Saludos.
Debo haber asistido a partidos del Sevilla FC, en mi ya
larga vida, multitud de veces (sería incapaz de contarlas por aproximación y ni
tan siquiera con un mas/menos generoso, descontando los años que estuve fuera y
los que la pasta no alcanzaba) desde diferentes ángulos, desde distintas
perspectivas.
He sido testigo de días de gloria y otros de fracaso. He
disfrutado y sufrido con MI Equipo, sudado, mojado y helado porque quien piense
que los claroscuros quedan para la pintura o la literatura, debe haber visto
poco fútbol; tal vez sean demasiado jóvenes y solo han vivido una época de
plata, como ninguna antes en toda nuestra larga Historia, y se hayan habituado
a ver ganar títulos al Sevilla. ¡Salud!
He querido, deseado y esperado todas las victorias porque
jamás se me ocurriría ir allí a ver perder a mi Equipo. Es cierto, no obstante,
que la edad matiza aquellos impulsos irrefrenables de la juventud que te hacen,
dicen, más paciente y más tolerante. No es cierto. Las ansias de ganar siguen
intactas aunque ahora las somatices de otra forma. Eso no tiene porqué ser
bueno ni malo, solo es distinto porque tú también eres distinto aunque las
esencias sigan siendo las mismas.
He visto, decía, partidos desde diferentes sitios dentro del
Ramón Sánchez-Pizjuán (Estadio, por cierto, de los que mejor perspectiva del
juego ofrece para los asistentes porque otros, en su gigantismo, resultan
incluso desagradables). Los he visto desde los goles y desde los fondos; desde
el norte, desde el sur, el este y el oeste; desde arriba y desde abajo, a ras
de juego…
Nota: estaba allí cuando Paul Breitner nos coló un gol por fuera de la
red y fui testigo directo y “privilegiado” del atropello.
… y como podemos deducir, he sentado mis posaderas (iba a
escribir “reales” o “plebeyas” pero ambos adjetivos me resultan obscenos) en muchos
asientos de nuestro Estadio. Sin embargo y desde hace ya un buen puñado de
años, conservo el mismo lugar con una fidelidad innegociable: es un punto de
observación magnífico porque es lo más cerca que se puede estar del césped
desde las alturas.
Allí me aposento cada cita después de tres escaleras para
arriba y una para abajo; un desplazamiento lateral (no exento de ciertas
exigencias funambulistas) de apenas unos metros y a recuperar aliento… sentado.
Enseguida me imbuyo del ambiente inigualable, observo, escucho y miro (suelo
llegar con tiempo) y hago cálculos mentales que siempre fallan: “hoy parece que
no llenamos”. Se llena, siempre se llena en ésos escasos minutos previos al
Himno o cuando los gladiadores se salutan. Como por arte de magia, allí están
todos los sevillistas. Ahora nos ves.
Aparecen mis vecinos y el “hola ¿cómo estás?” de rigor. Es
zona tranquila, sin grandes “comentaristas” (me horroriza que le pongan
subtítulos sonoros a lo que yo estoy viendo, entendiendo, juzgando en silencio
y normalmente, con diferente criterio) gente educada y amable que, no obstante,
explota con los goles de la misma forma y pasión que el resto… todos sabemos de
lo que hablo porque todos explotamos igual.
Pues en no pocas ocasiones he pensado (de hecho es un
pensamiento recurrente) que ése lugar que ocupo temporalmente (desembolso previo
del estipendio correspondiente y desde el que algún día trasladaré mi abono más
arriba, a otro puesto de nivel superior sin pasar por caja aunque dentro de una)
y con independencia de que se haya cambiado mi receptáculo de las posaderas
desde 1958, ha debido recibir el peso de numerosas partes carnosas de
muchísimos sevillistas.
Se habrá reparado, recompuesto, arreglado y pintado muchas
veces desde que el Estadio fuera bautizado con el nombre del admirado Presidente
que nunca pudo verlo terminado.
Partes carnosas que al igual que entonces, ayer y siempre,
hoy se siguen apretando un poco cuando los otros galopan con aviesas intenciones
hacia nuestro baluarte; cuando advertimos que nuestra tropa no está bien
dispuesta para contener la amenaza; cuando los misiles enemigos rozan nuestros
palos o cuando nuestro cancerbero desface las pérfidas intenciones de la horda
invasora en sus afanes de conquista.
Si no aciertan los virotes, las nalgas se relajan un tanto.
Pero si el match no está saliendo como debería, la apretez permanece más tiempo
de lo deseado.
Seguramente han sentado sus posaderas en mi sitio muchos sevillistas
mayores, jóvenes, gordos, flacos, altos y bajos; seguramente habrá habido
mujeres porque ¡oh maravilla! cada día ocupan más espacio en uno de los pocos
lugares donde no existen diferencias de género porque aquí solo se habla en
sevillista; seguramente los hubo guapos y feos, pudientes y menos, listos y no
tanto… pero todas las posaderas aquí asentadas poseyeron un denominador común
que lo hace único entre los otros 43.882 asientos iguales y únicos: el
sevillismo que atesoran soportado sobre las partes carnosas.
Yo me siento heredero histórico de muchísimas nalgas, cuando
planto las mías en mi sitio, porque allí instaladas habrá un día otras
posaderas que vivirán la pasión como la vivo yo ahora.
Cuidaros.
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