Saludos.
La piel es la parte física más externa de nuestro organismo, la frontera con el mundo que nos rodea. Aparentemente delicada (nos hacemos un rasguño apenas nos rocemos con algo), también es la primera y más llamativa señal de alarma de que algo, debajo, no va bien.
Si ponéis el título de la entrada, entre comillas, en un buscador de Internet (por ejemplo en gúguel), os pueden salir más de 2.800.000 enlaces a portales que tratan del tema en su aspecto médico o estético, con millares de consejos y medicamentos para su cuidado, conservación y reparación. Y es un órgano que transmuta continuamente, renovándose cada minuto.
Pero poseemos otra piel aún más importante si cabe: la piel mental.
Tenemos ésa otra piel en el cerebro, en la parte intangible del órgano rector de nuestros pensamientos, tan delicada o más que la otra, la física. Probablemente más y al contrario que la primera, raramente cambia, o lo hace muy lentamente, a pesar de que estemos capacitados para modificarla y estructurarla en función de datos, información y conocimiento empírico. De hecho, toda nuestra existencia es un continuo almacenaje de circunstancias vivenciales en nuestra memoria, para y a pesar de lo que se diga, evitar cometer los mismos errores cada vez. Y los aciertos aunque sean los primeros los que más nos marquen.
No tanto en su apartado sentimental porque es más intangible aún.
Los sentimientos de la piel mental no se pueden medir, calibrar, raramente modificar o reparar y suelen acompañarnos todas nuestras vidas, desde que somos capaces de establecer nuestras preferencias personales. En lo que sea.
Ya de niños algo nos define como, sea el caso, adeptos a un equipo de fútbol. Hay seguidores de equipos que atesoran ingente cantidad de títulos y trofeos, otros menos y algunos ninguno… pero todos tienen sus partidarios incondicionales y hagan lo que hagan, estén como estén, ganen o pierdan, los fieles irán siempre con ése escudo y ésa bandera como divisas de sus sentimientos.
La suerte es esquiva y no siempre está de nuestro lado. En fútbol las más de la veces por cierto, salvo para unos cuantos elegidos que dan más glorias que penas. Para los demás, es un continuo gráfico de cimas y valles, de aciertos y errores, de alegrías y frustraciones y aún a pesar de ello, siempre fieles y mostrando con orgullo nuestras divisas.
Pero no siempre usamos la piel mental con el equilibrio que se pretende en mentes racionales y porque los sentimientos no atienden a cuestiones de lógica o sensatez. Son y no se pueden explicar.
Durante décadas hemos vivido en el Sevilla un continuo bombardeo de la otra parte de la “piel sensible” del fútbol hispalense. Hemos sido vilipendiados, vapuleados, acusados, difamados, calumniados y denigrados por nuestra condición de sevillistas. A nosotros, a nuestros dirigentes y a nuestro Club se nos han imputado hechos y actuaciones terribles, de abuso, de prepotencia, de excesos…
Se nos acusó de no admitir obreros, de atropellar a niños en el campo, de robar jugadores, de representar a la clase fascista, de aliarnos con el poder (legítimo o no), de discriminar en razón de la ubicación de los estadios, de… un largo y complejo listado de supuestos agravios que históricamente impidieron el desarrollo “normal” del otro Club de la ciudad.
Es curioso, por lo sorprendente e infantil de los argumentos, que todos los males del Real Betis los representaba siempre el Sevilla F.C. Curioso.
Es lícito, no obstante, que cada cual decida qué le impide ser diferente, distinto o mejor aunque haya que preguntarse si se quiere serlo y qué modelo queremos imitar.
Lo que parece poco aconsejable (incluso bastante torpe) es que siempre que intentemos algo, se haga lo que se haga, “otro” nos impida conseguir nuestros objetivos. En clave de creyentes, el diablo siempre puede al dios. O la proyección de nuestras propias carencias en los demás.
En ésta larga y tediosa historia hubo un punto de inflexión, un momento donde los acontecimientos tomaron un nuevo derrotero y los planteamientos cambiaron radicalmente. En 2005, precisamente, año de nuestro Centenario como Club Oficial, un crecido representante temporal de la parte más rancia del beticismo (que desaparecería estrepitosamente un poco más tarde), la que atesora la ristra más larga y esperpéntica de tópicos sobre ambos equipos, hizo unas declaraciones públicas reclamando la antigüedad de su Club por encima del nuestro.
Y eso abrió la espita que nunca debió estar cerrada.
El “nosotros a lo nuestro” dejó de serlo y de la mano de insignes sevillistas como Agustín Rodríguez, Juan Castro, Carlos Romero, Enrique Vidal, Antonio Ramírez,Juan Luis Franco… (más tarde nos incorporamos otros cuantos y siguen llegando nuevas y valiosas adquisiciones) comenzó la ardua, larga y compleja tarea de desmantelar un discurso ruin, perverso, maloliente y sobre todo, increíble por lo burdo del tinglado. Hay que reconocer, no obstante, que por aquello que decía de los sentimientos, cualquier barbaridad puede tener acomodo en mentes poco analíticas y prestas a justificar (superficialmente, la piel), el desatino más rebuscado que se presente.
Había dos maneras de enfrentarse a los hechos: crear nuestra propia contraofensiva en términos similares (amparados en el conocimiento documental que atesorábamos) o, por el contrario, limitarnos a presentar ésas pruebas para que el lector, del bando que fuere, extrajese sus propias conclusiones.
