jueves, 28 de mayo de 2009

LA HISPANIOLA -y SEIS-

Saludos.

Mi parabrisas estaba triturado y enseguida, a la mañana siguiente y haciendo un gran esfuerzo para levantarme tan temprano, me acerqué a la agencia de alquiler donde expuse que lo había encontrado así al ir a recogerlo. La señorita me dice que necesito copia de la demanda policial que debería haber interpuesto.

Como no la tenía, me dirigí a la comisaria más cercana y tras pedir que me informaran de los trámites, me enviaron a una sala para hacer el acto.

Entré en un salón de unos quince metros en donde, a la derecha, había dispuestas varias mesas en fila, todas con ordenador encima y un solo funcionario: en la última, la del fondo, una oronda agente mulata, con el conocido uniforme celeste, tecleaba sin premuras.

En la pared de la izquierda una hilera de sillas, respaldo contra la pared, acogía a la larguísima cola de demandantes. Pregunté y me indicaron. Me senté en la última libre y esperé.

A medida que la funcionaria terminaba un trámite, los de las sillas nos corríamos un puesto acercándonos.

Entré sobre las nueve de la mañana y ví como pasaban las horas lentamente porque a cada rato, cada veinte o treinta minutos, se cortaba el fluido eléctrico y había que esperar que reapareciera. Luego, cuando llegaba, aguardamos pacientes a que se reiniciara el ordenador -con la famosa musiquilla de Windows-. Además, la funcionaria, con toda la sangre del mundo, se lo tomaba con tanta tranquilidad que me hacían desesperar.

Sin embargo, me entretuve muchísimo escuchando las historias de mis vecinos de silla. La señora de mi izquierda, mediana edad, gorda y sudorosa, la que iba delante, quería denunciar que le había robado la cartera y que a pesar de que apenas llevaba dinero, se había quedado sin documentación y eso podría ser un problema importante si la hubiesen detenido. Luego entró en algunas intimidades familiares sobre sus hijos a las que yo, correcto y atento, asentí, me sorprendí, no me lo creía, ¿es posible...?

El señor de mi derecha, un tipo bajito y fornido, había sorprendido a un ladrón tratando de robarle el carro. El ladrón había sacado una pistola y el hombre, todo pundonor, se la había arrebatado, le había propinado una paliza y venía a entegarla -la traía en una bolsa de plástico y cargadita de balas-y a denunciarlo, pero se temía, lamentándose, de que aquello solo le traería más problemas... ¡con la policía!

Otros vecinos también contaban casos similares y a todos, hasta tres sillas más allá en ambos lados, hube de contarles mi sosa historia, mi orígen y todos, sin excepción, exclamaban...¡ah, Sevilla! Pero ninguno había estado nunca aquí y sospecho que hubiesen sido incapaces de situarnos en el mapa.

Llegó mi turno sobre la una de la tarde y me acerqué a la mesa de la oronda. Expuse mis pretensiones y me invitó a sentarme en una silla de escay cuyo asiento, húmedo, me causó no poco asco, Justo entonces volvíó a fallar la luz. Esperamos y mientras, entraron otras dos funcionarias, casi copias exactas en formas y color a la "mía", y se pusieron a charlar las tres. Eran temas de hombres y parece que ninguna de ellas aguataban muchas tonterías. Viéndolas de cerca, las creí.

Cuando el sistema volvió a estar operativo, nos tomamos nuestros buenos quince minutos en redactar la demanda, a saber, que aquella mañana me había encontrado el carro -aunque yo dije "vehículo"- con el cristal hecho añicos y temiendo que en cualquier momento volviéramos a quedarnos sin fluido. Pero ya no tuvimos más contratiempos aunque mi pasaporte debió llamarle mucho la atención porque lo estuvo ojeando y manipulando más tiempo del conveniente para mis nervios.

Me levanté con el trasero totalmente húmedo, dí las gracias, dejé dos pesos en concepto de algo y me largué.

Con mi demanda en la mano, regresé, tras comer algo, a la agencia y aquella misma tarde,un par de horas después, me cambiaron el coche.

Tuve que regresar al hotel y pegarme una siesta larga porque estaba muerto de sueño.

Una noche, Joanna me invitó a asistir a una fiesta pública en un barrio cercano a la Zona Colonial, junto al río Ozama. Cuatro o cinco casetas/bares, no más de cincuenta o sesenta personas bebiendo y dos altavoces espectaculares que derramaban bachata a un volúmen insoportable.

Tras varios intentos fallidos para que bailara y sin que la cerveza me hubiera anulado el sentido del ridículo -a torpe bailando me ganan muy pocos-, decidí que mis sentidos, especialmente el auditivo, ya se había saturado suficienten. Ella quiso quedarse y yo me marché.

Un día llegué a mi apartotel y el conserje juró y perjuró que yo estaba dentro -no aparecía mi llave-. Subí como una flecha y encontré a Joanna durmiendo en mi cama. Se había comido casi todas mis reservas del frigorífico y trasteado en mis cosas. Por supuesto, la eché sin contemplaciones y ya nunca volví a verla a pesar de que me llamó varias veces para intentar recomponer la relación. Al conserje le propiné tal bronca por dejar entrar a nadie en mi habitación que el hombre estuvo a punto de llorrar.

-¡La señorita decía que era su amiga! -fué su único argumento-.

Después de repaso que le metí y exigirle que jamás volviera a hacer algo así, le dí una propina generosa y volvimos a ser amigos.

Desde hacía varios días la había estado observando atentamente y llegué a confirmar el "soplo" que me dieran María y mis otros amigos: Joanna se metía toda la coca que podía comprar. Cuando encontré que había estado buscando y revolviendo mis pertenencias, quizás con la idea de que hubiera dejado allí dinero, decidí terminar para siempre.

Adios, Joanna. Suerte.

Cuando anuncié en el club que mis vacaciones se acababan, me hicieron una fiesta muy emotiva. Acudieron otros varios amigos, clientes del Proud Mary, con los que solo había tenido algún trato ocasional y nos tomamos una cena excelente en un antro al que jamás, ni por asomo, se me hubiera ocurrido entrar de haber pasado por allí. Pero las sorpresas de la vida, dentro tenía un rincón encantador -con aire acondicionado- y una cocina exquisita.

La última noche cogimos una cogorza de tres pares y me parece recordar que hubo frases tiernas, alguna lagrimilla y muchos abrazos.

En mi avión, medio vacío, había filas libres completas en la zona central, de cuatro asientos. Me tumbé, me amarré y desperté en Barajas.

Ha sido el mejor viaje de mi vida. En todos los sentidos.

Y fin de la aventura.

Cuidaros.

P.D. Un mes más tarde, le envié a María un disco con veintidós versiones del Proud Mary, por veintidós artistas distintos.

miércoles, 27 de mayo de 2009

SALUDOS, CAMPEON

Saludos.

Desde el más profundo respeto, saludo al flamante campeón de la Champions, al Barcelona, porque es justo vencedor de la competición.

Porque es capaz de hacer magia en el campo, de hacer FUTBOL, de tocar nuestra sensibilidad futbolera -sin ser seguidores de ése equipo-, mi rendido homenaje por reivindicarme en mi pasión por la estética apasionante de éste deporte.

El Fútbol frente a todo lo demás.

Felicidades, campeón.

Cuidaros.

LA HISPANIOLA -CINCO-

Saludos.

Una noche, en el Proud Mary, llegó Joanna cuando charlábamos los habituales. Se incorporó al grupo y en un momento determinado, nos propuso hacer una excursión a Los Altos de Chavón donde existe un centro denominado Ciudad de los Artistas.

Es un complejo con una historia curiosa -que prefiero que busquéis por vuestra cuenta- y construido con aires mediterráneos. Está cerca de La Romana, lugar de descanso de los muy ricos -caso Julio Iglesias-, con chalés que quitan el hipo, aeropuerto privado y varios extras más, solo para privilegiados clase extrema.

Al regreso de Chavón, entramos a tomar café en un hotel y curiosear. Solo pudimos acceder cuando los siete u ocho gorilas de la puerta me oyeron hablar con mi acento extranjero.

Fuimos los yankis, Joanna y yo y pasamos una agradable mañana visitando la ciudad que, para nuestra desgracia, estaba vacía de estudiantes porque eran vacaciones. Pero el sito mereció la pena y además, durante el trayecto, me mostraron algunas partes del río Chavón donde se rodaron las famosas imágenes selváticas de Apocalypse Now, de la misma forma que en Santo Domingo estuve en una calle que aparece en El Padrino, parte II, en una escena en que un guerrillero se inmola con una bomba ante la policía que trata de detenerlo.

Tras el café de La Romana, regresamos a la capital y tuvimos que tomar la autopista. Por cierto, nunca antes había visto una autopista a la que accedían los nativos desde infinidad de roturas en lo que debió ser una valla metálica.

Al llegar al control y como comenté anteriormente, había que echar un peso en una boca metálica que levantaba la barrera. Pero se dió la circunstancia de que ninguno de los cuatro llevávamos monedas sueltas, por lo que paré junto a la casetilla, alargué la mano con un billete de cinco, tomé el cambió sin mirarlo y metí la primera.

Entonces bajó la barrera y nos dió de lleno en el parabrisas.

Quedamos allí detenidos, desorientados, sin saber qué había pasado, con el cristal hecho añicos. De algún lugar apareció un policía y se metió en el coche, en el asiento del copiloto y empujando con el culo para que Joanna le hiciera sitio.

-¡Tire por ahí! -ordenó a voz en grito, señalando hacia adelante y a la derecha y mientras se levantaba la barrera.

Insistió dos o tres veces a pesar de que ya estábamos en marcha. A unos metros nos señaló una entrada entre setos y allí nos metimos. Detrás, ocultos, dos barracones prefabricados de tipo militar.

-¡Pare aquí y bajen!

Ya en tierra nos pidió la documentación y con los tres pasaportes y la tarjeta de Joanna, se metió en uno de los barracones. Al poco, salió acompañado de un militar muy alto, con galones, que traía los documentos en la mano y los examinaba.

-¿Qué pasó? -preguntó seco-, ¿No vieron la barrera?

Como yo era el conductor, me miraba a mí y yo tuve que responder, por supuesto.

-No lo entiendo. Pagué en la casetilla y la barrera se bajó cuando íbamos a pasar.

-¿Pagó en la casetilla? -preguntó extrañado.

-Pues sí. Por eso no entiendo porqué se bajó cuando pasaba.

El militar me miró muy serio, como sopesando si le estaba tomando el pelo. Luego aclaró:

-En la casetilla no cobran, solo dan cambio y debió echar la moneda.

Nos sentimos perdidos, nos miramos y supisimos lo peor. Sin embargo, me atreví a responder:

-Pues no lo entiendo. En España, nos cobran en la casetilla y nos levantan la barrera.

El yanki, echando una mano, apostilló:

-En Estados Unidos también.

El militar nos miró lentamente uno a uno. Volvió a examinar los pasaportes y tras unos larguísimos segundos de indecisión, nos los entregó con un "pueden marcharse" que nos pareció un vendaval de aire fresco.

Con el cristal roto, volvimos a la autopista y a Santo Domingo.

En mi próxima entrega, contaré de qué forma tuve que justificarme ante la empresa de alquiler de coches para que me lo cambiaran.

Continuará.

Cuidaros.

martes, 26 de mayo de 2009

DESDE LA TERCERA PLAZA






Saludos.

Manolo Jiménez ha sido confirmado en su puesto de entrenador del Sevilla por un año más.

La decisión del Consejo, justa lo miremos como lo miremos, ha sido premiar unos resultados excelentes, ampliando el contrato con el técnico de El Arahal, que nos clasifican como terceros en la Liga y con acceso directo a la Champions.

Los números, todos, están a favor de la decisión y tal como era previsible, el Consejo apuesta por la continuidad del de la casa. Y como el Sevilla es una Sociedad Anónima, los balances, positivos, señalan que la línea es la correcta.

Pero no todo el mundo piensa igual.

Un importante sector del sevillismo no está de acuerdo, ni lo estuvo desde el principio. Entre ellos, yo.

