Saludos.
Más de un siglo de sevillismo y yo soy palangana más de la mitad.
Cuando uno nace sevillista (porque desde que te gestan llevas los colores impresos en tus genes), uno no se cuestiona nada. Se es sevillista y ya está.
Es verdad que hubo aquellos años en los que no eras consciente de nada, pero cuando despiertas a tu entorno, comienzas a comprender los mensajes. Luego imitas a tus modelos palanganas y disputas con tus amiguitos con aquellos famosos “po el Sevilla e mejó quer Beti”.
Mas tarde canturreas por cualquier parte aquel famoso “ooohh torero (chá cha chá), ar Beti lan metió siete a cero (chá chá chá)…”
En los partidos en la calle, cuando la calle era tu universo, siempre te colocabas del lado de los blanquillos.
No importaba si eras el más malo del equipo (que lo era), si ganábamos. La victoria era tan nuestra como de aquel diablo palangana (aunque ahora lo veas gordo, calvo y borrachín) que les había metido cuatro o cinco a los verdes. Habíamos humillado al otro y ya está.
Descubres pronto, muy pronto, la radio (de galena) y oyes las transmisiones de la Sociedad Española de Radiodifusión (SER), que era la alternativa a Radio Nacional de España. Raramente mencionan a tu equipo, pero cuando lo hacen, te sientes tan identificado que la alegría, si habíamos ganado, te dura una semana. Una semana de machacar a los verdes.
Cuando no, a aguantar.
Llegan los periódicos (el ABC, casi el único), Sección de Deportes, pasas las páginas de los equipos del régimen y allí está: una tira con la crónica del partido.
Y te vas quedando con los nombres que nos hicieron grandes años atrás: Santín, Campanal, Valero, Arza…
Y te vas quedando con los nombres que nos hicieron grandes años atrás: Santín, Campanal, Valero, Arza…
Hay televisión en blanco y negro y no siempre porque Guadalcanal falla más que acierta. Además, si no es el Madrid, raramente ves a tu equipo. Y están los toros también.
Cuando comienzas tu vida laboral, a una edad en que tendrías que estar estudiando y jugando al fútbol (porque no existía otro deporte), haciendo alguna gamberrada y ligando (que es mucho decir), aprendes a debatir como adulto con los verdes.
Ya, desde entonces, sabes que nunca te liarás a ostias por el fútbol. Sabes que solo es un deporte, que llevas a tu equipo tan dentro que no te importa lo que digan los otros. Es TU equipo y es el mejor.
Aprendes a no discutir y aprendes a intercambiar opiniones con los afines.
Llegan los guateques y los picús y llegan ¡oh, milagro!, algunas chicas a las que les gusta el fútbol y ¡por tó lo mas grande, SON DEL SEVILLA! Ahí hay plan (dicho así suena bien, pero en realidad se trataba de bailar lento varios temas, dolores de caderas de buscar un contacto imposible y moratones en el pecho de los codos de la palangana). Pero eso sí: nos hartábamos de hablar del Sevilla.
Ahora las ves con el pelo blanco, casada con el más guapo de la pandilla, ha ganado peso y paseando a los nietos. Pero siguen siendo palanganas y lo llevan en la mirada, lo llevan en el recuerdo y sientes una ternura inmensa porque te dieron muchos minutos de gloria, de macho, de los límites del placer de la época y además (adelantados en el tiempo), te hiciste AMIGO de una CHICA.
Y lo sigues siendo porque fuimos personas del Sevilla.
Llegan los años de las penas y las alegrías. Años de media tabla, un poco arriba, un poco abajo, segunda…
Ves llegar excelentes jugadores y los ves, un poco más tarde, defender otro escudo.
Vives tu sevillismo en la distancia porque el destino te obliga a vivir lejos de Nervión muchos años y lo vives con tanta intensidad que duele. Un triunfo es una fiesta aunque sea poco importante. Una victoria en un derby es… la leche. Allí, lejos, los sentimientos se agudizan de tal forma que lloras. Lloras cuando ganamos y lloras cuando pierdes. Y no sientes vergüenza porque ES TU EQUIPO. Tampoco te importa que te miren como si estuvieras loco.
Vives tu sevillismo en la distancia porque el destino te obliga a vivir lejos de Nervión muchos años y lo vives con tanta intensidad que duele. Un triunfo es una fiesta aunque sea poco importante. Una victoria en un derby es… la leche. Allí, lejos, los sentimientos se agudizan de tal forma que lloras. Lloras cuando ganamos y lloras cuando pierdes. Y no sientes vergüenza porque ES TU EQUIPO. Tampoco te importa que te miren como si estuvieras loco.
Luego llega de nuevo el destino y te prohíbe acudir al estadio. La vida te vuelve a pegar otro palo y te hurta el placer de ver al Sevilla en Nervión.
Pero nunca te rindes.
Sigues siendo igual o más sevillista. Más si cabe aunque tu aportación al equipo sea solo emocional.
Y llega el Centenario. Y cuando ves a tu equipo apabullar, jugar, ganar, aplastar, levantar copas, títulos, trofeos… lloras.
Lloras como una magdalena.
Tanta maravilla no es posible porque miras hacia atrás, hacia ésas décadas grises cuando un pequeño triunfo era una festín, y no te crees lo que estás viendo. Y vuelves a llorar de emoción.
Y no te importa que te digan llorón porque lloras por el Sevilla, lloras por tu Equipo, lloras porque te da la gana y porque te lo mereces.
Y siempre, siempre, gritas “Hasta La Muerte” porque sabes que será así.
Y deseas que el sueño no acabe nunca.
Y deseas que el sueño no acabe nunca.
Nunca.
Cuidaros.
2 comentarios:
Brillante artículo, maestro.
SOLO TE PUEDO APLAUDIR,ME HAS DEJADO SIN PALABRAS,TE QUIERO HERMANO PEQUEÑO.
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