Saludos.
Mi hermano Paco, el mayor de diez -cinco años por encima de mí-, era portero. Lo fue desde que siendo preadolescente y debilucho, el médico le prescribió el deporte como único medio de fortalecer un organismo mal desarrollado.
Hablo de los años inmediato posteriores a la postguerra, cuando aún las secuelas y efectos de la tragedia seguían asolando el país, cuando la alimentación era escasa, mala y pobre en nutrientes. De racionamiento.
Aquel doctor nos trató a casi todos en mi casa y para la época, un hombre esencialmente amable, cariñoso y muy profesional y si algún fallo tuvo me tocó a mí porque me dejó un diente en fuera de juego. El diente sigue ahí y por mucho que apelemos al Comité, sigue en off side.
Los comienzos de mi hermano fueron en el quipo del barrio, el U.D. Loreto, donde pronto comenzó a destacar por sus aptitudes aunque no siempre iban acompañadas de sus actitudes, las que pasado el tiempo le llevarían a finalizar su carrera deportiva antes de lo deseado.
Lo recuerdo llegar a casa tras los partidos con los muslos desollados, los codos abiertos e incluso, los nudillos despellejados. Y siempre con sus rodilleras, sus calzonas y maillots acolchados en hombros y codos y los laterales del pantalón corto. Y la preocupación de mi madre, la sevillista, por la salud y la integridad del deportista.
Y el olor del Linimento Sloan. El del "tío del bigote".
Mi hermano era guapetón, ligón y deportista. Y ésa mezcla valía un tesoro en aquellos tiempos en los que los demás -los que no éramos guapetones, ligones ni deportistas-, tuvimos que conformarnos con el conocido intento de refriegue de los picús.
Tenía un lunar justo enmedio de la barbilla, bajo el labio inferior, que, decían ellas, era muy... buscad un equivalente a erótico, pero situaros en el país de aquellas fechas. Si podéis. ¿Quizás "chévere"? El lunar, pasados los años, perdió vigor y vistosidad y al final casi que no se notaba.
Como tenía el carácter que tenía, pronto lo invitaron a abandonar el Loreto y ahí comenzó una carrera llena de destinos, equipos y disputas. Incluso hubo un momento en que estuvo siendo probado, a la vez, en los dos equipos de la ciudad. De uno, el verde, salió rápido porque quien debía representarlo era homosexual (término aún no inventado y que entonces era, sencillamente, "mariquita" o "parguela") y parece que se cobraba su trabajo con intereses.
Del otro, el de sus amores, poco o nada que hacer tras los Rodri o Bonilla. Eran los tiempos de Lora y me contaba maravillado que en una par de sesiones de entrenamiento con el primer equipo, vió a Don Enrique subirse la grada con una sola pierna en más de una ocasión. El resto se rendía a medio camino.
Mi hermano lo intentó conmigo, sin éxito, y con el hermano que me sigue. Con éste a punto estuvo de lograrlo, pero se juntaron dos actitudes totalmente opuestas y ésa relación jamás fructificó. El más pequeño, excelente medio centro, fino, elegante y preciso, llegó a ser probado en el Mérida -donde militaba entonces Paco- ¡en un campo de césped! El novato, habituado a la tierra, no rindió según se esperaba de él y fue eyectado a Sevilla sin contemplaciones. "No sirve", dijeron y eso pareció afectarle en lo más profundo porque abandonó toda actividad deportiva para siempre.
En el Mérida de tercera, Paco sobresalió como arquero. Hay algún recorte de prensa local donde se le puede ver sacado a hombros del estadio, como si fuera un torero. Pero su otra gran pasión, las chicas y su carácter machista y posesivo, a punto estuvieron de jugarle el peor partido de su vida y solo el Destino -y un poco de ayuda paterna-, lograron evitarle la obligada estancia en habitación cerrada con gran llave, de la que no puedes salir aunque quieras y donde no dá el sol.