Y lo manifesté en su momento, mas tarde y en cuantas ocasiones se me presentaron, a otros sevillistas, a mis amigos, mi familia y por escrito. Sigo pensando que no es el entrenador adecuado para un Sevilla que debería aspirar a más, que debería ponerse las metas más altas, las totales, porque ha tenido, tiene y tendrá, equipo como para pedirle la Liga.

La meta debe ser la Liga. Como los muy grandes.

Según Del Nido, se le pidió cuartos y hemos terminado terceros. ¿Cabe imaginar que para éste año se le ha pedido terceros y que nos dejará segundos? ¿Y que dentro de un año, si lo consigue, se le pedirá segundos para terminar...?

Hay errores de estrategias en los que nos empecinamos en tropezar sin sentido. Desde hace cuatro o cinco años, el Sevilla se ha convertido en una alternativa clara a los dos gigantes. Si bien es cierto que nuestro presupuesto no puede competir con los de ellos, también lo es que en el terreno de juego, sobre el césped, esos presupuestos se diluyen cuando los equipos salen a ganar. Y el Sevilla ha demostrado, en varias ocasiones y recientemente, que el dinero es un asunto secundario.

Aunque pueda parecer una temeridad, ganar la Liga no es una panacea.

Los clubes de fútbol, decía, son sociedades anónimas y como tales, deben organizarse para que las cuentas salgan positivas al final de cada ejercicio. Todo, por tanto, tiene que dirigirse en ése sentido. Así, renovar a Manolo no es sino una decisión estratégica, de política empresarial en tanto que la inversión ha salido más que rentable y el Consejo, lógicamente, apuesta por el continuísmo de la opción que presenta beneficios.

Desde ésa óptica y porque ya no hay otra, gestionar un club se ha convertido en un entramado de intereses económicos en el que el deporte, el espectáculo y el arte han sido apartados y supeditados a las frías cifras, a los resultados.

Ya no importa el juego bonito, el disfrute de los espectadores, la magia que once en pantalón corto pueden ofrecer, la Escuela Sevillana y otras zarandajas porque lo que interesa, por encima y sobre todo, son las cifras que garantizan unos resultados. Resultados que deben obtenerse a costa de todo lo demás porque hay muchísimo dinero en juego.

Tampoco importa que miles deban asisitir a decenas de partidos insufribles porque se gana y en ganando, aunque sea a trágala pura y dura, todo lo demás se vuelve secundario.

Los amantes del buen fútbol, trágicamente, están en retroceso porque los resultados -que contraria y paradójicamente suelen llegar más a menudo haciéndolo bonito y divertido para el que mira-, imponen su tiranía y otros tantos miles los somatizan como única y verdadera opción, religiosamente.

Y si miles lo apoyan y lo aprueban, las decisiones monetarias se refuerzan hasta el extremo de convertirse en doctrina.

¡Y ay de aquel que disienta!

Los resultados, las cifras, son las puntas de lanza con la que ensartar al otro, al diferente, al que no piensa igual, porque ahí están los datos. ¿Y quién puede, quién osa cuestionar las matemáticas, los balances, las estadísticas?

¿Jogo bonito..? Resultados. ¿Espectáculo..? Resultados. ¿Arte..? Resultados. ¿Escuela Sevillana..? Resultados.

La facción Resultados gobierna, la facción Espectáculo en retirada.

Pero no nos engañemos ni pretendamos engañar a los demás: todos sabemos que el binomio resultados/negocio es una imposición forzada, producto de los tiempos que corremos y aceptada, tolerada y defendida, en muchos casos, para ocultar deficiencias y necesidades insatisfechas.

Ni siquiera los incondicionales de los resultados , los más acérrimos, resistirían un mínimo debate sobre Fútbol -con mayúsculas y enfatizado-. porque tras pronunciar la palabra mágica, se acabó cualquier otra consideración.

Hoy, en un altísimo porcentaje, el análisis de un partido es: "por lo menos nos trajimos los tres puntos" o "tres puntos y punto". Resultado. Fin del debate.

Los defensores ultramontanos de los resultados cometen la torpeza increíble de pensar que los otros, los que deseamos, además, espectáculo, prefiramos jugar bien y perder que lo contrario.

Hemos leído montones de barbarides en ése sentido y mi capacidad de sorpresa amenza con estallar porque se puede ser seguidor ciego, ultra seguidor o como queramos llamarlos, pero no es de recibo que sean estúpidos. Y como pienso que no lo son, solo se me ocurre pensar que para tratar de tapar aquellas insuficiencias, las insatisfacciones de un juego antiestético y rácano, además de los resultados que nos refriegan hasta la saciedad, deben echar manos de los insultos, las agresiones verbales -afortunadamente- para elevar una cortina de humo que difumine que tenemos razón.

Yo no estaré nunca de acuerdo en que la libertad de expresión deba pasar por abochornar a los jugadores, al técnico ni al presidente; tampoco que se coloque al entrenador cual muñeco de feria y al que todo el mundo tenga derecho a vapulear y ni mencionar lo que los medios intentan hacer porque esos medios existen en tanto que haya receptores que los mantengan

Pero de la misma forma y por el contrario, entenderé a quienes se expresen en la manera que deseen si, como principio irrenunciable, se mantienen dentro de los límites del respeto absoluto a las personas.

Y hemos escuchado, visto y leído, aberraciones sin sentido desde todos los ámbitos, desde todas las ópticas que solo han servido para mostrarnos la calidad individual de cada cual.

El hecho que de todos seamos apasionados del Sevilla, solo es una circunstancia sentimental. Solo eso.

Manolo Jiménez afrontará su tercera temporada como entrenador del Sevilla y en el currículo de técnico, mostrará su tercer puesto en la Liga. Solo eso.

En dos años y frente a cinco o seis competiciones, solo tiene en su haber un tercer puesto en la Liga y el premio, desproporcionado desde mi punto de vista, será confirmarlo al frente de un equipo infrautilizado.

Y el futuro, para los ignorantes como yo, augura otra era de resultadismo a cualquier precio porque así se le exige.

De cualquier forma, será el entrenador de mi equipo y por ello, le debo el respeto suficiente y necesario, como a cualquier otra persona.

Y como sevillistas ambos, él y yo, deseo que triunfe porque sería sinónimo de triunfo del Sevilla. Incluso a costa de las soporíferas sesiones que adivino porque, a mi pesar, no espero espectáculo.

En cualquier caso, mis comentarios sobre Manolo Jiménez, en la próxima campaña, serán minuciosamente mesurados cuando no ausentes.

¡Hasta la muerte!

Cuidaros.

P.D. Queridos anónimos, ahorraros el trabajo. Gracias.

lunes, 25 de mayo de 2009

LA HISPANIOLA -CUATRO-

Saludos.

Un par de días depués de mi experiencia religiosa, viajaba hacia Boca Chica para tomarme un baño y almorzar. Iba solo y siguiendo la fila de coches, entramos en el puente móvil -que se abría lateralmente-, rumbo a la autopista.

Un semáforo al final de dicho puente nos tuvo detenidos el tiempo obligado. Yo debía estar el cuarto o quinto en la cola. Se puso verde y avanzamos. A la salida del puente hay una curva pronunciada a la derecha, que tomé como los demás, y apenas había avanzado un par de cientos de metros se me puso al lado, junto a mi ventanilla, un policía cabalgando una moto de poca cilindrada. Me hacía señas inequívocas de que me parase.

Me eché la lado y me detuve esperando con curiosidad qué querría el tipo, inocente de mi. Estaba tan absolutamente convencido de no haber cometido infracción alguna que lo esperé tranquilo, con una semisonrisa.

Lo ví bajarse de la motillo a través del espejo retrovisor y para mi sorpresa, no se acercó por mi lado sino por el del copiloto. Intentó entrar y como llevaba el seguro puesto, me hizo gestos violentos para que abriera.

Se sentó a mi lado, cara de pocos o ningún amigo, un señor con uniforme celeste arrugado y sudoso, gorra, bajito, moreno y cejudo. Portaba un cinturón negro y ancho del que pendía, bien visible, un pistolón que hubiera sido la envidia de Harry el Sucio. Me soltó de sopetón:

-¡Se saltó el semáforo!

Mi sorpresa fué mayúscula y pensé que se trataba de un error.

-Agente -señalé con mis mejores y más exquisitas formas-, he pasado cuando estaba verde, como el resto de vehículos.

-¡Se saltó el semáforo! -insistió, una octava más alto.

Tengo la desgracia de cambiar instáneamente del humor al mal humor. Y mi cara lo refleja nítidamente.

-Agente -volví a decir, ahora vocalizando, lentamente y con intención de que se me entendiera a pesar de las distintas procedencias-, he pasado en verde, detrás y delante de otros varios carros -carro=coche, localismo muy apropiado dadas las circunstancias-.

-¡¡¡Se saltó el semáforo!!! -si bemol mayor con vibrato al tiempo que se reubicaba en el asiento de manera que el pistolón quedara directamente a mi vista-.

En la mano izquierda llevaba un bloc bien grueso de hojas rosas que debía ser el de los formularios de denuncias. En la derecha, un bolígrado y se daba golpecitos en la rodilla, como llamando mi atención porque justo por debajo del codo, se veía perfectamente aquella monstruosidad de arma.

En una fracción de segundo calibré la situación y desistí.

-¿Cuánto es la multa?

-Seiscientos pesos en comisaría o quinientos aquí -sentenció-.

En otra fracción del mismo tiempo, recalibré lo que debía ser entrar en una comisaría dominicana para ser objeto de una denuncia y se me erizaron los vellos de la nuca. Opté por pagar.

Saqué mi cartera, separé los quinietos pesos -casi todo lo que llevaba- y se los entregué. El tipo los trincó casi antes de sacarlos, salió del carro y montando su motillo, desapareció a todo lo que daba sin dejarme el papel rosa.

Después de muchísimos viajes por España y por el extranjero, nunca antes me habían robado y mucho menos un policía. Pero siempre hay una primera vez.

Por supuesto, me acordé de todos sus antepasados, uno por uno, hasta seis generaciones, la que llegó de España.

Visto que me quedé con un problema transitorio de liquidez, dí media vuelta y volví hacia mi hotel donde, cerca, había una hamburguesería para ocasiones desesperadas.

Una noche, en el Proud Mary, me presentaron a un matimonio yanki de orígen dominicano que pasaba sus vacaciones con la familia. Ambos blancos, jóvenes y con agradable charla, por lo que ingresaron en nuestro selecto club desde ésa noche.

Yo les había prometido a mis amigos una comida en la Casa de España y un lunes, el día que cerraba María, nos encajamos allí en tropel.

A saber: María, Michelle, Víctor, Ulises, Odalys, Joanna y una amiga suya, los dos yankis y yo.

Había reservado el día anterior por lo que nos tenían la mesa preparada y nos ubicamos para el almuerzo. Resulta que yo no puedo tomar tinto porque me afecta a la cabeza, a la migraña, por lo que pedimos blanco y tinto para los demás. El camarero, un tipo grandullón y buen sicólogo, me trajo a mí, primero, la botella de Barbadillo que había elegido.

Uno, que tiene muchas historias, quiso darse el pegote de ser buen conocedor. Así, con mucha parsimonia, como si de aquello fuera un experto, me acerqué la cata a la nariz con un ligero movimiento rotatorio, aspiré, me llevé la copa a los labios y tomé un sorbo. Dentro de la boca, hice un enjuague discreto y tragué. Un par de boqueos aprobatorios y asentí.

Odalys, la encargada de catar el Rioja, realizó, exactamente, los mismos movimientos que yo.

Y nos zampamos una paella light que tuvo mucho éxito.

El camarero sicólogo había presentido que yo pagaba y me trató con atención de pudiente. Yo me tomé más de la mitad del vino blanco, la amiga de Joanna el resto y todos salimos la mar de contentos.

Por supuesto, hubo brindis por nuestra salud, por la mujeres guapas -a mi cargo-, por vosotros, por nosotros, por España, por la República Dominicana, por la paz universal, por la amistad eterna...

Continuará.

Cuidaros.

domingo, 24 de mayo de 2009

SON LOS TIEMPOS










Saludos.

Es el sino de los tiempos.

