Saludos.
Tendrán que disculparnos las generaciones recientes, los jóvenes y los niños que han nacido bajo las sombras de las copas, de los triunfos y de los títulos; tendrán que disculparnos los que han asimilado plenamente la consciencia del sevillismo estando ahí arriba y siendo ya referente, modelo, fórmula a imitar... y disculparnos por haber nacido tan pronto porque no lo elegimos nosotros, por haber vivido lo vivido. Tanto.
Por haber visto un poco de luz y enseguida, el infierno; por haber pasado demasiado tiempo en los pantanos mirando las cimas lejanas de las montañas, por imaginar la escalada, el aire enrarecido, por haber soñado tantas veces que quizás un día...
Haber estado allí cada año, cada huída, cada pedazo de corazón que te escapa pegado a un nombre, a un hombre y unas botas, unos gestos, unas carreras y un grito, una explosión.
Y después el silencio opresor.
Por haber visto tantas veces el desfile interminable, guerreros marchando a otros frentes, a otras guerras, mercenarios y soldados, capitanes y cabos; por haber tenido instalados en casa a algunos genios, a algunos de los elegidos por los dioses; por haber visto gestos maravillosos, cosas imposibles, pedacitos de cielo concentrado... chupitos de ambrosía.
Por haber dormido mal tantas veces y otras, menos, bien. Por haber querido que aquel meteoro redondo viajara un poquito más para abajo, para éste lado o para aquel; que el obús causara estragos, un desastre, una carnicería, una matanza...
Por haber llorado de rabia más veces que de alegría, por haberle visto los dientes a la sierra y haber seguido siendo creyentes aunque nuestro Dios mirara para allá, tantos días, tantas peleas.
Tendrán que perdonarnos también por sentir vértigo.
Vértigo de un Sevilla obligado a mantener su reestructuración permanente, su reinvención anual, el cambio constante de muebles... probar cada campaña nuevas armas, nuevos filos y escudos, nuevas bombas. Misiles.
El vértigo de ver tantas monedas brillantes en las arcas y mirar al tesorero, al guardián, deseando que las use bien, que el anciano que renace cada año crezca sano, fuerte, ordenado, metódico y constante...
El vértigo de ver tanta plata detrás de los cristales de las vitrinas, de buscar más sitio para colocar los méritos que nunca paran de llegar; de buscar más pared para el escaparate; de mostrar henchidos los poderes, la heridas y las victorias; las batallas ganadas por un solo mandoble...
El vértigo de saber que tres siglos nos han visto corretear por los campos, por las tierras y las yerbas y hemos resistido mirando siempre para adelante, con orgullo, recogiendo, por fin, los débitos que Clío nos guardaba celosa, cicatera. Nosotros solos.
El vértigo de la insatisfacción permanente, el no hartarnos, el que lo bueno debe ser mejor y lo mejor superior y lo superior extraordinario... el legítimo y deseable derecho a querer más, mucho más, que todo te sepa a poco: hambre. Todo el hambre y toda la hambre permanente.
Y el vértigo del último minuto, de no hartarte nunca de beber cielo, de la lucha sin fin y hasta el fin.
Vértigo de pasearte por el Olimpo hablándole de tú a los dioses.
Tendrán que perdonarnos a los que hemos sido sevillista de antes porque lo somos también de ahora y lo seremos de mañana.
Vértigo hasta la muerte.
Cuidaros.
Sevilla FC 1890
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