De mérida pasó al Córdoba de Baltasar -del que contaba escandalizado que tenía un pene desproporcionado-, pero tampoco llegó a cuajar. A cambio, lo enviaron al Puente Genil dejando buen recuerdo entre los aficionados y malo ante el equipo técnico. Como siempre.
Su último gran destino fué el Isla Cristina.
Allí jugaban tres de Sevilla que "entrenaban" aquí y solo se desplazaban para los partidos por lo que podemos dejar a la voluntariedad del personal su estado óptimo de juego. Uno de ellos, el Moyi de Los Pajaritos, le pegaba como un descosido a una sustancia de procedencia marroquí que se fuma mezclada con tabaco y que produce estado general de bienestar, lima asperezas, recolorea el mundo, viajas si moverte del sitio y provoca, incluso, risas. Muchas risas por cualquier cosa porque todo tiene gracia.
Mi primera visita a Isla coincidió con el Carnaval. Me llevó mi hermano como invitado. Allí ví, por primera vez en mi vida, a las chavalas desfilando con minifalda. Guapísimas, altísimas, buenísimas... impactantes para un adolescente. Situado en primera fila de curiosos y animadores, una de ellas, quizás disfrutando con la cara de embobado que yo tenía y viendo en mis ojos al más rendido admirador -que lo era en ésos momentos-, me guiñó un ojo al llegar a mi altura.
Un latigazo no me hubiera producido mayor reacción física. Ni por supuesto, mejor.
También me comí allí mi primer gran filetón de pez espada, algo insólito y desconocido, todo entero para mí y ¡sobresalía del plato!. Es, con toda seguridad, el pescado del que mejor recuerdo tenga en mi vida. Y he comido muchos después.
Y Isla Cristina tiene playa. En Playa Central y en aquellas fechas en que todavía no había llegado el verano pero con muy buen tiempo, nos fuimos mi hermano, el Moyi y yo. Íbamos acompañados de tres chavalas: los dos ligues de ellos y una tercera, más joven, que me habían "buscado" a mí.
Tumbados vestidos en la arena, los otros se dedicaron a lo suyo, es decir, a magrear a sus parejas. Yo, imberbe, inocente y tímido como pocos, estaba aterrorizado. No sabía qué hacer aunque ellos me animaran por señas, guiños y gestos. Resultado: creo que no quedé registrado en la memoria de aquella chica para nada loable.
También fué allí donde entre por primera vez en una boite como un adulto -que no lo era-. Pero parece que había más permisividad entonces o connivencia entre porteros. El caso es que entré, me tomé algo con alcohol que no recuerdo, la agarré fuerte y dije tonterías tales como invitar a una chica a bailar. Como se negó amablemente -puede que no fuera su tipo-, solo acerté a preguntarle si es que era coja. Y lo era.
¿Os situáis en ésos momentos en que uno piensa "tierra, trágame". Pues eso.
Mi hermano, el cancerbero, colgó las botas en Isla Cristina, se buscó un trabajo "decente" -mi padre dixit-, se casó con una chica encantadora de Huelva, dejó un par de sobrinas preciosas, una cuñada maravillosa y se fué con 55 años al Tercer Anillo con Antonio, Pedro, Manolo...
Mi hermano no triunfó en el fútbol porque su carácter se lo impidió. Tenía la perversa manía de pretender decirle a los entrenadores lo que debían hacer. Y ellos no se dejaban impresionar por un guardameta cualquiera.
Es mi pequeño homenaje a quien pudo ser.
Cuidaros
2 comentarios:
Tienes el don de transportarme a mi infacia y mi juventud con cosas de las que casi ni me acordaba, (y no es la primera vez), que además te agradezco que las traigas de nuevo a mi mente para revivirlas.
Precioso escrito. No cambies.
Saludos.
Gracias, Carlos. Y si cambio, que sea para bueno ¿no? Estoy en ello.
Cuídate.
P.D. Si me permites, aprovecho tu comentario para decirle al Sr. Anónimo que no, que no publico comentarios sin identificar.
Gracias.
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