Tiempos en que la imagen se superpone a todas las demás consideraciones. Tiempos en que hacemos lo impensable por mostrarnos a los demás como queremos que nos vean, no como somos.

Y hacemos lo que haga falta para lograrlo.

Descubro, sorprendido, que nos han cambiado la imagen de Gambrino y ahora veo a un chaval, delgado y joven, medio escondido tras el rótulo del nombre histórico que crearan los jerezanos, que alza una jarra de cerveza con una sonrisa en la cara y no puedo dejar de pensar en que es el biznieto del pionero ha heredado la empresa.

Desde siempre se ha asociado la cerveza con la obesidad y con facilidad y ligereza impropias hemos asegurado que las protuberancias abdominales de algunos era "barriga cervecera".

No nos sirve que científicamente no sea cierto porque con frecuencia, con demasiada frecuencia, los grandes trasegadores de cerveza también son grandes portadores de panzas descomunales. Nadie, por el contrario, asocia que de la misma forma también son grandes comedores, de comida, de hidratos de carbono, de grasas animales y de... cerveza.

A mí me encanta la cerveza. A mis hermanos también. Pues todos somos delgados y ninguno porta barriga cervecera. Y conozco a otras muchísimas personas en similares condiciones.

Sin embargo, la imagen de un Gambrino obeso, orondo y panzón, ha debido iluminar a los creadores de imagen y mandarlo al asilo por gordo, para dejar paso a la nueva imagen de gente joven, delgada, estilizada y muy al tiempo.

Y se lo han cargado.

No estoy de acuerdo y reclamo, desde éste mi rincón, la vuelta de mi querido gordito, el inimitable, el que me sonríe ofreciéndome la promesa de unos buenos tragos helados, sabrosos y animadores. El complemento ideal al pescaíto frito, a los caracoles, a la punta de solmillo, al secreto, a la ensaladilla, a ¡un pavía y dos de calamares...!

Quiero que vuelva Gambrino el original, el bisabuelo porque a pesar de que haya quien lo asocie a la gordura, no es cierto. No es la cerveza la que engorda.

Deberíamos inicar una campaña por el retorno de nuestro ídolo, de nuestra imagen.

La de siempre.

La nuestra.

¡Larga vida a Gambrino, el bisabuelo!





Cuidaros.

GANAR LA LIGA





Saludos.

Aún no ha terminado la Liga y a pesar de que prometí no escribir más sobre el Sevilla hasta concluída ésta, la situación para nosotros ya está fijada y solo queda un partido de trámite. Por eso me adelanto una semana y escribo sin tener la sensación de faltar a mi palabra.

La historia del fútbol en nuestro país, nos guste o no, es la historia de los triunfos de dos equipos.

Sus monstruosos presupuestos, las ayudas sin reservas de los organismos oficiales que regulan y controlan las competiciones y el soporte mediático abrumador, hacen que para ellos no ganar la Liga sea un desastre.

Ocasionalmente, alguno de los "la otra Liga" -como dice mi amigo Baretti-, se cuela, tiene un año brillante y les usurpa la primera plaza. Pero casi enseguida, vuelven a sus puestos naturales y los dos grandes pugnan de nuevo por copar la cima. Así, para ellos, quedar segundos conmociona los cimientos del club y es habitual que despidan al técnico y renueven tantos jugadores como se les antoje.

La diferencia entre ésos dos y el resto, los de la otra Liga -léase Sevilla, Valencia, Atl. de Madrid, Villarreal... y poco más-, es que los mastodontes salen, cada año, A GANAR LA LIGA. Todo lo que no sea eso serán apósitos para contener la hemorragia.

Por el contrario, cada año, cuando comienza la competición, los responsables últimos de los equipos, de los demás equipos, preguntados sobre la planificación, las plantillas y los objetivos, suelen responder, invariablemente:

-Vamos a trabajar para estar en Europa el año próximo.

Invariablemente, ésa es la diferencia.

Se trata de AMBICION, de ACTITUD.

No plantearse, al comienzo de la Liga, salir a ganarla, es sinónimo de quedar entre los seis primeros o más abajo, fuera. Y no es lo mismo ser terceros que sextos aunque ambos jueguen en Europa el año siguiente. No es lo mismo.

Las expectativas deberían ser las máximas y luchar por ellas. Luego, si el año no sale bien, segundos, terceros o cuartos. No más abajo. Nunca.

Son planteamientos de muy grandes.

Y ahora me diréis que si los presupuestos, que si las plantillas... Cierto, hay diferencias abismales pero esto es fútbol y todo es posible. Más aún cuando estamos hartos de escuchar aquello de "no hay enemigo pequeño". Ni grande, añado. No hace tanto, el Sevilla barrió -en algunos momentos de manera bochornosa-, a los dos mastodontes en varias ocasiones, llegó arriba y venció. Se trajo un puñado de títulos y se colocó en la primera fila de los clubes europeos, en la élite.

Y este año volvemos a estar ahí, en la Europa del primer nivel.

Pero me sabe a poco.

Y a pesar de que se me califique de cualquier forma, yo estoy convencido de que podemos y debemos salir a GANAR LA LIGA.

Porque yo no comparto lo de "jugar en Europa el año próximo". Para nada. Yo soy más ambicioso porque apostar al tercer premio es garantía de no conseguirlo. Ése tercer premio es la consolación por no haber logrado los otros dos, el mal menor, la manera de salvar una temporada desastrosa.

Como los muy grandes.

El Sevilla que anoche se clasificó tercero y tendrá que jugar el curso próximo contra las élites europeas, ha carecido de ambición. Ha jugado para estar ahí, el tercero, y aunque estemos exultantes, debió disputar la segunda plaza al equipo del régimen, habida cuenta de que el campeón ha sido intratable todo el año.

Desde mi punto de vista y estando, como estoy, rabioso de alegría, me sabe a poco.

Y también podéis hablarme de lesiones, de campañas, de pitos y silbidos...

Los entrenadores llevan incluído en el salario el plus de crítica y deben trabajar bajo presión siempre, lo hagan bien o lo hagan mal. Es su trabajo soportarlo todo. Deben hacerlo porque nunca, jamás, los aficionados, los críticos, los periodistas y los directivos, estarán de acuerdo con todas las decisiones que tome y lo dirán. Se lo dirán y tendrá que escucharlos. Y cuanto más arriba, más presión.

Y le dirán que no ha hecho ni un solo partido completo en los dos años, que en demasiadas ocasiones nos hemos salvado porque una de nuestras estrellas tuvo una genialidad en el último minuto y porque a pesar de todo, tenemos un plantel excelente, en general, que nos ha mantenido ahí contra viento y marea. Y porque hemos ganado demasiados partidos jugando solo medio tiempo.

Pero he visto demasiados errores de planteamiento, de organización del juego, de estrategias, de movimientos de peones erróneos... demasiados aunque sea cierto que se le pidió Europa y lo ha conseguido.

Pero sigo considerando que debimos conseguir más, que estamos capacitados para intentar echar a un lado a los mastodontes y colocarnos, para siempre, en todo lo alto, en la cumbre, porque podemos decir que a pesar del abismo que nos separa con aquellos dos, somos EL SEVILLA. Y el Sevilla es GRANDE y debe demostrarlo.

Olvidemos los complejos, dejemos demirar las carteras y salgamos a por todas porque podemos. Y debemos. Y queremos. Y si a pesar de todas las vicisitudes, las lesiones, el presupuesto y un entrenador italiano hemos quedado terceros, imagino lo que pudiéramos haber conseguido con otra visión del fútbol.

Paso al futuro.

Me daréis todos los palos por escribir lo que estoy escribiendo en éstos momentos de euforia, pero no puedo dejar de pensar en lo que pudo haber sido con otros planteamientos, con otra óptica, con más ambición.

Y como nunca oculté mis preferencias, hoy las vuelvo a exponer porque creo que el Sevilla, éste Sevilla, debe aspirar a más, a todo. A lo más alto.

Luego, el destino nos colocará donde considere oportuno.

AMBICION.

ACTITUD.

Tengo plena confianza en la Directiva y en las decisiones que tendrá que tomar, sean las que sean. Pero les pediría, desde mi humilde punto de vista, que apueste por la ambición, decididamente, y organice un equipo que salga a ganar la Liga.

Sin complejos.

Y recordad que la gacela que se salva no es la que corre más que el león: es la que corre más que las demás gacelas.

¡FELICIDADES A TODOS LOS SEVILLISTAS DEL MUNDO!

¡FELICIDADES, SEVILLA!

¡HASTA LA MUERTE Y MÁS ALLÁ!

Cuidaros.

sábado, 23 de mayo de 2009

LA HISPANIOLA -TRES-

Saludos.

Una noche, charlando, María nos dijo que al día siguiente había una fiesta en el pueblito de San... -no consigo recordar el nombre- y que si nos apetecía ir, añadiendo que tenían procesión y baile y que como era su día de cierre, podría estar con nosotros.

Por supuesto, accedí.

Organizamos la partida en dos coches y nos pusimos en carretera. Llamarle "carretera" a aquello, no deja de ser un ejercicio de generosidad. A medida que avanzábamos -yo seguí exactamente al vehículo que me precedía, el de Ulises-, nos fuimos alejando de la civilización y por mucho que preguntara a mis compañeros, ninguno parecía alarmado ni preocupado a pesar de que la marcha era obligatoriamente lenta a causa de los baches -algunos espectaculares-.

Nos adentramos en una especia de selva, bastante lejos de cualquier parte, hasta dar con un poblado donde no habría más de quince o veinte casas de madera, varias chabolas y una barraca grande y bien conservada, con una gran cruz en el dintel de una puerta amplia, de dos hojas. Todas las demás parecían ajadas y mal cuidadas.

Aparcamos en un pequeño llano y bajamos. Debo decir que si desde que llegué el calor húmedo es espeso y pegajoso, allí, en la selva y donde no corre ni un gramo de aire, se vuelve sofocante. Aún así, yo era todo ojos, todo orejas y todo sensaciones.

Nos encontramos reunidos, bajo un techadillo, unas setenta u ochenta personas de todas las edades. Un equipo de música a toda potencia, vomitaba bachata sin parar y mucha gente bailaba, bebía y charlaba con muchísima animación.

Como esperaba obtener fotografías de algo distinto, me cargué con mi cámara, mi chalequillo de fotógrafo -muy útil aunque hubo momentos que me pareció un abrigo-, una sudadera fina, pantalón de hilo y sandalias. Debí dar imagen de profesional gráfico porque enseguida me hacían sitio para disparar.

Nos ofrecieron ron y nos mezclamos con los nativos. Todos muy amables, encantadores y deseosos de charlar con el extranjero. Luego me pedían una foto que yo tomaba gustoso. No imagino para qué pero todo el mundo pretendía que los retratase y si tenemos en cuenta que era una cámara analógica, de rollo, la posibilidad de ver el resultado sería muy remota. Aún así les encantaba posar, contra mis deseos, porque yo prefiero "robar" las imágenes, tomarlas sin que se fuercen las posturas, las sonrisas... como son y al natural. Y aunque me harté de tomar instantáneas robadas, buena parte de la colección es una galería de gente mirando al objetivo, sonriendo o haciendo gestos. Muy artificiales pero documento al fin y al cabo.

A medida que avanzaba la tarde, notaba que dos o tres chicas muy jóvenes presentaban síntomas de borrachera. Hacían gestos raros y se comportaban de manera extraña. Sin embargo, nadie parecía preocupado.

Mientras, "nuestras" chicas bailaban sin parar con los más viejos del lugar. Había dos o tres abuelos, vervaderamente ancianos, delgados como varas de bambú, que se movían con una agilidad envidiable. Tomaban ron y en un momento uno de ellos que calzaba mascota, se puso el baso sobre ella y se sentó muy tieso. Me informaron que era el gesto para decir "ya no bebo mas, ya no bailo mas". Tengo ésa foto.

En un otro momento, varias mujeres me llamaron a voces y haciendo gestos con las manos para que me acercara. Acudí y me mostraron a una de las chicas "borrachas" que estaba en el suelo, temblando y con los ojos vueltos. Me hicieron sitio para que tomara mis fotos -las tengo- y entre disparo y disparo, pregunté qué le pasaba: estaba en trance y no era por la bebida.