Se optó por la segunda, lógicamente, porque desmantelar décadas de maledicencia solo es posible ante la fatalidad de los hechos históricos, los documentos y las pruebas que impiden lecturas torticeras, que sobrepasan la maldad y ante los que hay que pararse, analizar y sobre todo, frenar la inquina.
Llevamos ya años mostrando ése arsenal de documentos, se han desmantelado uno por uno la mayoría de los tópicos (otros, importantísimos, lo serán en breve y hasta aquí puedo leer de momento), se han presentado las pruebas que indican, sin posibilidad de lecturas posteriores o distintas, que los HECHOS no fueron como se han contado, se ha reconstruido el pasado en base a ésas PRUEBAS y ha resultado muy diferente de como se venía narrando. Sobre todo, porque siempre se relataban, interesadamente desde una parte, para denigrar al otro, para imputar actos de dudosa dignidad y para amparar los propios fracasos en la perversión del contrario.
Como todo y si hablamos de sentimientos, más, también debe resultar lícito que ésta parte, la de los sevillistas y a tenor del nuevo panorama histórico que se muestra, sintamos un renovado orgullo de nuestro pasado. Es verdad que nadie está del todo limpio, que hay pasajes oscuros en ambos lados, que nadie puede reclamar la limpieza absoluta… pero es más cierto aún y eso es irrebatible, que la parte sevillista, la del Sevilla F.C., la que representamos los que calzamos colores blancos y rojos, nunca hemos inventado, urdido, falseado ni engañado (estructural, social y políticamente) sobre el otro Equipo. Nunca.
Y ni por asomo se nos ocurrió, jamás, imputar a nadie ninguno de nuestros errores creando campañas difamatorias de largo alcance.
No somos mejores ni peores, más listos o más guapos. Somos distintos porque tenemos la inmensa suerte de ampararnos en el Club andaluz que más méritos deportivos atesora. Con diferencia, con gran diferencia.
También debería resultar comprensible que tras ésa ingente tarea de investigación y con los resultados felices de la misma sobre la mesa (desconocidos incluso para la mayoría de nosotros mismos), los palanganas hinchemos un poco más los pechos, que hablemos de nuevas perspectivas históricas, de que muchos suelten ése aire contenido en los pulmones durante tantas décadas y podamos frenar, de golpe y con argumentos, las batallitas que se nos cuentan desde el lado rancio, desde los obtusos, desde los que repiten sin fin una letanía prestada, superficial, poco consistente y sobre todo, perversa.
Hay que reconocer (porque es de justicia), que una parte (desgraciadamente aún pequeña, muy pequeña), de investigadores béticos (a los que respetamos y admiramos porque su trabajo dentro de su Club es complicado), ya lleva tiempo trabajando bien en la recomposición de la Historia; que han dejado atrás, definitivamente, ésos tópicos que a nadie benefician, que podemos ir juntos y de la mano en busca de las verdades del pasado sin que la rivalidad, la sana rivalidad deportiva, nos obnubile la razón y el conocimiento.
Pero a muchos de éstos amigos se les está poniendo la piel sensible. Demasiado sensible y eso anuncia que quizás haya algún problema soterrado, interno, latente. Mal curado.
¿Hacemos un ejercicio formal, serio y respetuoso de investigación histórica?
Pues convendría, como primer paso, RECONOCER los errores habidos, es decir, decir públicamente que aquello no fue así porque las PRUEBAS lo desmienten. Y hacerlo aunque ello suponga enfrentamientos internos. Sobre todo porque tener la razón de tu lado te otorga valores suficientes y aunque el miedo sea consustancial a ser humano, cuestión que se entendería.
Como paso segundo, instar al Club a que admita que ha estado décadas mintiendo lastimosamente sobre el Sevilla F.C. (en boca de muchos de sus directivos y representantes) y que deje de hacerlo. Y puestos a pedir (aunque pudiera parecer ilusorio), con alguna frase donde aparezca algo así como “perdón” sería suficiente desde mi humilde punto de vista.
Tercero, dirigirse a determinadas “autoridades” del beticismo (léase, por ejemplo, Mercedes de Pablo, Antonio Hernández, Fernando Fedriani, Isabel Simó…) para que, DOCUMENTOS en mano, dejen de decir y escribir estupideces que solo sirven para engatusar a una parte de la masa social poco dada al criterio sosegado y analítico de los hechos.
Y cuarto… una vez limpiada la casa, nos organizamos para amueblarla de nuevo. Esta vez con maderas nobles, nada de aglomerados.
No, amigos. No reviertan de nuevo la situación y ahora esgriman un argumento tan falaz como peregrino de que nosotros, los investigadores sevillistas, estemos haciendo una revisión histórica que pretenda invertir los papeles que cada cual ha jugado en toda ésta trama.
No sean pueriles.
No pretendemos revertir nada, no deseamos imputar males ni reivindicarnos en nada. Es solo una cuestión de honestidad para con la Historia y que cada cual, cada uno de nosotros, asumamos nuestros pasados con todo lo bueno y lo malo que ello comporte.
Y si vosotros deberéis recomponer mucho más, no es asunto nuestro. Han sido décadas de tristes y efímeros triunfos que ahora hay que reconducir.
Porque si hemos de hablar de pieles sensibles, convendrán que la ronchas que tenemos nosotros no son nada comparadas con ése sonrosado que presentan sus pieles verdes.
Cuidaros.