Saludos.
En la antigua y poderosa Roma, cuando los generales volvían victoriosos de una campaña, solían celebrar sus triunfos con una marcha por las vías principales de la ciudad. Montados en una cuadriga, recibían las aclamaciones del pueblo hasta la llegada al Senado.
Si además de generales eran emperadores, un esclavo los acompañaba en el vehículo donde, sosteniendo la corona de laurel, cada cierto tiempo recitaba junto al oido la frase ¡Oh, César, recuerda que eres mortal!
Era la manera de recordarles que sus éxitos militares no debían inducirles a creerse dioses.
Después de Julio, a todos los emperadores se les llamó César.
En nuestros días conocemos a muchos pretendidos césares que sin haber vencido en grandes batallas ni ser emperadores de nada, se endiosan con tanta facilidad que el esclavo se la ve y se las desea para, siquiera, acercarse a la oreja del ínclito.
Lo normal en estos casos es que liquiden al siervo y se acabaron los cuchicheos molestos.
Cerca, muy cerca, tenemos un ejemplo viviente y cuya sombra planea por La Palmera: el supuesto general que tras diecisite años de imperio apenas ha logrado un par de victorias dignas, lo primero que hizo cuando alcanzó la jefatura fue eliminar cualquier voz que le recordase su condición de mortal.
Por olvidar algo tan elemental y creerse tocado de poderes divinos, condujo su imperio a un caos que está produciendo hambruna en su pueblo. Y el pueblo, cuando no llena su estómago con regularidad, suele sublevarse.
Otro caso lo tenemos un poco más lejos, a unos quinientos kilómetros, donde un nuevo césar ha alcanzado la dignidad de emperador y aunque no existan puntos de compración con el anterior -porque el primero no sabe como dominar la revuelta-, el segundo, cuando el pueblo no lo quiera, dejará paso a otro que seguirá gobernando su ancho imperio. Además, éste lejano ya gobernó antes y logró victorias sonadas.
Son, en otros aspectos, idénticos: no permiten que el esclavo les susurre al oido.
El primero ha sumido a sus súbditos en honda depresión, el castillo expuesto, el tesoro saqueado y las huestes dispersas.
El segundo lleva su ciudad a la misma degradación que llegó Roma y ya sus ciudadanos no se implican en la defensa del imperio: sus tropas son todas mercenarias y solo se movilizan si se les pagan fuertes sumas. Y seguirán así mientras posean reservas de oro, pero si no llegan pronto nuevas conquistas, con el consiguiente saqueo, las arcas pueden agotarse y las tropas se dispersarán en busca de nuevos reyes a los que servir.
Reyezuelos de taifas, éstos megalómanos disparatados se endiosan y al modo de Luis XIV, gritan "¡El equipo soy yo!".
Pero siempre hay un Bruto que suple, de otra manera, al esclavo.
Cuidaros.
8 comentarios:
ahora vas y lo cascas!!!!!!!
Te quiero Rey
Me sigue encantando esa sutil manera de exponer las cosas que tienes hermano,un abrazo y un beso para la anónima del comentario anterior.
Holaa amigo como vas?
Comenta y suge y vota mi blog amigo sevillista!
Tenes correo?
Gracias: www.sevillafcelmejor.blogspot.com
Ese estilo maravilloso y templado es incomparable. Es usted mi ídolo.
muy interesante tu comentario . ¿Sabes como se llama ese esclavo que le decia eres mortal al cesar ?
Llevo buscando, ya bastante tiempo, el nombre que recibía ese esclavo. Agradecería mucho saber ese nombre.
Saludos.
Pues lo siento mucho, D. Carlos. Yo también lo busqué en su día sin éxito. De haberlo hallado, lo hubiera puesto.
Cuídese.
Muchas gracias igualmente. Dice mi hermano que le suena que se llamaba Sabino, puesto que el origen de esta costumbre realmente procede de ese antiguo pueblo (los Sabinos) y luego la adoptó Roma.
De ahí que se comenzase con los esclavos procedentes de ese pueblo y hubiera quedado la costumbre o el dicho. Algo así como "pon un Sabino en tu carro"
En fin, si alguien puede dar más luz o confirmar lo anterior siempre es bienvenido...
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