Habían estado celebrando, sin que yo notase nada, algún tipo de ceremonia de GA GA -una forma de vudú o santería- y las chicas habían alcanzado el éxtasis religioso.

Me impresionó muchísimo la escena porque nunca antes había visto ni vivido en persona algo semejante.

Tras quince o veinte fotos, una mujer gorda, mulata y simpática, me agarró de la mano y me arrastró hasta el interior de una de las chabolas. Quise hacer alguna resistencia porque no era capaz de imaginar qué pretendía, pero aún así, me dejé llevar.

Dentro, en una casa de una pieza casi toda ocupada por una cama enorme, la mujer levantó un tanto la ropa, por el lateral, para mostrarme a otra de las chicas que estaba allí oculta, encogida y como la anterior, con los ojos vueltos. Parece que tenía un mal trance. La tercera no llegué a verla porque se la habían llevado a algún sitio.

Tras esta impactante experiencia, nos desplazamos a otra chabola más adentrada aún en la selva donde estaba teniendo lugar un "encuentro de cantores".

Es un tipo de cante de desafío o duelo -similar a los del flamenco-, donde dos cantantes se sientan frente a frente e improvisan frases picantes, provocadoras y graciosas sobre las carencias y defectos del otro, su familia, amigos y gustos.

Yo entré allí, me senté en un rincón y me pasé mas de una hora, hasta que terminaron, escuchando a los artistas, aunque la mayoría de las veces no lograba entender el significado del argot, de la intención y del doble sentido.

A la salida iba a comenzar la procesión porque ya se hacía de noche.

La mezcla de símbolos y rituales procedentes de la religión católica y las africanas es impresionante y chocante.

Mientras esperábamos que sacaran a la imagen, llamé a un par de chicos de no más de once o doce años y les pregunté si había un bar por allí. Me señalaron una de las casas, la única que tenía un bombilla encendida en la puerta, que parece que era la tienda de la zona.

-¿Venden cerveza? -pregunté.

Asintieron y les propuse:

-Si me traéis dos cervezas grandes, frías, os doy cinco pesos a cada uno.

Aceptaron enseguida y cumplieron honradamente su compromiso. Los tuve yendo y viniendo cargados las dos horas siguientes. Debieron ganarse su buen dinerillo aquella noche y yo tuve un éxito grande entre mis amigos porque bebiendo a morro, nos liquidamos un buen puñado de litronas.

La procesión era una imagen de una virgen pequeña que llevaban en angarillas entre cuatro. En realidad, la talla tenía una cara de muñeca Nancy inconfundible. Adornada con flores, velas y escapularios, la pasearon lentamente por un recorrido de treinta o cuarenta metros. Detrás, un grupo de no más de quince personas cantando en católico, casi todas mujeres

Al final terminaron en una especie de altar florido, muy florido, enmedio de la mismísima selva. La colocaron en el centro y acabó la ceremonia y mi labor de reportero gráfico.

Sin embargo, aún teníamos otra cosa que ver.

De la barraca grande y bien cuidada, nos llegaba música fuerte y potente y voces, cánticos.

Allí fuimos y entramos en una iglesia protestante de alguna rama que no identifico.

Era un edificio largo y bajo, perfectamente limpio y cuidado y con mas de cuarenta personas, todas de raza negra, oficiando un ritual.

El que dirigía aquello era un tipo grande, negro, vestido con un traje blanco, corbata roja y camisa amarilla y tenía un vozarrón enorme. Todos cantaban y llevaban el ritmo con palmas.

Sintiéndonos invasores -sobre todos, yo-, nos colocamos en un rincón discreto y observamos. Al momento, un tipo delgado y nervioso se acercó y nos preguntó de dónde éramos. Nos identificamos y se largó para cercarse al líder y dejarle la información recogida, supongo. Al poco, el oficiante, sin dejar de llevar el ritmo y cantando a viva voz, nos saludó a todos y nos pidió, especialmente al español, que nos integráramos en Cristo.

Fue la señal para abandonar el lugar, recuperar nuestros coches y volver a Santo Domingo.

Y si el viaje de ida fue convulso, el de vuelta, de noche, sin una maldita farola en todo el camino, se convirtió en un martirio del que, sin embargo, salimos vivos. Y los amigos, de los allí, tan indiferentes para con las cuitas del conductor.

Continuará.

Cuidaros.

lunes, 18 de mayo de 2009

LA HISPANIOLA -DOS-

Saludos.

Haber "decubierto" el bar de María y la Presidente hizo que sin quererlo cambiasen todos mis planes.

De las muchas cosas que me llamaron la atención, hubo una que me tuvo muy preocupado varios días, hasta que terminé por acostumbrarme y verlo como algo normal: todo el mundo lleva pistola. Y la muestra sin tapujos.

Parece ser que es el país del mundo con mayor densidad de armas en relación con la población. Y yo me creo ésa estadística.

Aquel portero con una recortada lo ví repetido en todos los bloques de pisos, edificios, almacenes, tiendas... Y si bien es verdad que nunca presencié ningún altercado, lo cierto es que rara era la noche que no se oían una o varias detonaciones.

Me había prometido mucho sol, playa, buena comida, descanso caribeño y diversiones, después de todo un año de duro trabajo, y casi desde aquella primera noche solo tomaba baños de luna, bebía Presidente como un cosaco y dormía la mayor parte del día.

La cerveza, además de alegrarme la vida, hacerme mucho más locuaz y facilitar que intimara rápidamente con los paisanos -lo que supone un gran avance para mí debido a mi introversión natural-, tuvo la virtud de desinhibirme y quitarme los miedos al volante. Muy al contrario, alegre y osado, conducía como ellos. Al poco, nadie hubiera advertido mis orígenes ibéricos viéndome "manejar".

Uno de los primeros días me llevaron a conocer un restaurante en Boca Chica. Todo de madera y construido como un palafito -sobre pilotes en el agua-, se situaba en una ensenada de aguas transparentes y poco profundas, a las que se podía acceder desde el mismo restaurante.

Tenía, además, una cocina bastante buena y se convirtió en mi favorito. Y no me importaba que estuviese unos treinta kilómetros de Santo Domingo ni que hubiera que tomar la famosa autopista, casi una hora, porque me llevaba mi bañador, me refrescaba y comía bien.

Además, hacían unos excelentes "camarones" -gambas-, al ajillo, en cazuela de barro y con raciones generosas, buen pescado -lo que es raro en el Caribe- y res, vaca. Me hice habitual y amigo del camarero jefe -las propinas hacen milagros-, lo que me garantizaba que me atendieran aunque llegara, como la mayor parte de las veces, casi fuera del horario normal de comidas -me levantaba muy tarde-.

En la autopista, el sistema de pago era una especie de boca metálica donde se depositaba un peso y se levantaba la barrera. No recordar eso me supuso, más tarde, un buen lio.

Santo Domingo tiene un Casco Histórico, herencia española, donde aún se pueden visitar palacios y fortalezas de cierto valor, pero la principal atracción, para mí, era la Calle del Conde.

Esta especie de Calle Sierpes, es la artería peatonal más importante de la ciudad porque todas las tiendas, negocios, bancos y cualquier cosa que pretenda ser algo, está allí. Tiene, también, bares estratégicamente situados que me permitían sentarme, cuando el calor menguaba un tanto, a ver pasar a la gente.

Siempre ha sido una actividad especialmente atractiva para mí. La gente, las caras, los tipos, los andares... me inspiran y me permiten aplicar la imaginación para dotarlos de vidas ficticias.

Además, pasaban cientos de mujeres todas preciosas, todas hermosas, todas deseables.

Negras oscuras, claras, mulatas, casi blancas, blancas... un gama impensable de preciosidades que me maravillaba. Tengo que reconocer que en la República Dominicana la mayoría de las mujeres son más bonitas que en Cuba. Los hombres cubanos, por el contrario, me parecieron por encima de las cubanas.

Debido a que mi relación con mi amiga dominicana -la llamaremos Joanna-, se estaba deteriorando a pasos agigantados -nuestros intereses y formas de divertirnos estaban muy alejados-, tuve que replantearme la manera de ocupar mi tiempo.

Una noche, en el Proud Mary, un tipo regordete ocupaba mi rincón favorito por lo que me senté al lado, en la barra. Acababa de cenar en un restaurante próximo donde servían carnes de los bichos más raros. Allí tomé avestruz, canguro, mono, cocodrilo... aunque notaba diferencias de sabor y textura, nunca perdí del todo la sospecha de que siempre era la misma carne aderezada con distintos condimentos. Y no se porqué, imaginaba que era perro.

Pero estaban buenas y tenía una gran bodega.

El tipo del bar, en un momento, me preguntó/afirmó si era español y enseguida pegamos la hebra. Resultó ser un tipo simpático, alegre y un tanto pícaro. Solo bebía tequila.

Era ingeniero agrónomo y estaba en paro. Hacía poco tiempo que el gobierno conservador había sido derrotado por los socialistas y los nuevos mandatarios decidieron barrer con todo lo que oliera a los anteriores. Mi amigo, al que llamaremos Víctor -sigo manteniendo correspondencia con él-, no era de derechas, pero llamarlo revolucionario hubiese sido excesivo y estuvo trabajando para el gobierno.

La cuestión es que vivía del sueldo de su mujer -doctora- y pasaba las noches agarrado a la tequila y haciendo nuevas amistades. Por supuesto, habitual del Proud Mary e íntimo de María.

Aquella primera noche charlamos sobre su estancia en España, sus estudios en Madrid, las grandes diferencias entre nuestros dos paises, de la buena música, de literatura... de mi visita a su isla y mil cosas más. Nos hicimos amigos.

Como sería costumbre en adelante, cerramos el bar, nos despedimos de María y a pesar de mi evidente zigzagueo, y del suyo, me permitió que lo acercara a su casa en mi coche.

La noche siguiente, después de mi cena de bicho desconocido, me esperaba acompañado de otro tipo. Me lo presentó como Ulises -nombre ficticio también porque al igual que con Víctor, sigo manteniendo contacto-.

Era un tipo de mi estatura, delgado, atildado, poco pelo y figura de atleta. Mas tarde me contó que había participado en una Olimpiada, en mil quinientos metros, sin que su nombre vaya a quedar en los anales de las grandes gestas deportivas. Gran conversador, se dedicaba a los negocios. Exactamente tenía lo que aquí llamaríamos una financiera. En realidad, una oficina de préstamos fáciles con interés por encima de lo legal. No quiero imaginar de qué forma se cobraba los impagados.

Sorprendentemente, siempre vestía camisa de manga larga y eso añadía unos grados a mi apreciación del calor sofocante que padecía. También casado aunque con una extraña relación con su mujer sin que nunca llegara a saber la naturaleza de la misma. Al igual que Víctor, había estado en España y la conocía bien.

Y ya está formado el trío.

Mas o menos de la misma edad, los tres grandes bebedores, todo ojos para las mujeres y dispares criterios sobre gustos femeninos aunque perfectamente compatibles.

Una noche que charlábamos casualmente sobre política, entraron dos tipos con melenas y me los presentaron como españoles. Nos saludamos aunque no les noté mucho entusiasmo y al poco se largaron. Eran vascos, exiliados de ETA. Detrás de ellos, dos armarios con pinganillos en las orejas y gafas de sol los seguían como sombras.

Por supuesto, advertí a mis amigos que jamás volvieran a presentarlos como "españoles".

Otra entró una chica mulata de excepcional belleza y también fuí presentado. Se llamada Odalys -vuelvo a falsificar su nombre real-. Era secretaria en una embajada, delgada, con unos ojos inmensos y una sonrisa de las que te dejan seco, mudo y sin capacidad de reacción.

Con María trabajaba una chiquita muy joven, de tez blanca y ojos claros, que se llamaba Michelle. Especialmente crédula, tomarle el pelo era el deporte favorito de mis amigos. Aunque lo hacían sin malicia, yo nunca participé y la trataba con respeto y simpatía porque me caía bien.

