Saludos.
“¡Oh Dios, qué buen vasallo si tuviese buen Señor!”, decía el verso del Cantar del Mío Cid.
Hay gente que tiene la inmensa suerte de servir a buenos señores. Son excepciones señaladísimas porque la inmensa mayoría. como es bien sabido, soportamos que nos dirijan ineptos e incompetentes, puestos ahí por cualquiera sabe qué misteriosos caminos de relaciones y siempre, sea el caso, alcanzando ésa dignidad mediante actuaciones poco gratificantes. Es la ley del subordinado.
Pero como digo, algunos disfrutan de situaciones privilegiadas y rinden vasallaje con plena satisfacción, orgullo y hasta valentía.
Una vez, en uno de mis viajes a la América del Sur, al saludar a una amiga que me presentaban en ése momento, fui, como tenemos costumbre por aquí, a darle los dos besos de rigor.
Allí, en casi todos los países (o al menos en los varios que conozco), el saludo consta de un solo beso. Por ello, cuando iba a plantar el segundo, mi amiga ya había iniciado la maniobra de retirada de la cara y yo me quedé con el moñito en el aire, gesto de esperpento (mas de lo habitual). Ella, sin embargo, reaccionó rápida y recuperó el terreno para que pudiéramos cumplir a la española.
-Perdonáme –dijo a modo de disculpa- olvidé que en España se dan dos besos.
-Discúlpame tu, por favor, porque he sido yo quien olvidó que aquí es solo uno y en cualquier caso… eso depende del grado de intimidad –repuse-.
Debe ser fundamental no confundir los usos y costumbres y saber en todo momento los grados de relación adecuados. Un buen vasallo logra dos besos de manera automática siempre. Los demás uno, si acaso. Conviene, por tanto, no cometer imprudencias o nos costará ridículos insufribles.
El buen vasallo debe ser, además, fiel escudero.
En la batalla portaba el escudo de su señor, que era quien hacía la guerra. En la paz, ejercía de sirviente con ciertos privilegios. Algunos llegaban a obtener grandes fortunas de sus señores. Fundaban hasta dinastías que han perdurado en el tiempo.
Pero los tiempos, esos tiempos, cambiaron y los buenos vasallos, ahora, los encontramos en el frente de batalla. Usan sus propios escudos y son, lo saben, escudos en sí mismos.
Y claman orgullosos de su posición.
Incluso llegan a ejercer de policía en las filas propias, todo sea por el buen señor al que sirven con pleitesía e incondicionalidad, arrogándose papeles que nadie sabe les hayan sido dados.
Más aún, acaban metabolizando su papel de vasallo escudero hasta el punto de alterarse y perder las formas si sospechan, haya o no motivo, que alguien pretende atacar a su amo.
Puede ser que el síndrome esté mucho más desarrollado de lo que aparente. Y lo aparenta mucho.
Cuidaros.
5 comentarios:
El problema viene cuando el vasallo deja de ser buen vasallo y llega a convertirse en bufón.
Cordialidad para tí.
!!Qué torpe soy, hasta hoy no he descubierto tu casa!!
Y es un placer.
Saludos.
D. Marcu, el placer es mio leyéndole por aquí. Mi casa es su casa. Pase y póngase cómodo.
Exactamente... ¿a qué bufón se refiere? No lo capto del todo. Hoy ando espeso.
Gracias.
Cuídate.
Mi admirado D. José Manuel:
Primero: escribiendo así nunca se levantará espeso.
segundo:Sencillamente generalizaba ciertas situaciones actuales. Acogiéndome al verso del Cantar de Mío Cid, lo sacaba de la Alta Edad Media y lo traladaba a estos tiempos. Si no hay un buen Señor, el vasallo puede llegar a ser bufón.
Y si te soy enormemente sincero pensaba en...Lopera y todos los que reiron las gracias que fueron muchos, muy variados y de todas las escalas sociales.
Para empezar no nos hemos estrenado mal ¿verdad?
Con afecto.
Saludos, D. Marcu.
Gracias.
¡Menos mal! Por un momento llegué a pensar que se refería a...
Gracias, por tus elogios, por visitarme y por darle lustre a mi blog.
Un abrazo y cuídate.
Publicar un comentario