martes, 24 de marzo de 2009

LOS TEBEOS

Saludos.

Cuando llegué a ésa edad en que ya casi no eres niño y aún ni siquiera adolescente, descubrí que existían mundos irreales, creados por otros, que me permitían volar en alas de la imaginación de los escritores y dibujantes.

Como era un tiempo en que no existía la televisión, muy poco cine y las distracciones había que creárselas uno mismo, tuve que decubrir los tebeos para abstraerme de una realidad poco satisfactoria.

Los tebeos me absorbían a tal punto que mi madre, quejosa de que no dedicara más tiempo a los estudios, me amenazaba con prohibírmelos. Mi padre, sin embargo y siendo mucho más generoso, sentenciaba: "déjalo que después de los tebeos, llegarán los libros".

Mi padre acertó.

Pero volvamos a los tebeos porque la historia comienza con aquellos personajes llamados El Guerrero del Antifaz, El Capitán Trueno, El Cachoro, El Jabato, el TBO -que daría nombre genérico a lo que ahora se denominan "comics", tebeos- y algo más tarde, Hazañas Bélicas. Luego vinieron los héros de la Marvel Comic Groups desde los USA y un nuevo aire invadió la escena.

Pues de aquellos iniciales, los que me descubrieron que existía Thule, patria de Sigrid, eterna enamorada del Capitán Trueno -el genuino paladín defensor de las virtudes patrias, a la sazón franquismo e iglesia en un totum revolutum imposible de diseccionar-, me quedo con éste héroe que siempre ganaba, como todos.

Fueron la fantástica obra de Víctor Mora y Ambrós.

Y lo leí y ví en mil situaciones difíciles, complicadas y a veces deseperantes porque nos presentaban las historias de tal forma que pensaba que al final sucumbiría. Pero no, convenientemente asistido de Goliath y Crispín -eternos segundones e incondicionales subalternos-, terminaba por lograr la vistoria sobre los enemigos de los grandes valores de la reserva espiritual de occidente.

Toda mi vida he visto pulular capitanes trueno alrededor mío. Gente que siempre vence sea cual sea el asunto y siempre, como es lógico, lleva la razón. Y no importa si hace diez minutos decía justo lo contrario. Siempre ganan.

Tampoco vale que les hagas ver que la Realidad no es "su" realidad porque o no la admitirá, o la transformará, o dirá que eso es, justito, lo que ellos estaban diciendo.

A veces son desesperantes porque tanta razón asusta.

Sin embargo y porque la edad te aporta unas pocas cosas buenas, has aprendido a tener paciencia, a reirte de tu sombra y de la de los demás, y a colocar a los capitanes trueno en el sitio que les corresponde: al final de tus consideraciones.

Por suerte para nosotros mismos, las pruebas quedan, están escritas y pueden cotejarse en cualquier momento. Aún a pesar de que no quieran mirarlas, están ahí.

Es loable decir lo que se piensa, pero lo es mucho más, pensar lo que se dice.

Decía Voltaire: Yo no estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero pelearía hasta la muerte para defender su derecho a decirlo.

Los capitanes trueno pueden decir y escribir lo que les plazca, de la misma forma que puedo hacerlo yo. De hecho, lo hago. Pero si fuera creyente -que no lo soy igual que muchos de estos capitanes sí lo son y se jactan de ello-, les recordaría un pecado capital llamado soberbia.

La soberbia es, en el cristianismo, el orgullo y se define como aquella persona que se envanece a sí misma, olvidando a sus semejantes y a Dios. Es por tanto, un delito regilioso grave, de tarjeta roja.

Si además acompañamos la soberbia con todo un rosario de insultos -recordemos que el insulto es, en último extremo, el recurso de quienes pierden razones, como la guerra lo es de los que pierden las palabras-, encontramos capitanes trueno lenguaraces que no contentos con pretender, ilusos, llevar siempre la razón, adoban sus exposiciones con lamentables intentos de degradar a otros sin pararse a pensar, lógicamente, que hay mil formas de decir las cosas sin caer en la grosería, en la procacidad y en el pésimo gusto. Y desde el mismo momento en que necesitas echar mano de ésas maneras, el posible discurso está muerto.

Y todos somos humanos.

Afortunadamente.

Cuidaros, mis capitanes truenos.

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