Saludos.
En otros tiempos, ser monaguillo parece que te daba un cierto plus en la sociedad y sin embargo, el famoso refrán que sentencia: "si quieres tener un hijo pillo, mételo a manguillo", parece que fracasó conmigo -como en toda regla que se precie-.
Nunca fuí pillo y cuando pude serlo, me dió vergüenza.
Yo era un niño especialmente tímido y no obstante, mi vecino Rafa, quien sí que reunía todas las condiciones, me convenció para decir la misa tridentina, en latín y de espaldas a la clientela.
Rafa era más alto que yo, muy delgado y casi todo cabeza -imaginaros un Chupa Chups con dos patas como alambres-; tenía una bicicleta -algo excepcional en la zona- y con ánimos de que me la prestara alguna vez, me dejé convencer para ayudar en misa.
En el barrio donde yo vivía había un colegio público para niños y otro para niñas separados, convenientemente, unos quinientos metros. También un tercero, de religiosas, con internas femeninas. De pago.
Éste colegio de monjas estaba anexo a la iglesia y por lo tanto, usuarias habituales de las dependencias y sus servicios.
El primer día Rafa me llevó ante el cura, D. Gregorio -no olviden el D.- y tras besarle la mano, como era obligado, me aceptó de "aprendiz" de monaguillo. La primera tarea fue buscarme la ropa adecuada a mi tamaño. Tenían dos o tres en un armario, que olía a alcanfor, y tomaron la que mejor se me adaptaba pero que, como trágicamente veremos luego, me estaba un poco larga.
Rafa, adiestrándome, me dió algunas orientaciones, algún consejo y sobre todo, que siguiera sus indicaciones durante el oficio. Debimos haber practicado un poco antes.
Llegó el día señalado para mi debut y tomamos las posiciones de rigor para salir a escena: D. Gregorio delante con sus manos unidas en el pecho, Rafa después y yo el último. Al entrar al recinto desde la sacristía, una oleada de calor me abrasó por dentro y a punto estuve de salir despavorido: la iglesia estaba a rebosar de niñas de uniforme. Niñas de entre cinco y doce años.
Aún desconozco qué me obligó a seguir andando pero ya entonces supe que me adentraba en un terreno erizado de enemigos. Una misión suicida de la que no esperaba salir con vida.
Yo era un chico rellenito, por lo que tenía unos mofletitos que se habían puesto de un rojo intenso y las niñas lo notaron. Apenas tomé mi posición, comenzaron los cuchilleos y los ssssshhhh de las mojas que patrullaban entre las filas de bancos.
Comenzó el acto y haciendo lo que me indicaba Rafa por señas, la cosa marchaba aceptablemente. Llegó un momento en que tuve que cambiar el librote del ritual que descansaba sobre un atril de apariencia pesada. Temiendo que no pudiera con el peso, lo alcé haciendo acopio de todas mis fuerzas y no salió volando por pura casualidad. Resulta que el atril no era macizo y apenas pesaba un par de kilos.
Las risas me llegaron alto y claro, con lo que el rojo intenso pasó a ser profundo.
El instante decisivo se acercaba.
Hubo un momento en que tratando de disipar los nervios que me atenazaban, inicié un pequeño movimiento de balanceo adelante y atrás. Y mira por donde, una de las veces en que apoyé los talones, pisé el borde de la sotana y me quedé trabado. La tela me tiraba hacia atrás y no podía empujar hacia adelante.
Fue horrible.
Durante más de dos minutos estuve en equilibrio, sin poder recuperar la verticalidad, sudando, acojonado y a punto de la apoplejía. Rafa me hacía señas y llegado un momento, sin disimulo alguno, como diciendo "¡qué haces, imbécil, muévete!". Pero ninguno de los dos se habían percatado de mi estado semi comatoso y hasta D. Gregorio giró la cabeza y con un magnífico movimiento ràpido, digno de un remate de cabeza en una final, me ordenó que siguiera con el acto.
Sumemos al desastre las risas ya indisimuladas del graderío femenino y tendremos a un manguillo que empezó y acabó su carrera el mismo día.
Se soltó por fín y acabamos, creo -porque desde entonces he sufrido lagunas de memoria-. Por supuesto, no fuí convocado de nuevo nunca más. Tampoco hubiera ido.
Pero mi relación con la iglesia no había terminado.
Un tal Padre Pedro, de Misiones Interiores, quería formar un coro y nos congregaba por las tardes para hacer pruebas en busca de nuevos talentos. Íbamos en grupos de ocho o diez y reunidos en torno al cura y el órgano, intentaba que nos pareciéramos a un grupo de voces coordinadas.
Llegado el día de mi actuación, el Padre Pedro -luego hablaré de él sobre otros asuntos-, se giró en un determinado momento y miró al final del grupo. Allí estaba yo. Me ordenó acercarme y me puso en las manos una partitura, me dió algunas instrucciones y comenzamos a cantar.
Después de mí, fichó a Benito, como suplente. Y me convertí en el cantante solista del coro.
Parece que debía tener una voz limpia y clara porque desde entonces actuaba en solitario, por delante del resto y no solo en las misas normales. En un acto de importancia al que acudió el Obispo, canté en las escalinatas, frente a la esplanada repleta de gente, tres pasos más cerca de las autoridades, ganándome las felicitaciones de tan alta eminencia y sin que la jerarquía llegara a saber nunca el mal rato que aquello supuso para mí. Y mi familia, por supuesto, orgullosísima.
Un día, sin saber porqué, mi voz dijo "ya no sigo" y se mantiene hasta hoy. Y Benito ocupó la primera plaza.
El Padre Pedro desapareció, sin aviso ni justificación, dejando el coro huérfano. El Padre Pedro había realizado "tocamientos" al algunos chavales. El Padre Pedro nos confesaba paseando, con su brazo echado cariñosamente encima de nuestros hombros y su mano toqueteando nuestros pechos. Alguien lo vió. Y alguien, el listo del grupo, nos explicó lo que aquello significaba.
Nunca volví a la Iglesia.
Cuidaros.
4 comentarios:
hermano no dejas de sorprenderme a diario,ahora manguillo,vendimiador tambien ¿con que me sorprenderás mañana? aqui estaré esperandote para que me lo cuentes,eres genial jose por eso te quiero tanto y te doy mi corazón,tomalo tuyo es mio no,asi se dice la oración ¿no manguillo?jajajajajajaja,cuidate,nos vemos muy pronto hermano.
...la vida....
Sigue así, nos gusta leerte.
Un saludo
la primera parte del post sencillamente genial,me he partido de reirme.
la segunda con el tema de la pederastia,horrible,con razón no tengo bautizada a mi hija,no quiero saber nada de nada de esta basura come cocos.
Jose M. tienes la virtud de hacerme echar la mirada hacia atrás, a aquellos tiempos y tampoco es fácil que los blogueros enganchemos desde el principio a los lectores y, al menos conmigo, lo consigues.
Un abrazo y cuídate también, hermano.
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