Saludos.
Emil dejó el Basilet sobe la cama con un gesto de aburrimiento. Aquella tarde no conseguía componer nada digno y decidió dejarlo para otro momento.
El problema es que acababan de comenzar las vacaciones de verano y ya se sentía cansado de no encontrar nada productivo que hacer. Se notaba vacío de objetivos y echaba mucho de menos los retos diarios de las clases, de los estudios y de bucear en las bibliotecas en busca de datos.
Se estiró en la cama, las manos bajo la nuca y se dedicó a pensar en el próximo curso y en los nuevos problemas que tendría que resolver para seguir siendo el alumno más aventajado.
La puerta lo sacó del ensueño:
-Tu padre solicita permiso para entrar -dijo la suave voz feminizada.
Emil de incorporó de un salto. ¿Mi padre? ¿En mi aposento? Aquello no parecía normal, pero era su padre al fin y al cabo.
-Déjalo pasar, por favor.
Entró un hombre joven aún, alto y rubio. Una versión más madura del propio Emil.
-¿Estás ocupado, hijo? -preguntó desde el umbral.
-No, papá. Pasa por favor.
Solo entonces el padre se acercó hasta él y se sentó a su lado, en la cama. La intimidad era un norma muy estricta aquellos días. El padre miró el Basilet y adivinó:
-¿Mal día con las musas?
-Si, hoy no consigo nada útil.
-Tranquilo -dijo el padre- hay que dejar que la inspiración llegue. Es caprichosa pero debes estar preparado para recibirla cuando sea el momento.
Emil albergaba sentimientos contradictorios hacia su padre: lo quería y respetaba aunque sus relaciones fueran ocasionales -algunos días comían juntos- y a pesar de saber con exactitud lo que significaba la selección genética que hizo posible su nacimiento.
Le agradaba mucho que lo enseñara a ser autosuficiente cuando aún era un niño y que observara con precisión su independencia. Jamás antes se había entrometido en su intimidad... hasta ése momento.
-Tengo una sorpresa para tí -anunció de golpe su padre.
Emil se puso en tensión porque las "sorpresas" lo sacaban, invariablemente, de su ordenada, pacífica y productiva rutina cotidiana.
-¿De qué se trata, padre? -preguntó tímidamente, temiendo la respuesta.
-Este año -dijo el padre-, la Liga Intergaláctica se juega en nuestro cuadrante...
-¿La qué? -interrumpió Emil.
-La Liga Intergaláctica de Foot Ball.
Emil se sintió perdido. Había leído algo sobre un deporte ancestral que se jugaba en el Planeta Primigenio de la Especie, pero desconocía que siguiera jugándose ni que existiera una Liga Intergaláctica.
Su cara debió expresar perfectamente su desconcierto porque el padre, con un gesto cariñoso, dijo:
-Creo que va siendo hora de que conozcas tus orígenes.
-¿Mis orígenes? No entiendo -apostilló.
Aquello estaba tomando un rumbo inesperado y Emil se sintió aún más perdido, absolutamente fuera de lugar. Aunque en su momento se le comunicó que había sido objeto de selección genética, nadie le había informado que tuviera otro origen anterior. La mezcla de rechazo y curiosidad le produjo náuseas.
-Verás, hijo... procedemos de una antigua estirpe llegada del Planeta Primigenio, como sabes. Somos muchas generaciones de herederos que hemos conservado dos cosas: la génesis y el Sentimiento.
-¿El Sentimiento? ¿Qué es el Sentimiento?
El padre cayó unos instantes y asintiendo a algo que ocurría solo en su mente, dijo:
-Creo que hemos cometido un pequeño fallo en tu educación.
Se levantó, apesadumbrado y preguntó:
-¿Has estado alguna vez en mi aposento privado?
-¡No! -negó Emil con un sentimiento de repulsa incontrolable. ¡Invadir un aposento privado! ¡Qué locura! ¡Qué falta de respeto!
-Pues creo que es hora de que lo hagas. ¿Quieres acopañarme, por favor? -dijo el padre de pie, junto a la puerta y haciendo un gesto de invitación.
Emi lo miró con recelo y sintió cierta comezón, como de estar haciendo algo prohibido, pero se levantó y salieron juntos al pasillo.
Era un túnel amplio, largo y recubierto de placas de plasti-acero que clareaban dejando pasar luz exterior matizada a medida que ellos avanzaban. Pasaron ante la puerta del aposento de su hermano pequeño, cerrada, ante el comedor donde a veces, en fechas señaladas, los cuatro comían juntos y ante la sala de robots de servicio. El aposento de su padre, junto al de su madre, estaban en la otra punta de la finca.
Llegaron y el padre ordenó a la puerta abrirse, se apartó a un lado y pidió a Emil:
-Pasa, por favor.
Emil entró tres pasos y se quedó parado. Era una estancia inmensa, más del doble que la suya, con pocos muebles y muchísimas estanterías de record-libros. Los espacios libres, en todas las paredes visibles, estaban cubierto de "fotos" -aquella técnica de hacía siglos y que había estudiado en clase-, todas de personas con ropas raras y un símbolo extraño que se repetía en todas y cada una de ellas.