Coleccionaba encendedores y como le regalaba alguno de vez en cuando, que no tenía, debió tomarme algún cariño porque cuando los otros dos intentaban desubicarla con palabrería, solía acudir a mí para que le explicara las cosas o para defenderla de los ataques.

Y entre ella, mis dos congénere, Odalys, María y yo, llegamos a formar un pequeño club nocturno de bebedores, habladores, fanfarrones y reidores. Muchas risas, todas las risas.

Continuará.

Cuidaros.

ADIOS, MAESTRO










Ayer, con 88 años, nos dejaba otro de los grandes, otro maestro.

Salud, Mario.

Nos veremos en el limbo de los justos.

Cuidaros.

sábado, 16 de mayo de 2009

LA HISPANIOLA -UNO-

Saludos.

Hace unos años, recien divorciado, volví a estar soltero y dueño absoluto de mi tiempo, mi dinero y mis decisiones. Eso no significa que lamente los años que estuve casado pues bien al contrario, fue una época plena, intensa y rica hasta que se acabó el amor. Seguir unidos, entonces, amenazaba con estropear la mejor parte de la historia común y optamos por, siendo aún jóvenes, darnos nuevas oportunidades.

Así, volví a elegir en solitario lo que quería hacer en todo momento.

Como soy hedonista por naturaleza y por principios éticos e intelectuales, orienté mis pasos en pos de la mayor atracción, la más poderosa, la que me subvierte y a la que me abandoné sin remisión: las mujeres.

Conocí a varias y a todas las admiré por ser mujeres, por ser inteligentes y por ser bellas.

Usaba internet para entablar unas relaciones que luego, inexcusablemente, deberían llegar a lo personal. Fueron relaciones virtuales pero con el único objetivo de convertirse, mas tarde, en reales, directas y personales, es decir, usaba la red solo como instrumento, de la misma forma que otros, con lenguas envidiables, "ligan" hablando en una discoteca.

Yo escribía y tenía un cierto éxito, de tal forma que una chica dominicana se vino a España a conocerme. Luego le devolví la visita.

Y llegué a La Hispaniola, a la República Dominicana.

Con frecuencia me quejo de los aeropuertos españoles, del desastre de las colas, de las pérdidas de maletas, del desorden perfecto que parece gobernarlo todo... hasta que llegas a países como aquel.

Tocamos tierra sobre las nueve de la noche. A las dos, aún esperaba que me entregaran mi equipaje. Pero lo mejor eran las caras de los empleados cuando reclamaba, porque se adivinaba en sus miradas lo que pensaban. Y debía ser esto, más o menos:

-"¿Qué querrá el español este, con lo rápido y bien que está saliendo hoy el desembarco?

Primera lección: te adaptas o mueres en el intento.

Aunque yo ya había estado antes en el Caribe, la bofetada de calor húmedo no deja de sorprenderte porque solo unos pasos fuera de la terminal y parece que se han llevado todo el aire existente.

Sobre las tres y después de negociar el precio con un taxi pirata -aseguraba el tipo que sabía la dirección de mi hotel-, tomamos rumbo al centro de la ciudad, a Santo Domingo, a través de la única autopista de peaje del país.

La ciudad andaba escasa de luces y como habrán adivinado, ni idea de la calle y ni un alma.

Tras varias vueltas y a punto de desesperar, vimos a un tipo sentado en una silla, a la puerta de un edificio. Paró el taxi y nos bajamos a preguntarle al buen hombre. Pues era el vigilante y estaba dormido, con lo que le pegamos un susto de muerte, a tal punto, que sacó una escopeta de caza, con los cañones recortados, y tuvimos que levantar las manos y repetir varias veces que no íbamos con malas intenciones.

Aquel suceso debió advertirme. De hecho, me advirtió.

Mi hotel, por suerte, estaba justo en la calle de atrás, la paralela.

Pagué al taxista no sin que antes intentara sacarme un extra por el tiempo perdido. Pero ocurre que si te pones serio y niegas tajantemente, como demostrando que te dá igual lo que diga o haga porque no piensas pagar más, terminan por aburrirse, dedicarte unos cumplidos y largarse.

El hotel -que no tenía apenas estrellas-, cerrado y tuve que aporrear la puerta durante varios minutos para despertar al "conserje". Y tras el papeleo de rigor, llegué a mi habitación.

Era un apartotel, habitación amplia, cocina, baño y vestidor. Aire acondicionado de una sola velocidad -muy frío-, que me obligaba a dormir tapado hasta la barbilla. Aún así, mi pecho terminó algo tocado una semana después.

Al día siguiente caí de bruces en el jet lag y apenas me molestó tener que esperar más de tres horas a que me entregaran mi coche alquilado. Estaba zombi y casi no noté el caos circulatorio, por llamarlo de alguna manera, ya que las reglas son que no hay reglas. Cada cual conduce como quiere y puede, de tal forma que estuve todo aquel día valorando si arriesgaba mi vida por llevar un vehículo en un país extranjero.

Al final pudo la aventura. O la locura.

Para adiestrarme en las costumbres locales, decidí iniciarme por la noche cuando, teóricamente, debería haber menos tráfico. Medida acertada siempre que valoremos que si de día conducen de aquella manera, de noche, bebidos y sin otros vehículos que te impidan físicamente correr, la cosa empeora bastante. Aún así, logré llegar a mi destino sabiamente orientado por mi copilota.

Lo de sabiamente puede ser relativo si antes no haces un cursillo sobre señales manuales de lo que significa "tuerce por ahí", "gira a la derecha", "esa calle" o "después de la siguiente cuadra", con gestos convencionales... allí. Aquí podríamos interpretar cualquier cosa menos una indicación porque no es lo mismo, para mí, el este que el oeste, el norte que el sur. Y las diagonales.

Íbamos a un bar propiedad de una chica española, de Granada, que llevaba veinte años viviendo allí. Se había casado y divorciado con un nativo y tenía dos hijas. Se llamaba María y había puesto a su bar el "Proud Mary" -el clásico de la Creedence Clearwater Revival-. Por supuesto, toda la música que pinchaba, toda, era de nuestros tiempos, de los de María y mios, es decir, de los sesenta y setenta. Ya solo por eso me cayó bien. Luego, además, nos hicimos amigos y resultó ser una mujer excepcional.

Era un local pequeño, agradablemente oscuro, todo decorado con motivos de aquellas décadas y siete u ocho ventiladores a todo trapo. María se negaba a poner aire acondicionado porque, decía, "le quitaría personalidad a su negocio". Quizás tuviese razón aunque muchas veces hacía menos calor fuera que dentro.

Nos presentaron, nos orientamos y nos curriculamos. Y pedí cerveza. Y descubrí la Presidente. Magnífica. Las sirven en botellas heladas, con una servilleta de papel atada alrededor y está fantástica.

Continuará.

Cuidaros.

PITOS Y SILBIDOS

Saludos.

Como la inmensa mayoría de los aficionados al fútbol de éste país, yo también estuve presenciando la final de la Copa del Rey. Y de la misma forma, reconocí el mérito del Barcelona para llevársela. Juegan más, juegan mejor y ganan.

Muchísimo mérito para el Athletic de Bilbao porque con una plantilla mediocre, ha logrado un éxito impensable.

Pero lo sucedido en los inicios del partido, cuando sonó el Himno de España y ambas aficiones mostraron sus ideas nacionalistas abucheando, al margen de que a mí me parezca una falta de cortesía, educación y respeto -crea o no en unos u otros-, no me sorprendió en absoluto.

Se esperaba, lo esperábamos. No nos engañemos.

Quien no conozca a estas alturas que tanto catalanes como vascos aprovechan cada ocasión que se les presenta para hacer exhibición de sus preferencias, es que no vive en la realidad del país. Y probablemente, generalizar sea injusto.

El suceso, además de las manipulaciones de TVE y el cese del responsable de la censura, ha sido comentado hasta la saciedad. He leído todo tipo de críticas y algunas, desgraciadamente, disparatadas. Otras, mesuradas y tranquilas.

Y el suceso, que no debería haber pasado de ser una anécdota mas o menos desagradable, se ha magnificado -por la supuesta parte agraviada-, hasta convertirlo en... ¿una cuestión de estado?

Los símbolos tienen el valor que tienen. El himno, la bandera, el escudo, la corona... son símbolos. Solo eso.

Ni le debemos adoración, ni veneración ni nada parecido. Solo respeto. De la misa forma y no otra, en que esperamos respeto hacia nosotros mismos por los demás.

El incidente es una falta de respeto. Punto. Darle otra lectura es elevarlo a un nivel que no se merece. Si son maleducados, se les dice y se acaba la discusión.

En cualquier caso pensemos -si es que queremos buscar una parte positiva, revanchista, en todo esto- que tantos unos como otros deben jugar en competiciones "españolas" -porque sería imposible e impensable que lo hicieran en sus propias ligas-, y que les guste o no, deben acudir a recoger los trofeos de la mano del que presta nombre a ésa copa.

Deberíamos hacer un esfuerzo para no abonar las razones de quienes no las tienen, de no alimentar pensamientos excluyentes -los nacionalismos, grandes o pequeños, son eso- y de pensar que si añadimos fronteras mentales a las físicas, estaremos caminando hacia atrás, hacia propuestas que deberían haber sido superadas hace tiempo.

Y esperemos, como declaración de intenciones, que nosotros, los demás, no hagamos lo mismo cuando se presente la ocasión y silbemos y pitemos a los aficionados maleducados, vascos y catalanes, cuando canten sus himnos.

Cuidaros.

lunes, 11 de mayo de 2009

EL MONAGUILLO CANTOR

Saludos.

En otros tiempos, ser monaguillo parece que te daba un cierto plus en la sociedad y sin embargo, el famoso refrán que sentencia: "si quieres tener un hijo pillo, mételo a manguillo", parece que fracasó conmigo -como en toda regla que se precie-.

Nunca fuí pillo y cuando pude serlo, me dió vergüenza.

Yo era un niño especialmente tímido y no obstante, mi vecino Rafa, quien sí que reunía todas las condiciones, me convenció para decir la misa tridentina, en latín y de espaldas a la clientela.

Rafa era más alto que yo, muy delgado y casi todo cabeza -imaginaros un Chupa Chups con dos patas como alambres-; tenía una bicicleta -algo excepcional en la zona- y con ánimos de que me la prestara alguna vez, me dejé convencer para ayudar en misa.

En el barrio donde yo vivía había un colegio público para niños y otro para niñas separados, convenientemente, unos quinientos metros. También un tercero, de religiosas, con internas femeninas. De pago.

Éste colegio de monjas estaba anexo a la iglesia y por lo tanto, usuarias habituales de las dependencias y sus servicios.

El primer día Rafa me llevó ante el cura, D. Gregorio -no olviden el D.- y tras besarle la mano, como era obligado, me aceptó de "aprendiz" de monaguillo. La primera tarea fue buscarme la ropa adecuada a mi tamaño. Tenían dos o tres en un armario, que olía a alcanfor, y tomaron la que mejor se me adaptaba pero que, como trágicamente veremos luego, me estaba un poco larga.

Rafa, adiestrándome, me dió algunas orientaciones, algún consejo y sobre todo, que siguiera sus indicaciones durante el oficio. Debimos haber practicado un poco antes.

Llegó el día señalado para mi debut y tomamos las posiciones de rigor para salir a escena: D. Gregorio delante con sus manos unidas en el pecho, Rafa después y yo el último. Al entrar al recinto desde la sacristía, una oleada de calor me abrasó por dentro y a punto estuve de salir despavorido: la iglesia estaba a rebosar de niñas de uniforme. Niñas de entre cinco y doce años.

Aún desconozco qué me obligó a seguir andando pero ya entonces supe que me adentraba en un terreno erizado de enemigos. Una misión suicida de la que no esperaba salir con vida.

Yo era un chico rellenito, por lo que tenía unos mofletitos que se habían puesto de un rojo intenso y las niñas lo notaron. Apenas tomé mi posición, comenzaron los cuchilleos y los ssssshhhh de las mojas que patrullaban entre las filas de bancos.

