sábado, 19 de abril de 2014

CARTA AL PARNASO

 

Querido Maestro:

Nunca supe con certeza si eras un periodista metido a escritor o un escritor que ejercía de periodista. Me daba igual de todas formas.

Nunca pude averiguar si la fuente inagotable de tu imaginación (como la de tantos otros), te había sido concedida por el dios, en el que nunca creíste, porque admitir esto hubiera sido una burla “divina”, de proporciones universales ¿no, Gabo?

Tampoco llegué a entender qué mecanismos funcionaban en tu cerebro para tener la capacidad de hacer comprensibles, casi humanas, las ideas más peregrinas, los fenómenos más alucinantes, la magia misma convertida en letras entendibles.

Tus “cien años” me pegaron de pleno, medio metro más arriba del plexo solar, justo en la edad en que apenas había dejado de ser niño, cuando aún la niebla de la infancia no se hubo disipado del todo y no me permitía ver el mundo tal cual es. Cuando las realidades de la vida aún no terminaban de confabularse para hacérmela áspera, doliente y dura aunque salpimentada de ratos agradables y momentos felices. Los menos, ciertamente.

Pero tus “cien años” me embrujaron definitivamente porque no muchos libros te atrapan con tanta intensidad, con tantas ganas, con tantos deseos de buscar los momentos posibles para bebértelo sin distracciones, en la soledad y en la comunión perfecta del allá y el acá, del ahora de papel.

Era demasiado joven e impresionable. Más tarde, ya mejor curtido, volví a fisgonear en la vida de Aureliano Buendía, sus mundos y sus gentes y entonces el impacto fue mayor porque me sentí impotente ante tanta magia, ante la grandeza de contar lo increíble y hacerlo verosímil, posible y probable. Lo decías tú y yo, sumiso y abierto, navegaba en tu barco maravilloso, como grumete, tan sabiamente gobernado.

Cada pocos años, Gabo, vuelvo a Macondo y revivo tu magia para descubrir nuevos horizontes, nuevos sentidos, nuevas sensaciones. Las mismas renovadas cada vez y con más fuerza que la anterior. Para huir de otras realidades y dejarme “embaucar” con las tuyas.

Y luego vinieron las demás. Aquel “Florentino Ariza” de los tiempos del cólera, llevaba mi mismo apellido y seguramente por ello sentí un apego especial por él. Y su tristeza infinita de amores (¿quién no ha padecido alguna vez de ésa terrible dolencia?), tan sabia y dulcemente narrada, convertían algo tan doloroso en lo tierno, lo amable, en una forma de heroicidad a prueba de terremotos. Florentino fue eternamente fiel.

Hube de buscarte en todos tus textos porque me sentía como drogado. Abría cada nuevo libro ansioso, deseando zambullirme en tus mundos sabiendo ya, desde antes, que nunca me defraudarías, que cada entrega sería otro universo de sensaciones.

Acerté siempre. Con todos. Porque te los leí todos, Maestro.

¿Y ésa forma tuya de escribir libros al revés subvirtiendo el modelo “oficial”? Genial. Por tan distinto que choca, que desubica, que maravilla.

Ya te dejo, Gabo, porque imagino que andarás saludando a toda la cohorte del Parnaso que te esperaba y que te habrá recibido con entusiasmo, a pesar de todo.

Dale, por favor, recuerdos a Miguel, a Williams, a Charles, a los Julio (al sevillano y al argentino), a Antonio y a su hermano Manuel, a Hans Christian, a Honoré, a Jane, a Dante, a Giovanni, a Jorge Luis, a…

Un día, si me aceptáis, quisiera sentarme allí, al fondo y sin molestar, en el Parnaso, para escucharos. No más para eso, Gabo. Por favor.

Cuídate, donde quiera que estés.

2 comentarios:

CARMEN RODRÍGUEZ dijo...

Genial tu también, como Gabo, y como siempre, cuando no tratas temas de futbol, consigues emoconarme. Desde aquí también mi pequeño homenaje a GABRIEL GARCIA MARQUEZ. Un beso

Jose Manuel Ariza dijo...

Saludos.

Gracias, preciosa.

Un beso.

Cuídate.