El padre se sentó tras su mesa de trabajo e invitó a Emil a hacer lo propio en uno de los dos anato-sillones que tenía delante. El padre quedó pensativo unos segundos, como componiendo su discurso mentalmente, hasta que soltó:
-Verás, hijo. Como te dije, venimos de una antigua estirpe procedente del Planeta Primigenio, de la Tierra...
Aquello era nuevo para Emil. ¿Tierra? ¿Qué era la Tierra? Quiso preguntar pero prefirió esperar confiando en que su padre lo sacaría de dudas.
...que era el nombre original del planeta -continuaba diciendo-. Y somos los portadores del Sentimiento en nuestro cuadrante galáctico...
¡Otra vez el Sentimiento! ¿Qué demonios sería eso?
...y por ello, somos la cabeza visible de un movimiento que ampara a más de doscientos millones de adeptos...
¿Doscientos millones? ¿Adeptos? ¿Cabeza visible? ¿Se habría metido su padre en alguna actividad ilegal? ¿Un partido político ilícito? Lo tenía por un bombre sensato, pero cualquiera puede caer en manos de los manipuladores, como habían estudiado en clase de psicología. Se movió inquieto en su anato-sillón que, instantáneamente, se readaptó a la nueva posición.
...y como este año la final de la Liga se juega en nuesro cuadrante, tu madre y yo hemos pensado que ya es hora de que conozcas la parte de tu sangre que te legaron tus abuelos, tus bisabuelos y varias generaciones más...
Otra vez estuvo a punto de preguntar y otra vez se contuvo porque no parecía tan peligroso lo que su padre estaba diciendo.
...por tanto -añadió el padre- hemos conseguido cuatro localidades para la gran final en el Planeta Capital...
Emil se quedó de piedra. ¿Los cuatro? ¿Quería decir papá, mamá, el hermanito y él mismo?
Desde ése momento los acontecimientos se precipitaron sin solución de continuidad y a un ritmo vertiginoso: dos días más tarde embarcaron en la nave familiar y tras dos micro saltos, emergieron en la órbita del Planeta Capital donde, asombrado, Emil vió larguísimas filas de naves, cuales algas, convergiendo en rizados descensos hacia los trescientos astro-puertos de la superficie. Debía de haber miles de todos los tamaños y formas, de todas las procedencias del cuadrante.
Les ordenaron que se colocaran en su sitio, tras una nave de llamativos colores, y que aguardaran su turno.
La espera duró casi un día y Emil descubrió que su hermano pequeño, Beri, era un tipo formidable. Nunca antes habían pasado tanto tiempo juntos y el niño de cuatro años, cinco menos que él, era un ser alegre, dinámico, juguetón, algo travieso y sobre todo, simpático. Además, se pasaba todo el tiempo tatareando una cancioncilla pegadiza que terminó por peñarsele al cerebro y él también la entonaba susurrante a cada rato.
Cuando, por fin, llegaron a la superficie, dejaron la nave posada en el aparcamiento que tenían reservado y bajaron. Emil estuvo a punto de salir corriendo para regresar cuando vió a un numeroso grupo de personas que venían a buen trote hacia ellos. Gritaban y cantaban enarbolando banderas con aquel extraño símbolo que adornaba las paredes del aposento privado de su padre. Al llegar a su altura, los rodearon y se fundieron en grandes abrazos.
El que llevaba la voz cantante, dijo:
-Salud, presidente. Hoy es el gra día y estamos orgullosos de que hayas venido con toda tu familia.
-Gracias -repuso su padre-. Hoy, además, viene Emil con nosotros porque hoy, precisamente, será presentado ante los adeptos.
Todos los del grupo aplaudieron y le dieron grandes vivas.
Treinta años más tarde, en la Asamblea General de Adeptos al Sentimiento, el presidente Emil se dirigió al auditorio compuesto por más de dos millones de representantes. Cerca, el Vicepresidente Beri lo miraba con adoración:
-Después del tercer título consecutivo de Campeones de la Liga Intergaláctica, hoy quiero proponeros que modifiquemos nuestros estatutos -el acuerdo ya se había forjado en las asambleas previas- y retomemos el nombre original, el de nuestros antepasados...
Los aplusos interrumpieron el discurso durante más de un minuto.
... por tanto, desde hoy volvemos a llamarnos... ¡Sevilla Fútbol Club!
Y ya no pudo terminar porque las ovaciones atronaron durante más de media hora, hasta que por los altavoces comenzó a sonar el maravilloso Himno del Milenio.
Cuidaros.
P.D. Mi pequeño homenaje a Isaac Asimov, Frank Herbert y tantos otros que me enseñaron que con la imaginación, cualquier mundo es posible.
2 comentarios:
Hermano gracias por trasladarme al futuro en unos minutos de lectura,es que tio verás te lo tengo que decir velis nolis,te quiero y no me preguntes más porque,solo cuidate esas migrañas.
Ahh, aquella semifinal ganada en presencia del anato-busto de Lopera XIX.
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