Saludos.
Muchas veces he intentado imaginarme lo que deben pensar los reos en el corredor de la muerte. Muchas veces he querido personalizar, leyendo un libro o mirando una película, los sentimientos de los que saben con precisión el día y la hora en que habrán de recibir la dosis, la bala, el filo, la soga o la descarga letal.
Presumo (y quiero seguir presumiéndolo) que ni con toda la capacidad del mundo para fabular podemos ponernos en ése lugar. Debe ser terrible.
Seguramente haya formas diferentes de enfrentarse al destino cuando se acerca el momento de cambiar de estado y habrá mentes más fuertes y otras, la mayoría, se derrumbarán.
Hemos visto ejemplos de entereza absoluta cuando enfrentados al pelotón de fusilamiento, por ideología, se han dicho frases tremendas. También llantos, quejidos, ruegos y peticiones que nunca se escucharon.
Es, en todo caso, una actitud mental frente a ése destino. El Fatum.
Hace una semana que he tenido la certeza de que no pasábamos la eliminatoria de Copa. Siete días de saber que la sentencia ya había sido dictada y que solo era cuestión de tiempo llegar al momento en que abrieran las espitas y el gas nos asfixiara.
Siete días de derrotismo, de fatalidad.
Había comentado varias veces que no me daba miedo el Madrid y que el único peligro podría venir del “tío del pito”. Once contra once puede ocurrir cualquier cosa y el Madrid del energúmeno ése de Mou es, por sobre todo, irregular, con mucho más bombo que platillos y casi una farsa descomunal (si no fuera porque cuatrocientos millones de euros no invitan a reírse).
Y ni tan siquiera la insoportable falta de oxígeno de los medios cuando nos han sepultado de letras, papeles, voces e imágenes. Ni eso me daba miedo porque mi Equipo es de los que se crece ante las dificultades y cuando todo se antoja perdido, aparece.
Solo el efecto pito era temible.
Y llegó. Llegaron.
Llegó porque de los tantos enemigos a los que enfrentarse, solo estamos inermes frente al pito. Un tipo cargado de autoridad arbitraria (nunca mejor dicha la cuasi cacofonía) que decide los destinos de miles de sentimientos y muchísimo dinero a su antojo. O al dictado.
Individuos con serias deficiencias para ejercer sus profesiones son colocados ahí, se les entrega un poder absoluto y se les eleva a la categoría de grandes dioses en un olimpo cargado de dioses menores.
César en el Circo Máximo, el dedo (el pito) te conceden la vida, en desigual combate, o te señalan el embarcadero del Estigia (el óbolo para Caronte lo pones tu).
Es el destino fatal de saber que hubo un principio y que habrá un final.
Con fecha y hora. Con pavorosa exactitud.
Alea jacta est.
Cuidaros.
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