Comenzó el acto y haciendo lo que me indicaba Rafa por señas, la cosa marchaba aceptablemente. Llegó un momento en que tuve que cambiar el librote del ritual que descansaba sobre un atril de apariencia pesada. Temiendo que no pudiera con el peso, lo alcé haciendo acopio de todas mis fuerzas y no salió volando por pura casualidad. Resulta que el atril no era macizo y apenas pesaba un par de kilos.

Las risas me llegaron alto y claro, con lo que el rojo intenso pasó a ser profundo.

El instante decisivo se acercaba.

Hubo un momento en que tratando de disipar los nervios que me atenazaban, inicié un pequeño movimiento de balanceo adelante y atrás. Y mira por donde, una de las veces en que apoyé los talones, pisé el borde de la sotana y me quedé trabado. La tela me tiraba hacia atrás y no podía empujar hacia adelante.

Fue horrible.

Durante más de dos minutos estuve en equilibrio, sin poder recuperar la verticalidad, sudando, acojonado y a punto de la apoplejía. Rafa me hacía señas y llegado un momento, sin disimulo alguno, como diciendo "¡qué haces, imbécil, muévete!". Pero ninguno de los dos se habían percatado de mi estado semi comatoso y hasta D. Gregorio giró la cabeza y con un magnífico movimiento ràpido, digno de un remate de cabeza en una final, me ordenó que siguiera con el acto.

Sumemos al desastre las risas ya indisimuladas del graderío femenino y tendremos a un manguillo que empezó y acabó su carrera el mismo día.

Se soltó por fín y acabamos, creo -porque desde entonces he sufrido lagunas de memoria-. Por supuesto, no fuí convocado de nuevo nunca más. Tampoco hubiera ido.

Pero mi relación con la iglesia no había terminado.

Un tal Padre Pedro, de Misiones Interiores, quería formar un coro y nos congregaba por las tardes para hacer pruebas en busca de nuevos talentos. Íbamos en grupos de ocho o diez y reunidos en torno al cura y el órgano, intentaba que nos pareciéramos a un grupo de voces coordinadas.

Llegado el día de mi actuación, el Padre Pedro -luego hablaré de él sobre otros asuntos-, se giró en un determinado momento y miró al final del grupo. Allí estaba yo. Me ordenó acercarme y me puso en las manos una partitura, me dió algunas instrucciones y comenzamos a cantar.

Después de mí, fichó a Benito, como suplente. Y me convertí en el cantante solista del coro.

Parece que debía tener una voz limpia y clara porque desde entonces actuaba en solitario, por delante del resto y no solo en las misas normales. En un acto de importancia al que acudió el Obispo, canté en las escalinatas, frente a la esplanada repleta de gente, tres pasos más cerca de las autoridades, ganándome las felicitaciones de tan alta eminencia y sin que la jerarquía llegara a saber nunca el mal rato que aquello supuso para mí. Y mi familia, por supuesto, orgullosísima.

Un día, sin saber porqué, mi voz dijo "ya no sigo" y se mantiene hasta hoy. Y Benito ocupó la primera plaza.

El Padre Pedro desapareció, sin aviso ni justificación, dejando el coro huérfano. El Padre Pedro había realizado "tocamientos" al algunos chavales. El Padre Pedro nos confesaba paseando, con su brazo echado cariñosamente encima de nuestros hombros y su mano toqueteando nuestros pechos. Alguien lo vió. Y alguien, el listo del grupo, nos explicó lo que aquello significaba.

Nunca volví a la Iglesia.

Cuidaros.

domingo, 10 de mayo de 2009

LA VENDIMIA -CUARTA PARTE Y ULTIMA-

Saludos.

Le cognac. El coñac.

Lo que nos tomábamos tras la comida, en la misma tacita del café, apenas un dedo, tenía sesenta grados. Pero era algo sublime: dulce, suave, intenso, aromático... riquísimo. Pero cuando llegaba abajo, al estómago, los grados hacían su trabajo y las jornadas de tarde, normalmente, eran la mar de divertidas. No recuerdo haber ido a trabajar tan contento en todo el resto de mi vida.

Dos o tres días de vendimia y comienzan los problemas. La pareja de franceses, dos tipos jóvenes y delgaduchos, cuchichean toda la jornada y van muy lentos, lo que nos obliga, al transportista cargado de cubos llenos de uvas, a hacer largos recorridos para mantener el frente de las cuatro parejas mas o menos uniforme.

Cuando me toca a mí llevar los cubos, me cabreo y con mi mala cara habitual, me acerco a ellos y "le ordeno"a uno que se cambie con Pepe. De tal forma que las parejas hispano francesas sean mixtas. Eso mejora el ritmo y asegura que avancemos a un mismo nivel. Pero ellos no opinan igual y se quejan al patrón.

El monsieur nos llama y nos hace entender que tranquilos, que no nos agobiemos y que trabajemos al ritmo de los demás. Las parejas, por tanto, vuelven a unificarse por nacionalidades.

Entendido. Desde ése momento, el que acarrea cubos se "pasea" con total placidez.

Sin embargo, el acto de elevar el cubo para descargarlo en el remolque, hace que parte del líquido nos resbale por la mano y llegue al codo. Eso, dos días después, nos produce dolores intensos en los codos porque la humedad se acumula ahí. Para protegernos, debemos usar unos manguitos largos, de plástico, que impermeabilizan el brazo.

Esta zona es mucho más triste que la anterior y ni siquiera tenemos un bar donde refugiarnos. Es gris y oscura y el mal tiempo general no invita a salir al finalizar la jornada. Sin embargo, los dos franceses, los delgaditos, tienen ganas de medirse con nosotros y nos desafían a petanca.

Sin haber tocado en nuestras vidas las bolas metálicas, en un par de intentos conseguimos "dominar" el juego. Aunque parezca estraño y poco creíble, les ganábamos dos de cada tres partidas.

Y cuando el mal tiempo hacía imposible jugar fuera, me desafiaban, a mí -mi hermano y Pepe "pasaban"-, a ajedrez. Pues ahí, también, yo era mejor. Es un juego que me apasiona desde pequeño y del que tengo un cierto dominio.

Pues para la honra patria, también ganaba dos de cada tres partidas.

Fue un tiempo monótono y sin grandes asuntos que destacar hasta que llegó el final de la cosecha: el patrón nos pidió que nos quedáramos unos días, al mismo precio, para limpiar el habitáculo donde había ido depositando las uvas y que al ser retiradas, había quedado bastante sucio.

Era un hueco cuadrado, en el suelo, de casi tres metros de profundidad. Tenía un sistema de aspiración del grano y como enseguida que se recolectó lo habían vaciado, quedó con casi una cuarta de líquido en el fondo. Nuestro trabajo sería evacuar ése líquido y dejarlo limpio.

Pero no es tan sencillo. El jugo de la uva desprende olores ácidos muy potentes y peligrosos. Por ello, para bajar al pozo aquel, debíamos atarnos una soga a la cintura -por si nos mareábamos-, que controlaban los otros dos desde el borde. Además, teníamos que llevar con un pañuelo en la cara. Y nunca más de unos minutos cada uno.

Acabada la limpieza sin bajas en el personal, nos encargó, por otros días más, que le limpiáramos un campo de piedras. Como el anterior patrón, tenía varias parcelas y alguna otra en preparación para incrementar su producción. Pero la zona era pedregosa y había que reritar ésas piedras antes de acometer la plantación de vides.

-¿Sabéis llevar un tractor? -preguntó ella.

-Por supuesto -respondimos.

Pues manos a la obra. El remolque lo llenábamos de pedruscos que luego llevábamos a una especie de vertedero de piedras. Todo bien, todos contentos hasta que...

Al regreso de la jornada, lógicamente, volvíamos conduciendo el tractor. Pero atravesábamos el pueblito a tal velocidad que un gerdarme acudió a quejarse al patrón.

Un día más tarde, nos ajustó la cuenta y nos envió para España.

Y llegamos a Irún.

Primero nos sorprende que había docenas de guardias civiles controlando al personal; luego que nos miraran los pasaportes con lupas y aunque ninguno de los tres podamos físicamente pasar por vascos, aunque lo pretendamos, mi apellido despierta alarmas porque tiene origen allí. Al final, pasamos.

Más tarde, en Irún pueblo -teníamos varias horas hasta el enlace para Sevilla- nos encontramos una caravana de coches blindados de la Guardia Civil, patrullando por las calles.

Y cuando entramos a un bar a comer algo, un amable camarero, simpático y bromista, nos prepara unos bocadillos descomunales. Ya entonces supe que por el norte de España se come en cantidades industriales. De lo que sea.

Otras dieciocho horas de tren -español- y al llegar a Sevilla y tratar de cambiar los francos por pesetas, descubrimos que de las veintiséis que nos daban al partir, habían bajado a dieciocho. Y nos dicen, además, que todos los años, al final de la vendimia, el franco se devaluaba un poco.

Pero pudimos pagar nuestras deudas.

Luego, muy poco tiempo después, encontraría otro trabajo de más largo alcance.

Fin.

Cuidaros.

LA VENDIMIA -TERCERA PARTE-

Saludos.

El tren que nos traslada desde Corneilhan a Cognac es un TREN. Los asientos dispuestos en filas de a dos, todos mirando en dirección a la marcha, ventanales enormes, limpio, rápido y silencioso. Hoy no nos llamarían la atención, pero en la época de que hablo, suponía todo un descubrimiento. Y para unos catetillos como nosotros, efecto "boca abierta". Por casi todo.

Solo teníamos ojos para mirar por los amplios ventanales y absorver. Vemos extensas campiñas hasta el infinito, regadas -regularmente-, por anchísimos canales pletóricos de agua.

Vemos autopistas llenas de coches, aeropuertos, paradas a las que llegamos silenciosamente y partimos, al poco, de la misma manera. Gente que sube y baja muy seria, muy a lo suyo. El ambiente es cómodo y relajado y las conversaciones apenas se escuchan.

Tan distinto es todo que te sientes un poco fuera de lugar y tienes la sensación de que no cuadras allí, de que todos te miran como bicho raro, cuando la realidad es totalmente distinta y nadie repara en nadie.

Pero yo si.

Yo soy una máquina de grabar sensaciones e imágenes y sin saberlo, archivar los datos que me están permitiendo escribir esto hoy.

Y como soy curioso y todo me llama la atención, aquel cúmulo de referencias nuevas, diferentes y tan llamativas -para mí-, se quedan fijadas en mi mente sin solución de continuidad.

A pesar de que el tren siempre me a adormecido -el suave run run y el traca traca de las juntas de raíles me producen un efecto somnífero notable-, aquel viaje lo hice con los ojos abiertos como platos.

Unas horas después, la fantástica obra del puente de Burdeos, en la desembocadura del Garona: altísimo, larguísimo y espectacular, con unas vistas formidables.

Un poco más adelante, el tren gira de nuevo hacia el este y nos adentramos en la comarca del rio Charente, hasta nuestro destino.

Nos recoge al llegar un tipo alto, muy serio, al que le salen vellos por el puño de la camisa, "amanerado" -luego descubriría que tenía reminiscencias de nobleza y cuyo apellido compuesto no logro recordar-, que apenas habla español aunque lo suficiente para entendernos. También descubriría que la tarea de comunicarse con nosotros se la dejaba a su mujer, quien hablaba nuestro idioma pero con grandes carencias.

Un par de días más tarde, viendo un informativo en la televisión ¡en colores!, me atrapó la noticia de que un político de renombre se había pegado un tiro enmedio de un bosque. La señora -de la que que nunca llegué su nombre-, me preguntó muy amablemente, con suavidad exquisita:

-¿Estás entendiendo lo que dicen?

-Creo que si -repuse, narrándole lo que yo había interpretado.

Ella asintió, aprobando y me dijo:

-Si te parece bien, yo te hablaré en español y tú me corriges, y al contrario. ¿De acuerdo?

-Por supuesto.

Desde ése momento, ella me trasladaba todo en su imperfecto español -que yo retocaba- y yo le respondía en mi más que escaso francés, modificando ella mis errores. Fue un buen acuerdo y muy productivo para ambas partes.

Llegamos a una casa muy grande, aislada, señorial, donde nos había adaptado la biblioteca como dormitorio. Tres camas y cientos de libros, todo de madera y que me encantó. Sin embargo, tras un biombo, en una esquina, un lavabo y un bidet. Punto.

