domingo, 18 de mayo de 2008

LO QUE NOS UNE Y LO QUE NOS SEPARA



Saludos.



Lo que nos une es el sentimiento sevillista, el apoyo a nuestro club y nuestras ansias de ser los mejores.
A partir de ahí, todo son arroyos de curso particular.
No estamos obligados a querernos, a ser amigos, a compartir otra cosa que nuestro sevillismo.
No lo estamos.
Se puede dar y puede no darse.
Si se dá, bienvenido sea.
Si no, no pasa nada. Seguiremos siendo arroyos hasta que desemboquemos en el mar.
Tampoco estamos obligados a ser enemigos. Para nada.
Pero si lo somos, debería prevalecer el fin común, el Sevilla.
Que coincidamos en ser adeptos al Sevilla no significa que seamos mejores o peores. Solo tenemos ése gran sentimiento en común. Por lo demás, somos humanos y como humanos, portadores de lo bueno y lo malo del género.
Que seamos capaces de querer a nuestro Equipo, no nos tapa los defectos que tenemos y los que tendríamos si fuera otro Club.
Es cierto, porque quiero creer en ello, que me siento mejor por ser del Sevilla. Me reconforta.
Pero eso no es óbice para ser capaces de todo lo abyecto y lo sublime que llevamos dentro los humanos.
Nuestra capacidad de hacer daño es infinita. Como seres individuales y como colectivos, hemos tejido una Historia que analizamos en función de las guerras y las catástrofes, de los imperios y de las conquistas y de la supremacía sobre otras naciones, conseguidas a hierro y sangre.
Nos hemos educado en ello. Se nos enseña a sobrevivir por sobre los demás, apartando a los otros de nuestro camino y no importa el medio.
Nunca por nuestros propios medios; nunca por nuestro valor interior.
Siempre en función de los otros, aupándonos en los hombros de los demás.
Y casi siempre, buscando a los más débiles para que nos sirvan de escalón.
Y cuando encontramos otro tan fuerte o más que nosotros mismos, buscamos las maniobras arteras que nos permitan derrotarlo.
Somos viles.
Encontramos placer en hacer daño.
Somos como somos y los demás nos deben aceptar o los machacamos.
Y nos enorgullecemos al ver al otro derrotado.
¡Te gané! ¡Te he derrotado!
Y por nimiedades. Lo terrible es que emprendemos las batallas por estupideces.
Como buenos estúpidos que somos.
Nos empeñamos en vencer a ¿quién?, ¿cuál es el mérito?
Tristes y patéticos guiñoles en manos de nuestros egos.
La gran batalla, la de la vida, la perdemos siempre.
¿A qué pasarnos la vida en una pura batalla cuando la importante, la verdadera, la vamos a perder?
¡Qué vidas tan oscuras!
¡Qué ruines!
Habiendo tantas cosas posibles para unirnos, preferimos la disputa.
Pírricas victorias de ningún valor, aunque quizás las únicas capaces de ganar porque no damos para más.
Cuidaros.

No hay comentarios: