Saludos.
“Cuando el tonto coge una linde, la linde se acaba y el tonto sigue”.
(Refranero manchego)
Debe ser muy triste no tener vida propia.
Debe ser muy triste vivir la vida del otro y que el otro
te llene y te vacíe eternamente tu propia existencia.
El título del post lo tomé de una magnífica película (2006) dirección y guión de Florian Henckel von Donnersmarck (a algunos nos encanta hurgar en las películas fuera de los grandes circuitos aunque más tarde, por la fuerza de su propia calidad, se incorporen a éstos), ambientada en la Alemania de la República Democrática de 1984. Logró ganar numerosos e importantes premios, incluido un Oscar.
El argumento gira en torno a la obsesión enfermiza (dictatorial porque todas las dictaduras son iguales) del régimen comunista por controlar a sus propios ciudadanos y de cómo ésa actividad termina por cambiar a un funcionario experto y eficiente, un adepto incondicional que, sin embargo, verá alterada profundamente su propia percepción, su realidad interna.
En el ejercicio de su trabajo y sus pesquisas de otras vidas y formas de pensamiento (artistas, intelectuales y opositores al régimen) termina enfrentado a sus demonios particulares hasta transformarlos.
Sin embargo y a pesar de su convencimiento interno y progresivo de la razón que asiste a sus víctimas, no puede evitar seguir obedeciendo a sus amos hasta el final, sabedor de que ésa razón que legitima a ésas víctimas, debe quedar oculta frente al todopoderoso Estado y su monumental escenario de mentiras. Ello a pesar de ser consciente de vivir en una sociedad ficticia aunque terrible y mortal.
Denuncias constantes, chantajes, perversión, torturas y abusos para obtener una verdad que no existe. Unas vidas fraudulentas mantenidas en el tiempo que terminan por explotar en su propia putrefacción.
Su último acto (escenas finales sobrecogedoras por su sencillez y por lo que trasciende en el espectador) redime de alguna manera al protagonista aunque nunca se mostrara porque la vergüenza de sus monstruosos actos le resulta insoportable.
Es altamente recomendable para quien no la haya visto todavía porque con cuatro “perras”, el director construye una historia muy bien tramada, con un argumento sólido y eficaz.
Debo confesar que soy capaz de entender y comprender determinadas actitudes aunque no las comparta, aunque me resulten imposibles en mentes educadas, formadas y cultas. Y lo hago porque considero que los sentimientos están fuera de la razón pura y que existen fuerzas que superan al raciocinio, a la lucidez y a la objetividad elemental porque nunca somos, ni seremos, enteramente objetivos en cualquiera de nuestras percepciones humanas y sociales. De hecho, los condicionantes que se nos fijan desde que iniciamos el largo recorrido existencial son decisivos, nos marcan y casi siempre acabamos con ellos nuestro ciclo vital.
Esta es, según el DRAE, la definición de “envidia”:
“Tristeza airada o disgusto por el bien ajeno o por el cariño o estimación de que otros disfrutan: la envidia os corroe; tiene mucha envidia de su hermano.”
Pues eso tan humano y tan elemental como desear lo que otros poseen, es quizás uno de los motores (negativos) más poderosos de la humanidad. La Historia del género humano es un rosario de actos envidiosos que, a través de las guerras, hemos ido “justificando” permanentemente con discursos amañados y adulterados, destinados a convencer a los más simples, a los menos críticos, a los que llenan sus vidas con unas pocas “verdades” porque el resto, las de los demás, son dolorosas y nos señalan, exactamente, las miserias de las nuestras.Seguimos igual así que pasen siglos.
Hay, sin embargo, actos de envidia cuyo beneficio es imposible para el “envidiador” porque no se conquista nada. Así, desear lo que otro posee sabiendo que es absolutamente improbable lograrlo, se convierte en un auténtico suplicio para el envidiante y es de una estupidez absoluta.
Pero la vida no es la pantalla aunque muchos vivan en ella. Hay una realidad virtual y una realidad real. En la primera, todo es maravilloso.En la segunda, la auténtica, no.
La lenta transformación, la aceptación de la verdad a través de la consciencia progresiva de su propio vacío interior (como ocurre en la película), no corrige a todo el mundo porque hay quien se regodea, a falta de otras motivaciones, en vivir el mundo de las fantasías, el que les duele menos. Es el mundo de los niños. Es infantilismo.
Nos duelen tanto los éxitos ajenos, esos que envidiamos irracionalmente (la envidia es en sí misma irracional), que te llevan al extremo de ofrecer tu propia credibilidad y tu propia autoestima para beneficio de terceros. La pérdida de respeto propio, aunque pretendamos engañarnos nosotros mismos, se hace extensible al resto, a aquellos de los que esperamos comprensión y aceptación y se convierte en hartazgo, en rechazo porque no se pueden comprar voluntades sin un respaldo sólido, sin lógica, sin ofrecer una motivación justificada y sobre todo, cuando nos involucramos en las otras vidas de manera artera y perversa teniendo, como tenemos, importantísimas lagunas en las nuestras que no sabemos, ni podemos, rellenar.
No se puede tratar de engañar a todo el mundo todo el tiempo porque perdemos ése respeto de los otros desde el momento en que nosotros mismos dejamos de respetarnos.
Si tenemos en cuenta que el trato de los medios siempre ha procurado ser igualitario (a pesar de las enormes distancias en todos los terrenos y con mi particular aceptación porque entiendo que debe ser así), forzar a éstos en una determinada e inexplicable dirección acabará por volverlos en contra. Con el subconsciente (salvo unos pocos adeptos) no se juega porque hay inteligencia ahí fuera y no todos se dejarán insultar.
Ésa titulitis de cartón piedra, pobre escenario, sin un guión medianamente aceptable y con actores de segunda fila los convierte, incomprensiblemente, en seres petulantes, en mentes imbuidas de valores menores que, de puertas adentro, “venden” como logros universales.
Ésa vanidad, vista desde fuera, sin más argumentos que una dialéctica mas o menos florida (a veces bastarda), solo provoca risas y en la mayor parte de los casos, estupefacción.
Ése afán de protagonismo folclórico y anecdótico sin considerar que se alimenta el tópico externo, el menosprecio y la diversión por la payasada, solo produce desdén. Dentro y fuera.
Ése permanente intento de excusar los éxitos del otro en el destino o en la suerte, solo ahonda en la irrefrenable envidia (la que tiene un color especial) porque es la mejor forma de expresar la impotencia.
Ése lamentable espectáculo de mendigar atención no por tus valores sino por tratar de denigrar los del otro, es penoso.
Ése deseo de lograr el cetro andaluz por caminos equivocados, de quedarse en lo superficial, los aleja cada día del objetivo mientras que el otro, el envidiado, se engrandece y establece distancias insalvables que no cesan de crecer.
Ésa permanente torpeza, ésa soberbia de no querer imitar modelos que funcionan porque sería admitir algo positivo en el otro, es de una ceguera que pasma…
Solo cuando muestren respeto por el otro, cuando se lo otorguen ellos mismos, cuando dejen de vivir la vida de los otros, comenzarán a escalar hacia la grandeza.
Solo entonces.
Nosotros lo hicimos cuando dejamos el lastre en el camino.
Cuidaros.
Sevilla Futbol Club fundado en 1890
4 comentarios:
Ojú quillo, ni más, ni mejor.
Sigues en forma.
Un abrazo.
Saludos.
Gracias, amigo.
Lo cierto es que me lo ponen fácil sin llegar a comprender que todo ése trabajo de aparente demolición nos hace más fuertes.
Un día habrá que hacerles un homenaje por su contribución a la causa.
Gracias.
Cuídate.
Magnífico texto amigo.
Cuídate tú tambien.
Un abrazo enorme,
Pepe Gonce
Saludos.
Muchas gracias, compañero.
Un abrazo y cuídate mucho.
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