Por supuesto, después del primer día de trabajo, exigimos una ducha. Nosotros, le dije a la señora, nos duchamos después de la fanea en el campo, cuando llegamos todo sucios y sudorosos. Hubo cónclave entre el matrimonio y accedieron a que usáramos la bañera del piso superior, la familiar.

Era un obra de arte: de material -probablemente bronce-, brillante, con grifos muy barrocos e historiados y con cable de "teléfono" -novedad absoluta-, pero... sin cortinas ni nada que frenara el agua, de tal forma que hubimos de ingeniarnos para nos salpicar todo el bonito piso de madera. Conclusión, duchas sentados. Incomodísimo pero ducha, al fin y al cabo, diaria.

Comíamos todos juntos -matrimonio y nosotros tres- y descubrí que me habían educado aceptablemente bien: no sorbía la sopa con grandes aspiraciones, usaba los cubiertos adecuadamente, masticaba con la boca cerrada y usaba la servilleta. Pepe no.

Y también descubrí que servían ¡quesos de postre!

Después de los dos platos habituales, ensalada siempre, un cafetito negro y cortito y un chupito de cognac -luego me extenderé-, se presentaba la señora con una bandeja grande y sieto u ocho clases de quesos diferentes. Y a pesar de nuestras primeras reticencias -mentales-, resultó muy agradable terminar la comida con la mezcla de gustos de los varios tipos de texturas y sabores. A mí, que siempre me encantaron, aquello terminó de convencerme para que, vaya donde vaya, pida y cate los quesos de cualquier sitio donde se produzcan.

La vendimia en la Charente era muy diferente a la de Languedoc-Rosellón porque las vides son altas, sujetadas con alambres y se trabaja de pie, lo que lo hace mucho más soportable. Y porque hace un frío descomunal.

Los catetillos veníamos de tierras calientes y en la primera vendimia hizo bastante calor. En la segunda nos enfrentamos, sin la protección suficiente, a unas temperaturas bastante bajas y un viento racheado que batía sin piedad. Además, muchos días acompañado de agua nieve.

En muchos momentos debíamos detener el trabajo y acercándonos al tractor, poner nuestras manos en el tubo de escape, que normalmente está al filo del rojo, para recuperar el movimiento de los dedos.

Este equipo era mayor que el otro: seis nativos -cuatro chicas y dos chicos-, y nosotros tres. El patrón, a bordo del tractor con el remolque, recolectando los cubos que uno, por turnos, le acercábamos. Y los cuatro equipo de a dos, cortando sin cesar.

Estas uvas no eran para vino tinto, sino para coñac.

Continuará.

Cuidaros.

jueves, 7 de mayo de 2009

GRAN FINAL

Saludos.

Anoche, como casi todos, estuve presenciando el Chelsea-Barça. Y como casi todos, me alegro infinito porque la apuesta de hacer fútbol se impusiera a la contraria, a la de no construir nada, la de destruir amparados en la fuerza.

También coincido con quienes consideran justo el pase del Barça -a pesar de los varios errores arbitrales-, porque frente a un muro de once portentos físicos, unos pocos señores bajitos, delgadillos y poca cosa, demostraron que fabricar buen juego es posible frente a cuerpos tan descomunales.

La insistencia, la fé, la perseverancia, la convicción de que se estaba haciendo bien y que eso tendría que dar fruto en algún momento -aunque muchos desesperábamos viendo pasar los minutos-, logró que ése tipo de aspecto endeble, cara como demacrada, sencillo y paisano de todos los paisanos del mundo, enganchara un chut formidable y alojara ése balón, de vuelo irregular, en el fondo de la portería de la muralla de carne musculosa que tenía delante.

Iniesta es, para mí, uno de los mejores jugadores que han pisado los campos españoles en muchos años.

Si la suerte le acompaña y su frágil cuerpo no es masacrado por algún obtuso, puede brillar poderoso en la historia del fútbol hispano.

Y en Roma, la Gran Final.

Un Manchester que construye y un Barça que también, y mejor, nos deberán ofrecer una de las finales más espectaculares desde hace mucho tiempo.

Si el Barça dispone de todo su personal y el listísimo de Ferguson no decide amarrar atrás -porque los catalanes no saben hacerlo-, las dos delanteras más voraces de Europa, en estos momentos, nos regalarán otra joya para la posteridad.

Y faltan por aparecer los Messi, Henry, Etoo...

El 27, que seré azulgrana por dos horas, quiero cantar los goles de los catalanes como si fueran de los mios.

Cuidaros.

miércoles, 6 de mayo de 2009

LA VENDIMIA -SEGUNDA PARTE-

Saludos.

Terminada la jornada, sobre las seis de la tarde y tras tomarnos una reparadora ducha, salíamos a pasear por el pueblo.

Nuestra decepción fue grande desde el primer día puesto que en allí solo había un bar y cerraba a ¡las ocho! Era un local pequeño donde raramente llegamos a ver a más de tres paisanos reunidos y tenía una mesa de billar.

Ipso facto, nos hicimos clientes habituales. Allí descubrimos el Pernod Ricard y los Gitanes, cigarrillos de tabaco negro, lo más parecido a nuestros Ducados y Celtas. Pero el pernod era una cosa excepcional puesto que nosotros éramos cerveceros por naturaleza y la pedíamos en botella o en presión -de barril-, mientras echábamos unas partidas en la mesa de tapete verde.

El primer día que nos empujó fuera a las ocho, nos obligó a regresar -ya era de noche- y dedicarnos a jugar a las cartas hasta la hora de dormir, lo cual no parecía una actividad muy atractiva si pensamos que teníamos contrato para un mes.

Puestos a cavilar, se nos ocurrió "negociar" con monsieur Basile, el dueño del bar, que cerrara más tarde. Dicho y hecho, el día siguiente y tras muchos esfuerzos, logramos convencerle a cambio de un mínimo de consumo de bieres.

Cuando regresábamos a nuestro refugio, nunca después de las diez, el pueblo estaba muerto.

Algunas de las cosas que más me llamaron la atención fue ver tantas razas coexistiendo juntas. Desde los altos y rubios ingleses -que llevaban la discografía de los Dire Street completa y la ponían sin parar horas y horas-, pasando por negros de todos los tonos, hasta los vietnamitas, los descendientes de los adeptos al régimen francés cuando tuvo que salir, de mala manera, de Indochina y se los trajo en pago a sus servicios.

También me causaban sorpresa y risas que los motoristas, todos, usaban cascos. Pero la risa la provocaba que lo llevaban incluso con los Velosolex, lo que parecía excesivo para tan poca moto. Además, estaba de moda modificarles las manijas y cerrarlas hacia dentro, con lo que hacían aún más ridícula la estampa. Mucho equipo, estética y protección para no pasar de sesenta o setenta kilómetros por hora.

Me llamó mucho la atención que los coches llevaran todos luces amarillas y ante mis preguntas, el patrón me informó que era zona de nieblas casi todo el año. Es posible que fueran las ideales para eso, pero lo cierto es que de noche, con dichas luces, no se veía ni un pimiento.

Y las prostitutas. Los domingos, día libre, nos íbamos a la ciudad de Beziers, la más grande y cercana a Corneilhan, el pueblito donde trabajábamos. La recorrímos, en plan turistas, visitando sus monumentos más destacados, sus parques, sus museos, sus avenidas...

Inevitablemente, llegamos a los "bajos fondos". Ante una puerta de aspecto anónimo y nada destacable, una fila de tipos, ocho o diez, esperando. Resulta que conocíamos a uno de ellos, un tal Manuel, y lo saludamos. Eran todos españoles.

-¿Qué hacéis aquí? -quisimos saber.

-Echar un polvo -repuso con expresión de "¡vaya pregunta tonta!, ¿no lo ves?"

Y en efecto, estaban ante un prostíbulo. Pero la sorpresa fue mayúscula cuando vimos aparecer a un par de las trabajadoras del sexo, dando paso a los siguientes clientes.

Nos cortaron el aliento: Impresionantes, espectaculares, jóvenes, hermosas, lozanas, bellas y limpias. Algo inaudito. A pesar de la reacción, no caímos en la trampa de dejarnos allí las ganancias que con tanto esfuerzo nos estábamos mereciendo y reprimimos los deseos. Pepe estuvo insistiendo un buen rato, porque se había recalentado,hasta que llegamos a amenazarlo con que volvería solo si continuaba dando la tabarra. Le sugerimos un poco de amor propio -entonces no se llamaba así-.

Para superar el arrebato no satisfecho, nos metimos al cine y vimos Apocalypse Now, en francés. Aún perdiéndome la mitad de los diálogos, me pareció una magnífica película. Y aunque como sustitutivo no es recomendable, al menos tuvo la virtud de llevarnos la mente en una dirección diferente.

Un sábado, en la puerta de la discoteca ambulante, se organizó una reyerta entre franceses. Nosotros, prudentemente, nos mantuvimos al margen. No obstante, observamos que se pegaban con mucha cuatela, con las manos abiertas y poco. Nos aseguramos a nosotros mismos que de habernos visto implicados, nuestros nudillos, pies, codos, dientes y rodillas hubieran trabajado a destajo. Viendo a los contrincantes pegarse, nosotros, machotes españoles, hubiéramos necesitado dos o tres para cada uno.

Dentro conocimos a unas chicas de Valladolid, vendimiadoras como nosotros pero en otro pueblo. Al saber que éramos sevillanos, una de ellas, algo achispada, me pidió que le enseñara a bailar sevillanas.

Ocurre que: jamás he sabido bailar sevillanas; que ni estando borracho soy capaz de dar tres pasos y que en una discothéque francesa, con música disco atronando de fondo, no enseño ni la lengua.

Ella insistió tanto que por fín, con ánimo de acabar cuanto antes y por las intenciones que nos mantenía allí con las chavalas, hice el papelón de levantar las manos y dar un giro. Debió salirme tan mal como realmente fue porque exclamó:

-¡Pero si no sabes!

Entonces, cabreado y aliviado a la vez, le repuse:

-¡Pues claro, llevo toda la noche diciéndotelo!

Aquella noche, bien tarde, volvimos andando hasta Corneilhan sin haber ligado -ni gratis ni de pago-.

Se acercaba el final de éste primer contrato -luego teníamos otro en otro punto de Francia-, y para celebrarlo, el patrón organizó una fiesta familiar. Por supuesto, estábamos invitados.

Nos pagó íntegros nuestros salarios -incluídos el día de huelga y el mío de enfermedad- y nos felicitó por el trabajo realizado. Quiso saber si volveríamos al año siguiente y cuando ya el vino estaba haciendo efecto, me declaró que estuvo muy "mosca" durante unos días, porque ni mi hermano ni yo teníamos aspecto de vendimiadores, lo cual era cierto. Luego, dijo, viendo cómo trabajábamos, se alegró mucho.

En un momento de la fiesta necesitamos más bebidas porque le pegan al tinto a destajo. Bernard, el patrón, me preguntó si sabía conducir y ante mi respuesta afirmativa, me entregó las llaves de su coche.

Era un modelo de Renault que no se vendió en España. Tenía el cambio en la barra del volante -cosa nueva para mí- y ajustado el asiento a su tamaño. La bebida ya consumida nos estaba haciendo efecto y yo, lanzado y prepotente, sin ubicarme correctamente, los llevé hacia donde me indicaba.

Solo la suerte evitó que en llegando a un stop, que no ví, no nos arrollara otro coche que nos dedicó una hermosa y sonora pitada.

Bernard se puso lívido y aunque no llegó a decir nada -probablemente no le hubiera salido la voz del cuerpo-, su mirada me hizo encoger no pocos centímetros.

Muchos buenos deseos, unos cuantos "hasta el año que viene", besos a Simone -Dominique no acudió a la despedida-, y nos largamos en tren desde la costa mediterránea a la atlántica, a Cognac.

Continuará.

Cuidaros.

lunes, 4 de mayo de 2009

LA VENDIMIA -PRIMERA PARTE-

Saludos.

