domingo, 27 de enero de 2013

SONRISAS DE UN METRO

 

Saludos.

Tengo la inmensa suerte de poder tomar el Metro al lado de mi casa y bajarme junto a mi otra casa, la Grande. La pequeña la habitan dos emociones. La otra, decenas de miles.

Y tengo también la oportunidad de observar las caras de los míos (y escucharlos) cuando, a la vuelta y habiendo visto los partidos, las expresiones cambian en función del marcador.

Este año, por cierto, abundan las comisuras deprimidas porque han sido más penas que glorias, más dolores que alegrías, más tristeza y silencios que explosiones de júbilos.

Pero ha habido algunos de esos quince minutos (que es lo que tardan en llevarme a mi barrio por las entrañas de la ciudad), en que las sonrisas han alcanzado cotas históricas, delirantes y exultantes. Los tengo grabados en mis retinas, en mis neuronas y en mi piel.

[¿Saben lo que es un “tramocero”? Pues dícese de un gusano enorme que se desplaza por túneles horadados en la tierra, a gran velocidad, que engulle seres humanos y los expele a ratos y que más tarde eclosiona en “tramouno”]

Volvamos a los momentos felices porque hay uno especialmente señalado y que celebramos con una mano abierta, saludando como buenos vecinos. Aquella “manita” le puso un color especial al Tramocero, felicidad, emoción contenida y “de oreja a oreja”.

Fue estupendo.

A pesar de la cortedad del trayecto, se escucharon repetidas todas y cada una de las jugadas, de los goles, de lo maravilloso que es no encontrar defectos en los nuestros, de perdonar algún fallillo, de la generosidad hecha personas porque a pesar de que aquel no corre lo necesario, ése día estuvo rayando la perfección…

El Tramocero, de vuelta, ingirió cientos de sevillistas y eran, por tanto, cientos de crónicas perfectas de lo vivido. Es cierto que no todos opinaban a la vez (sería una locura), pero lo es también que se hicieron especies de “corrillos” cuando uno, de mayor registro sonoro en sus cuerdas vocales, analizaba lo vivido y estaba dotado de una cierta gracia para hacernos reír. Y porque el día era ideal para relajarse con la victoria. Dos decenas de orejas escuchando (yo entre ellas y tomando éstas notas mentales), asintiendo, carcajeando… todo en modo compacto, apretaditos, arrebujaditos porque cuando el Tramocero tiene hambre, le caben una barbaridad de víctimas.

Es tal la presión (mental, psicológica, emocional y física) que el simpático comentarista, en una parada en la que normalmente no tiene mucho tráfico de personas, llega a gritar:

-¡Bajarse tres o cuatro, haserfavó!

De hacerle caso esos tres o cuatro, hubiéramos ganado unos gramos de litro de aire por cabeza y hubiésemos podido rascarnos la espalda que nos picaba tela.

Me gustaría poder escuchar al simpático en el Estadio, sin barreras sonoras, diciéndole al árbitro las verdades del barquero… debe ser espectacular.

No te conozco, amigo, pero te tengo “fichado” y trataré de incrustarme en el vagón del Tramocero en que logre verte porque me haces pasar quince minutos de gloria.

Otro día fue el repaso al Real de Madrí.

Y otro, negativo, el del atraco del Barça. Ahí no sirvieron las estrategias, los cambios, la entrega, los esfuerzos… hay imponderables insuperables, intratables y lamentables. Y en el Tramocero se le dijo al trencilla justo lo que le corresponde por genética hereditaria, por profesión y por filiación policial.

Incluso se le sepultó en excrementos, se le envió a recibir por donde amargan los pepinos, se le señaló las actividades extramatrimoniales de su señora esposa y se le deseó una indigestión de silbato con obstrucción de vías respiratorias por paro cardíaco irreversible. Virtualmente porque si alguno de los habitantes temporales del Tramocero se lo echa a la cara…

Hay, a pesar de todo lo anterior, un aire generalizado de temple, de cordura, de saber de fútbol, de saber estar…

No escucho berridos jamás, pase lo que pase, ni gritos, ni salidas de tono. No hay insultos elevados, nadie dice burradas ni se salta barreras tolerables de cachondeo. Nadie. Es un gusano agradable incluso en los malos momentos.

Durante quince minutos, es un Tramocero palangana y eso imprime carácter.

Y sobre todo, las sonrisas de metro (de cien milímetros) cuando los vientos hinchan las velas como en Copa.

¡Qué gran invento el metro y las sonrisas de metro!

Cuidaros.

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