Saludos.
Todos los escritores han dicho siempre que ellos son, ante y sobre todo, lectores. Y cuanto más grandes, mayores devoradores de literatura. Además del placer de la lectura per se, sugieren que otras memorias e imaginaciones alimentan la tuya propia.
Cuando dedicas buena parte de una de tus aficiones predilectas a investigar en la Historia de tu Club de fútbol, sin ser escritor ni grande, llegas inevitablemente a la misma obligada conclusión puesto que en el noventa por ciento del tiempo que dedicas, andas sumergido en hemerotecas y bibliotecas trasegando, hurgando y mirando papeles antiguos, libros y periódicos, con la esperanza, tan esquiva siempre, de dar cón ésas letras, con ése artículo que te muestre la pepita de oro, la joya que te hace pegar un salto delante de la pantalla a modo de gol virtual. Aunque de manera dispersa y porque ése es tu trabajo, asumido voluntariamente, puede que leas incluso más. O por lo menos, igual.
La clave para navegar e investigar en Internet estriba en saber hacer la pregunta correcta: el volúmen de datos que contiene ésa maravila (con sus cosas buenas y malas) es tan descomunal que si no interrogas bien, te puede abrumar con miles y millones de resultados inútiles. Es una máquina, no se olvide. Por ello, ganar tiempo espolvoreando la paja y acotando los márgenes, es esencial porque es la mecánica exigida para escrutar el pasado con una cierta precisión y con parámetros temporales aceptables.
Un día cualquiera, en cualquier momento, inicias una secuencia de búsqueda que, como tantas otras cosas, sabes cómo empieza pero jamás como termina. Aunque la mayor parte de las veces desesperes porque las pistas te llevan a callejones sin salida o simplemente estériles, hay algunos momentos, pocos poquísimos en realidad, en que se te abre una senda interesante, una frase, una noticia que te obliga a tirar de ése hilo hasta el final.
Otras veces, sin embargo, descubres historias maravillosas. O trágicas, o emocionantes o, simplemente, historias.
Hace poco tiempo, en una de ésas habituales batidas de papel por la Biblioteca Nacional y buscando otra cosa, me doy de cara con una noticia de 1924 que me deja impactado, que me salta a la vista y me atrapa. Inmediatamente se me encienden las alarmas y se me agolpan en la cabeza tres nombres propios: Spencer, Berruezo y Puerta.
Atónito me pregunto ¿tuvimos un cuarto hombre, una cuarta baja hasta ahora desconocida? Lean:
El artículo se publicó en el diario “El Cantábrico” del 22 de mayo de 1924.
Un equipier del Sevilla F.C… La noticia, de una síntesis perfecta, es terrible.
¿Manuel Caro?
Procedía ir directamente al archivo con el listado de jugadores de nuestro Club, buscar en la letra “C” y tratar de identificarlo. Nada, no aparecía. Consulto a los que más saben de esto, a mis amigos del Área de Historia, sin resultado. Nadie identifica a Manuel Caro y el único registro conocido en nuestras filas es el de Antonio Caro García, jugador entre 1932 y 1936.
¿Quizás un amateur? ¿Un chaval juvenil? ¿Un suplente? Recordemos que las plantillas de esos años eran temerariamente limitadas y que ante una baja por lesión, raramente se podía cubrir. En no pocas ocasiones se terminaba jugando con diez.
No hay datos.
El siguiente paso, lógico, era indagar un poco más en el fondo de la Hemeroteca porque a veces las noticias se distorsionan involuntariamente en las redacciones. Y entonces descubres una serie de coincidencias que ayudan poco o entorpecen el trabajo.
En el “Diario de Córdoba” de la misma fecha, se leía:
¿Manuel Gafeo? Pero aporta otros dos datos: tenía 20 años y se fractura el radio.
Hay que seguir buscando. En el “Diario político de Salamanca” y en la misma fecha, aparece:
Manuel Caro. Dos coincidencias. Pero la noticia, el luctuoso suceso, se extiende por el país. En el diario “La Correspondencia de Valencia”, nos vuelven a cambiar el apellido:
Manuel Casao. Radio del brazo derecho. Seguimos por Lugo. En “El Progreso”, decían:
Cacao. Valga la broma porque se está poniendo la cosa como eso, como un cacao.
En “La Voz” de Madrid, también se reproduce:
Ya vamos acotando: Manuel Cacao.
“El Adelanto” de Salamanca”
Otra vez Caro…Podríamos seguir pegando recortes pero parece que ya no llegaríamos mucho más lejos… o sí.
Tenemos, pues, que la misma noticia en diferentes periódicos (muerte de un joven futbolista de 20 años en Sevilla, fractura de radio durante un partido y muerte por tétanos), nos trasladan hasta cuatro nombres distintos: Manuel Caro, Manuel Gafeo, Manuel Casao y Manuel Cacao.
Algo, no obstante, debió estar pasando con los operadores de telégrafos.
Pero… ¿cuál es el auténtico?
Se imponía acotar aquellas búsquedas por nombre y apellido o por muerte (o fallecimiento) de un futbolista. De la misma forma, buscamos los distintos jugadores en los archivos del Sevilla y otra vez, sin éxito.
Y tuvo que pasar casi un año para poder pegar de nuevo la hebra, el hilo que decía al principio.
En “El Heraldo” de Madrid, el día 20 de frebrero de 1925, se inserta la siguiente noticia:
Era Manuel Cacao y jugaba en el Triana. El zaguero del Chaprisa, Antonio Gómez Berrocal, zandillea a Cacao, se va al suelo, se rompe de radio y unos días más tarde, muere de tétanos. Doce años y un día de cárcel.
Y leyendo la crónica y las actuaciones de los abogados, tendremos que rendirnos a la defensa que logró, tras la larga serie de testigos, obligar al fiscal para retirar los cargos.
Inocente. Absuelto. Lance del juego.
Terminamos con un último recorte, “El avisador numantino”, que evoca con fuerza a determinada prensa, radio y televisiones actuales:
Mató.
Cuidaros.