo, escucho y miro (suelo llegar con tiempo) y hago cálculos mentales que siempre fallan: “hoy parece que no llenamos”. Se llena, siempre se llena en ésos escasos minutos previos al Himno o cuando los gladiadores se salutan. Como por arte de magia, allí están todos los sevillistas. Ahora nos ves.

Aparecen mis vecinos y el “hola ¿cómo estás?” de rigor. Es zona tranquila, sin grandes “comentaristas” (me horroriza que le pongan subtítulos sonoros a lo que yo estoy viendo, entendiendo, juzgando en silencio y normalmente, con diferente criterio) gente educada y amable que, no obstante, explota con los goles de la misma forma y pasión que el resto… todos sabemos de lo que hablo porque todos explotamos igual.

Pues en no pocas ocasiones he pensado (de hecho es un pensamiento recurrente) que ése lugar que ocupo temporalmente (desembolso previo del estipendio correspondiente y desde el que algún día trasladaré mi abono más arriba, a otro puesto de nivel superior sin pasar por caja aunque dentro de una) y con independencia de que se haya cambiado mi receptáculo de las posaderas desde 1958, ha debido recibir el peso de numerosas partes carnosas de muchísimos sevillistas.

Se habrá reparado, recompuesto, arreglado y pintado muchas veces desde que el Estadio fuera bautizado con el nombre del admirado Presidente que nunca pudo verlo terminado.

Partes carnosas que al igual que entonces, ayer y siempre, hoy se siguen apretando un poco cuando los otros galopan con aviesas intenciones hacia nuestro baluarte; cuando advertimos que nuestra tropa no está bien dispuesta para contener la amenaza; cuando los misiles enemigos rozan nuestros palos o cuando nuestro cancerbero desface las pérfidas intenciones de la horda invasora en sus afanes de conquista.

Si no aciertan los virotes, las nalgas se relajan un tanto. Pero si el match no está saliendo como debería, la apretez permanece más tiempo de lo deseado.

Seguramente han sentado sus posaderas en mi sitio muchos sevillistas mayores, jóvenes, gordos, flacos, altos y bajos; seguramente habrá habido mujeres porque ¡oh maravilla! cada día ocupan más espacio en uno de los pocos lugares donde no existen diferencias de género porque aquí solo se habla en sevillista; seguramente los hubo guapos y feos, pudientes y menos, listos y no tanto… pero todas las posaderas aquí asentadas poseyeron un denominador común que lo hace único entre los otros 43.882 asientos iguales y únicos: el sevillismo que atesoran soportado sobre las partes carnosas.

Yo me siento heredero histórico de muchísimas nalgas, cuando planto las mías en mi sitio, porque allí instaladas habrá un día otras posaderas que vivirán la pasión como la vivo yo ahora.

Cuidaros.