jueves, 25 de diciembre de 2008

LA PRIMERA GRAN DECEPCION

Saludos.

Cuando la edad te hace ver más trecho para atrás que para adelante y si tienes la suerte de que el alemán aún no haya hecho acto de presencia, tiras de la memoria porque cualquier acontecimiento, un detalle, unas palabras o una imagen, te hacen recordar momentos vividos de los que tenemos ahí guardados, en ésa memoria caprichosa que saca detalles cuando menos te lo esperas.

Ayer me narraban la forma en que engañaban (quizás sea dura la palabra), a una niñita para poder hacerle llegar los regalos de papá Noel.

A pesar de tener muy pocos años, lleva dos o tres que siempre logra identificar al familiar o amigo que aparece disfrazado de gordo colorado, pegando los JOJOJO de voz profunda y que trae un saco lleno de cosas maravillosas.

Este año han variado la táctica y aguzando la imaginación (no hay más remedio), han logrado convencer al diablillo de que Papá Noel llamó a la puerta y cuando salieron, a toda prisa, ya se había ido. Por supuesto, el saco de regalos estaba allí.

Vaya por delante que en mis tiempos no existían ni Papá Noel ni Santa Klaus y que solo se les pudo ver por esta parte de Europa, cuando llegaron de la mano de los bikinis de las suecas. Cosa curiosa porque los dos primeros llegan vestidos de gruesos trajes para combatir el frío y las otras, las suecas, con tan poca tela que a los españolitos de los racionamientos nos parecían las apariciones más maravillosas jamás vistas. Y ciertamente que lo fueron hasta que descubrimos, años más tarde, que las naturales del país, las españolas, también tenían cuerpos debajo de las ropas y que lucían los bikinis con la misma excitante atracción que las rubias de ojos claros. Quizás con más atracción ya que uno es más de las nativas morenas de ojos oscuros.

Hasta esos momentos, nuestro mundo estaba copado por los tres monarcas de oriente: Los Reyes Magos.

El primer gran fiasco es la fecha de llegada porque después de dos o tres semanas de vacaciones, de corretear por las calles tratando de inventar nuevos juegos (por supuesto, los juguetes del año anterior hacía meses que estaban convenientemente almacenados en el basurero municipal), o de repetir el pídola, el fútbol y el “escondé”, te quedas sin días para disfrutar de la nueva remesa de juguetes: enseguida al cole.

Eran aquellos años en que el cinco de Enero era la fecha de los nervios, de la esperanza, de los remordimientos si pensabas en aquellas trastadas que hiciste y que podrían arruinarte los regalos de la mañana siguiente. Nos habían machacado tanto con “¿has sido bueno?” que pensar en los pequeños desastres domésticos que tu conducta de niño habían ocasionado, te angustiaban.

Pero llega ésa mañana, la de los nervios incontenibles. Los primero es lo primero y nadie va al comedor, donde se supone que sus majestades habían depositado el tesoro, hasta que no esté perfectamente uniformado, es decir, vestido y lavado que la disciplina era la disciplina.

El gran día te tienen que “calentar” un poquito para que vayas a desayunar a pesar de que eras una lima nueva en lo referente a la gastronomía. Y lo haces cuando ya has pegado veinte tiros con tu escopeta nueva y has recibido varias amonestaciones del tipo ¡no le dispares a tu hermano que le vas a saltar un ojo!

Unos años más tarde, un amigo, el más listo, te da la gran noticia: los reyes son los padres.

Te cuesta asimilarlo. Es complicado de creer. Y dependiendo del momento en que te lo cuentan, puedes pasar meses esperando para verificar el dato.

Hasta que llegan la siguientes Navidades y estás con las orejas y los ojos atentos al menor detalle. Esa noche tardas más de los habitual en dormirte e, incluso, simulas un sueño profundo cuando tu hermano mayor, el encargado de comprobar que los pequeños estamos en manos de Morfeo, se pega un paseíto por el dormitorio, andando de puntillas y mirando fijamente nuestros rostros.

Cuando se marcha conforme con la situación, suspiras y te sonríes porque por esta vez, lo has engañado.

Luego escuchas atentamente y oyes cosas. Detalles. Exclamaciones y ruido de cajas, papeles y risas contenidas y todo apunta a que el amigo tenía razón. Incluso vas más allá y te atreves a salir de la cama, sin hacer ruido y bajando la escalera, asomar un ojillo y ver lo que está ocurriendo: tus padres y tus dos hermanos mayores, andan atareados montando el escenario.

El mundo se te viene abajo y se te queda marcada con la primera gran decepción de tu vida porque ya desaparece la magia. Vuelves a la cama con los pies helados y una mueca de insatisfacción enorme porque dejas de ser niño y subconscientemente te preparas para el resto de tu vida.

Como reacción al desastre, te empeñas en “informar” a otros más pequeños de tus conocimientos.

Y la vida se repite y las decepciones, desde entonces, llegan a montones y concluyes que los Reyes Magos son odiosos porque cuando los descubres, se te acaba la inocencia.

Cuidaros.

No hay comentarios: