Saludos.
Pasada ya la vorágine del la entrada anterior -un premio desmedido y fruto, probablemente, del cariño de algunos amigos mios-, volvemos a la rutina de plasmar aquí, en mi pequeño espacio, ésas impresiones que recoges por tu trabajo, entre tus amigos, leyendo un libro o paseando por la calle.
Llegas escalando cerca de la cima de la vida y de vez en cuando y cada vez más, te paras a mirar para abajo. Unos momentos para tomar aire y para observar que ya tienes más camino detrás que metros por escalar.
Una edad en que terminas por perder el poco pudor que te quedaba y te lanzas a contar historias, tus historias, sin ruborizarte.
Son los años que te autorizan a decir las cosas que quieres y como quieres.
Ya no te "cortas un pelo" y has aprendido que el pan se llama pan y el vino, vino. Y te dices un día que llevas décadas censurándote a tí mismo -que, paradójicamente, se convierte en la mejor y la peor de las censurar posibles-, porque has recibido la educación que has recibido y tratas a todo el mundo con respeto, como esperas que te traten los demás.
Pero como todo lo que te rodea se subleva contra tí, contra ésos principios que te inculcaron, te haces fuerte en tus convicciones y luchas contra marea para mantenerte en tu sitio, para ser tú.
Tienes, como todos, momentos de debilidad y aunque luego te arrepientas y te digas que fue un error, a veces te lanzas al cuello de alguien pretendiendo desgarrarle la tráquea. Virtualmente porque si fuera de otra forma, tendríamos dos problemas: el otro, u otra, una cuestión física; la tuya, legal.
¿Quedó bien eso, no?
Uno, que se cree mu machote.
Lapsus y volvemos a lo serio. O eso creo.
Ya tienes tiempo de estancia en éste cortijo para haber aprendido por donde anda el ganado. Eres más sabio por viejo que por inteligente y a pesar de ello, sigues sin ser listo.
Inciso: distingamos entre "inteligente" y "listo" porque me encanta usar los términos adecuados para cada expresión y no es lo mismo. Los inteligentes apenas se les conoce, son los motores del mundo y los filósofos anónimos; no aparecen nunca a la vista. Los listos triunfan, salen en la televisión y construyen grandes imperios, pero son vanos y superficiales. Para nuestra desgracia, son los modelos que la mayoría quiere imitar, referencias para insustanciales.
Llegas, decía, a la edad de perder los pocos frenos que te amarran y cuentas cosas, tus cosas, esas que has tenido guardadas tanto tiempo, sacadas de tu vida, de tus experiencias, porque ya has llegado al sitio en el que has decidido ser tú, tal cual, con todo lo bueno y malo que arrastras. Y lo cuentas.
La edad te legitima con un derecho sacado de la manga.
Y ya no te importa decir que eres un papanata y que la cagas día si, día también; que haces más veces el ridículo de las que aciertas; que apenas eres un anónimo gris y oscurito de piel, perdido en la masa; que te ries de tí tanto que te duele el diafragma...
Luego te paras un momento, pequeño, y tratas de pensar en lo bueno que tienes. Y desistes porque no lo encuentras. Y vuelves a reirte del papelón que haces delante de tí mismo. Y ee ahorras un pastón en circo porque el payaso lo llevas dentro y el espectáculo comienza cada mañana cuando miras tu jeta en el espejo.
Cuando te admiten en el club de los viejos y te informan de tus derechos y deberes, te advierten que está permitido ser grotesco, esperpéntido y estrafalario. Que puedes decir lo que se te antoje porque nadie te va a echar cuenta y que como puedes volver a ser niño -ya llegarán los pañales de nuevo-, te escucharán dos segundos y seguirán a lo suyo.
No molestes mucho, por favor, que estamos hablando.
Pero lo dirás. Se lo dirás y te quedarás en paz contigo mismo porque te haces egoísta, cómodo y desagradable. Y luego alardearás ante tí de haberlo hecho -los que te rodean siempre acaban pensando en "fantasma"-.
Y protestas por todo y contra todo. El mundo, ya, debe ser de una forma y no de otra. Y quien se salga del guión, es objeto de tus iras y de tu desprecio.
Ya no entiendes al resto de la humanidad -con lo fácil que lo ves tú- y todo te viene grande, incomprensible, y no admites que las libertades de los otros deban suponer prisión para tí porque siempre trataste de no molestar, de no incomodar, de respetar...
Pero ya estás autorizado a ser como todos, como la mayoría, porque te ha costado muchos años de trabajo, tu cuerpo comienza a marchitarse y tu mente, cada vez más rígida, debe seleccionar lo que entra. En fila de a uno, por favor.
Aún así, te niegas. No eres así y cuando dices cosas, sabes que son poses. Pero estás en tu derecho y lo usarás aunque no te guste.
Es el derecho a ser viejo y que me he ganado yo solo, sin ayudas. Y diré lo que se me antoje, le guste a quien le guste y todo lo contrario. Incluso, si es necesario, siendo indecente.
Cuidaros.
P.D. Este mensaje, para mis queridos anónimos, no se autodestruirá en cinco segundos.
1 comentario:
Anda que no te has quedado a gusto ni ná .
Un abrazo
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