domingo, 30 de marzo de 2008

CUALQUIER TIPO DE VIOLENCIA

Tengo edad suficiente para haber visto muchos, muchísimos partidos de fútbol. Toda esa vida de aficionado a éste magnífico deporte de origen inglés, ha venido acompañada, siempre, de escenas de violencia, intolerancia y salvajismo.
No es nuevo, insisto.
Los hechos recientes, una vez más, me ratifican en el componente sociocultural que subyace tras estas demostraciones de fuerza.
El fútbol no genera nada.
El fútbol es un espectáculo que te hace vibrar de emoción o te hunde en negras especulaciones.
El resto lo pones tú.
Los animales que se constituyen en bandas organizadas para agredir a los otros porque “son” de otro equipo, tienen, además de su pasión por unos colores, otros componentes mentales peligrosos. Las bandas de animales estos descargan sus frustraciones personales y sus anhelos mal conseguidos, en pegarle a otro, en hacerle objetivo de sus propias carencias. Estos hechos les provocan un bienestar pasajero que les anestesia sus otros problemas vitales. Durante unas horas, unos días, se erigen en héroes ante sus iguales porque “le pegué un chorro ostias” al del…
Triste mérito. Triste intelecto.
Pero actuarán igualmente en más situaciones existenciales. Lo que ocurre es que en las vidas diarias, cuando son seres anónimos y de manera individual, no se nota y pasan desapercibidos. Es en el fútbol, en bandadas, cuando con sus compañeros de frustraciones forman grupo, que se crecen y compiten en ver cuál es más agresivo, más violento, más arrojado.
Una turba histérica es un elemento ingobernable.
¿Ingobernable? No, todo está bien controlado y dirigido.
En otras épocas de tristísimo recuerdo, se usó el fútbol y los toros para ocultar otros problemas sociales de verdadero calado. Hoy se usa para canalizar formas de violencia que, si se aplicaran a los otros aspectos sociales, crearían un verdadero y auténtico problema a los gobernantes.
Todo sigue igual.
Un hincha violento presenta una tarjeta similar, sea del equipo que sea: suelen ser parados, escasos de estudios, con trabajos mal pagados, de capacidad mental limitada (objeto precioso de populistas y manipuladores), adictos a cualquier tipo de droga y proyectos inacabados de realización personal. Vuelcan todas sus ilusiones existenciales en que su equipo gane el domingo. Su mundo gira en torno a un campo de fútbol y su dios es otro señor que viste calzón corto y cobra millonadas.
Este prototipo (la generalización es, obligatoriamente, injusta), dedicado a solucionar problemas reales, problemas sociales, sería temible.
Por eso, toda la estructura social permite, controla y fomenta que el desahogo se canalice en unas horas de violencia semanal.
Se fomenta de muchas formas, muy sutilmente. Los gobiernos no intervienen directamente porque el trabajo se lo hacen los medios de comunicación.
¿Comunicación? No, ya no. Nunca lo fueron. Son medios de manipulación masiva porque no existe la objetividad. Y los mejores manipuladores son, curiosamente, los que aparentan más distanciamiento de los problemas que presentan.
Pero ya ni siquiera se esfuerzan en disimular. Sencillamente entran a juzgar los hechos que solo deberían referir. O bien, presentan sus informaciones sesgadas o contextuando solo la parte que conviene a sus intereses y que, obviamente, perjudica a los otros.
Los medios tienen colores.
Si leemos detenidamente cualquier información futbolística, la que sea y del medio que sea (excluyendo los propios de cada equipo que son, necesaria y obligatoriamente, subjetivos), veremos sutiles formas de dirigismo. Se puede dirigir directamente contra o subrepticiamente; por acción directa o por omisión; por comparación subliminal abierta u oculta…
Pero la violencia tiene varios grados. Somos violentos desde comentarios despectivos hasta las palizas en torno a los estadios. Somos violentos porque dentro de cada uno de nosotros coexisten lo bueno y lo malo. El yin y el yang.
Como no existe el equilibrio perfecto, todos somos reos de violencia en cualquier grado. Un comentario leve, inocuo, contra otro equipo u otros colores, determina un grado menor de violencia. Si no pasamos de ahí, casi podemos tolerarlo. El problema es que si somos capaces de ser violentos leves, un hecho concreto, una auténtica estupidez, puede catapultarnos, en un momento determinado, a ser violentos superiores.
El pensamiento debemos llevarlo dentro. El autocontrol debe ser riguroso, exigente y total.
Y siempre.
Y recordad que la única violencia justificable éticamente en la autodefensa (con muchos reparos).
Cuidaros.

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