Hubo un tiempo en que pensaba que era capaz de llevar un negocio y me embarqué en ello. Era joven, ambicioso y tenía la fuerza necesaria, pero me faltaba algo y el negocio fracasó -como mas tarde volvería a fracasar otra nueva aventura, que sería la última-.

Durante un tiempo, poco por suerte, las cosas se me pusieron mal y tuve que recurrir a la imaginación para poder seguir comiendo. De las muchas opciones que se me presentaban, la que me pareció más rentable y rápida -necesitaba pagar deudas pendientes con cierta urgencia-, fue irme a la vendimia francesa.

Un amigo, que viajaba allí todos los años, nos animó a mi hermano y a mí y emprendimos la marcha. Debo confesar que nunca antes había trabajado en el campo. Mis trabajos anteriores habían sido administrativos, técnicos y manuales y por tanto, tenía un cierto recelo a lo que podría resultar como temporero agrícola. Pero acepté el reto.

Eran años de veintitrés horas de tren a Portbou, vagones que algunos momentos me hicieron recordar a los judíos alemanes y cientos de familias completas cargadas de bolsas, maletas y panes grandes como ollas.

Se unió a la comitiva otro chaval que iría con nosotros y al mismo patrón. Era también sevillano, estudiante y un poco fanfarrón.

También tiempos de pasaporte a Francia, de esperar horas a que un guardia desangelado, aburrido y monótono, te estampara un sello descolorido en una cualquiera de las hojas de aquella cartilla azul, de pastas duras y con aguila dorada en la portada.

Era mi primer pasaporte y lo había "sacado" porque firmamos un contrato con una empresa francesa que montaba centrales eléctricas. Estaban levantando una en Irán, el Irán del Sha de Persia, en la ciudad de Abadán.

Todo convenido: gran salario, dietas y otros conceptos, que nos hubieran situado en un nivel muy cómodo en la sociedad. Dos años deberíamos estar allí. Y tan solo a dos... días para partir, el Imán Jomeini, el barbudo talibán mahometano, logró espantar al Sha y quedarse con el país entero.

Por supuesto, nos comunicaron desde la central francesa que el contrato quedaba congelado y que al nuevo Irán no le agradaban los forasteros -y lo llevaron al extremo de ejecutar a varios de los trabajadores de la empresa-. No obstante, dijeron, tenían otra construcción en marcha, en Arabia Saudita, que nos ofrecían como alternativa.

Por supuesto, aceptamos. Y como estaba escrito -en el libro del profeta, supongo-, un mes antes de partir el sobrino del Rey Fahd da un golpe de estado, despide a su viejo tío y también se queda con el país entero, incluídos los pozos de petróleo.

Algo no iba bien. Una tercera propuesta fue trabajar en un kibutz israelita en momentos en que los tiros eran frecuentes entre judíos y palestinos, como casi toda la historia, que desechamos por amor a lo propio.

Y como ya no nos fiábamos de lo que el destino pudiera tenernos guardado, renunciamos a las aventuras extraterritoriales de largo alcance.

Tomamos, pues, el camino de Francia, a la vendimia, que estaba mucho más cerca.

Haber estudiado algo de francés en el colegio me predisponía, iluso, a entenderme con los galos, pero para mi sorpresa, el patrón, un tipo cuadrado y con un bigote divisable a trescientos metros, hablaba un español/andaluz/afrancesado de mondarse de risa. Se conocía todos los tacos -en ésa jerga- imaginables y no se cortaba un pelo en soltarlos a la menor ocasión.

Por suerte para nosotros, nos habían dispuesto una especie de dormitorio ubicado al fondo del garaje de los tractores, separado por un tabique, con un baño y una cocinilla. La familia dormía en el piso superior de la casa. Cuando comenzamos a hacer amigos entre los demás trabajadores españoles dispersos por el pueblo, comprobamos que teníamos, con diferencia, el mejor alojamiento.

El equipo los formábamos los cuatro españoles, el patrón Bernard, la patrona Simone, el hijo del patrón Alain y la señora del hijo del patrón, Dominique y el otro hijo Fernand, grande y poderoso jugador de rugby.

El primer día acabamos rendidos y con los riñones hechos puré, pero lo superamos bien. El segundo fué peor, pero también le echamos arrestos y nos ganamos el salario. Y a partir del tercero, ya éramos "profesionales recolectores de uvas francesas". De primer orden.

La idea era formar tres equipos de dos que atacaban las hileras de vides por ambos lados. Otros dos, por turnos, acarreaban los cubos -paniers- hasta el tractorcito con remolque que conducía, cómodamente instalado, el monsieur Bernard y que se desplazaba entre las filas de cepas.

Cuando te tocaba panier, la cosa iba bien. Pero para cortar la uva, nos proveyó Bernard de unas tijeras de podar, ciseaux, que cortaban los dedos con una facilidad pasmosa. No resultó extraño que todo el tiempo, incluso cuando ya tenía la práctica necesaria y fruto del sufrimiento, vendimiara con los dátiles reforzados de tiritas coloreadas de rojo.

Pues resulta que a pesar de nuestra inexperiencia y de los riñones triturados, siempre terminábamos nuestras hileras antes que los nativos. Las dos parejas españolas -que pronto quedó en trío porque el amigo fanfarrón sevillano no soportó el esfuerzo y pidió la cuenta-, teníamos tiempo para, llegados al final, fumarnos un cigarrillo, comer unas almendras y esperar al resto.

En aquel pueblo, todos los campos de vides estaban rodeados de almendros y los frutos se pudrían en el suelo sin que nadie los cogiera.

También descubrí que las ardillas pueden pulular por los árboles, cerca de los humanos, sin que a éstos les parezcan, como me pareció a mí, una hermosa curiosidad desconocida hasta entonces. Y los animalitos no se espantaban ni huían despavoridos.

A una semana del inicio, fuí acortando el cigarrillo del final de hilera, apenas dos o tres caladas para matar el mono, y reemprendía el trabajo en sentido contrario a los que se acercaban. Como por casualidad, siempre me situaba en la de Dominique y pronto descubrí sus miradas de agradecimiento cuando coincidíamos en la última cepa.

Al terminar la jornada, volvíamos repartidos en un dos caballos y el remolque del tractorcito, sentados en el borde trasero y con las piernas colgando. Y Dominique -la "e" dicha con boca de "u" y hay que pronunciarla o le estarás diciendo Dominico-, se sentaba a mi lado y bromeaba conmigo.

Era una chica rubia, ojos claros y buenas formas. Al rpincipio me pareció un poco distante, pero luego...

Yo solía coger una ramita y me la ponía en la boca y Dominique, jugueteando, trataba de quitármela no sin muchísimos apuros por mi parte ya que Alain, unos metros más atrás, conducía el dos caballos y nos veía perfectamente. No era un jugueteo inocente y ambos lo sabíamos.

Llegamos a saberlo del todo unos días más tarde, en la cochera de los tractores, Alain durmiendo arriba y mi hermano y nuestro amigo, al lado, al fondo, detrás del tabique.

Nuestro amigo, llamémosle Pepe, era un poco brutillo y a pesar de que llevaba varios años viajando cada septiembre a Francia, su dominio del idioma era más que escaso.

En aquella zona no había discotecas fijas y solo los fines de semana se montaba una móvil que congregaba a un par de cientos de chavalería, tanto nativa como visitante. Eran los tiempos de los bombazos de Dire Street. Una noche, intentando "ligar" con unas chicas francesas, mi hermano y yo tratando de superar las distancias con nuestro paupérrimo francés, llegamos a entendernos medianamente. Pepe, un poco excluído porque no se enteraba de nada, levantaba la voz a medida que la comunicación se enrarecía. Llegado un momento y como una de las chicas no lograba descifrar el mensaje, Pepe, ni corto ni peresozo, le espetó casi gritando:

-¿Me ecutas o no me ecutas?.

Continuará.

Cuidaros.

domingo, 3 de mayo de 2009

PORQUE ESTAMOS VIVOS

Saludos.

No, como prometí, no voy a hablar del Sevilla como equipo, ni de los partidos, ni de Jiménez, ni de Del Nido... Lo dejaré para el final de la temporada. O puede que no.

Voy a hablar de las polémicas entre aficionados, de las diferencias, de los criterios, de los que están a favor y de los que están en contra, de los que quieren a unos y los que desean a otros.

Como siempre creí en la libertad individual, en la libertad de opinión, acepto desde el principio la diversidad, el sano intercambio de ideas, enriquecernos con otras aportaciones por la sencilla y elemental razón de que no estamos en posesión de la verdad.

Es tan sencillo y glorioso como para otros puede ser abrumador: no estamos en posesión de la verdad.

Y la Verdad, insisto y reitero, en la suma de Verdades.

Yo tengo mis propias opiniones, como todos, sin que ello signifique que sean totales, inamovibles -algunas más profundamente, otras menos-. Todo lo contrario, estoy dispuesto a dejarme convencer y sin duda no tanto a vencer.

De igual forma, hay principios a los que no estoy dispuesto a renunciar, bajo ningún concepto, y sin que de ello se derive que yo afirme que sean principios inflexibles, inalterables o definitivos. Somos vida y experiencias. Somos saber acumulado.

Como persona que procura estar informado y por tanto toda información será bien recibida, no puedo, ni quiero, dejar de leer a los aficionados que comparten sentimiento conmigo, a los sevillistas que tuvieron la brillante idea de volcar en internet sus opiniones, sus comentarios, sus ideas y pensamientos.

Tengo una larga lista de "favoritos" -que, además, se incrementa casi a diario con nuevos descubrimientos-, a los que dedico cada día muchos minutos, mucho tiempo para que me revelen otras visiones distintas, parecidas o radicalmente diferentes. Todas buenas, todas válidas, todas suman.

Es mi mundo deportivo, del que estoy orgulloso.

Pero es que, además, quiero que siga así. Quiero que sigamos opinando sobre la diversidad, quiero que sigamos siendo distintos, con opciones diferentes y que las plasmemos sin dilación, sin descanso, con valentía y cordura.

Hay "popes" del sevillismo, personas de larga y acertada trayectoria, que dedican, desde mi punto de vista, demasiado tiempo a defenderse y a atacar. Y lo hacen contra enemigos significados y contra otros sevillistas, sin distinción. Meten en un mismo saco a los que tienen idéntico corazón que a los que trabajan para intereses ajenos, ocultos y malintencionados.

Y no debería ser así.

Sin embargo, yo asisto animado, muy animado, al eterno debate. Sencillamente porque es es síntoma de ESTAR VIVOS.

Estar vivos... estar cuestionando, sin cesar, el modelo. Criticar, sin solución de continuidad, un "producto" que funciona, un trabajo bien hecho porque, digan lo que digan, puede mejorarse.

Es ambición y yo soy ambicioso.

Y me encanta que salgan unos a defender lo que hay -porque dicen, con razón, "disfruta el momento"-, y salgan otros y digan, con la misma razón, "puede ser mejor".

Más de cien años de Club y sin que nuestras vitrinas puedan compararse con las de otros -aunque sí con unos terceros, muchos terceros-, no me conforma. Quiero más.

Y no me conformo, digo, porque TODO me parecerá poco. Siempre querré más. Y como no soy fatalista, como no me conformo, diré, siempre, que podríamos haber hecho más.

Siempre más.

En ésta lucha sin fin, todos cabemos. Los que quieren y los que no, los que están de acuerdo y los que difieren. Los que se dan por satisfechos y los que aspiran a cotas más altas.

No es fácil, lo reconozco, pero en el momento en que todos estemos de acuerdo, en que nos conformemos, en que solo haya UNA opinión, habremos muerto como colectivo.

Sean bienvenidas todas las opiniones, todas.

Sean bienvenidas todas las visiones y todos los criterios.

Sean bienvenidos los ánimos que a todos nos empujan, nos motivan y nos hacen ser apasionados de nuestro Equipo porque si fuera de otra forma, no seríamos nosotros.

Dicho al modo más popular, "un poquito de por favor".

Y por encima de todo, RESPETO.

El mismo respeto que pretendemos hacia nosotros mismos, dediquémosles a los demás.

Aunque piensen diferente.

Sobre todo, porque piensen diferente.

Cuidaros.