domingo, 2 de diciembre de 2012

1.77 DE MEDIA

 

Saludos.

Nací en una ciudad reinventada en el Barroco. Lo digo porque aunque la Historia nos sitúa mucho más atrás, la Sevilla de ahora, la que nos contempla cada día, es heredera directa de aquella época del XVII en sus formas y maneras, en su concepción de lo público y los espacios, en sus aficiones y extroversiones.

Y como heredero de una forma peculiar de contemplar la estética, mis gustos en fútbol se definen en el fútbol barroco por, digamos, formación vivencial. Para mi desgracia (seguramente), de los cuatro grandes polos que mostramos al mundo con mayor ahínco (Feria, Toros y Semana Santa) solo me atrae el cuarto, el Fútbol. Soy, por tanto, un sevillano incompleto o mal formado. Tampoco me traumatiza o deprime.

¿Y a qué le llamo yo fútbol barroco?

Pues a aquel que nos legaron los escoceses…

juegoescoces F. Alonso de Caso

… y que definía perfectamente un estilo, una forma de tratar el balón, una manera de dominar el espacio tiempo con los pies dándole patadas a la pelota.

No es de extrañar por ello que en Sevilla, donde los nativos de Escocia plantaron la semilla del foot-ball en la Dehesa de Tablada, florecieran ésos gustos por la filigrana footballistica del pase corto, de la triangulación, de los desplazamientos milimétricos que logran desquiciar al contrario, en una sinfonía de movimientos corporales de una estética apasionante.

Aquí nació y floreció la Escuela Sevillista de fútbol y era ésa misma, la escocesa.

Hubo un tiempo, no obstante, en que la “escuela del Este” y su potencia, velocidad, rapidez fulminante y con largos desplazamientos de hombres y balón, dominó Europa. Resurgía el modelo inglés “científicamente” aplicado (luego supimos que había demasiado de cientifismo en vena en muchos de aquellos portentos).

Pero como lo bello será bello siempre, el fútbol actual es la reedición de lo que inventaron los de Escocia (no deja de sorprender que tan al norte coincidieran gustos tan “latinos”).

El modelo lo enseña el Barça y miren por donde, en Barcelona nace el fútbol coetáneamente con Bilbao, Huelva y Sevilla, porque allí también hay puerto de mar y allí, también, llegan barcos desde las Islas Británicas cargados de marineros que saben jugar a aquel sport novedoso, practicado por locos en paños menores.

Y la Selección Española que ahora gana, divierte y maravilla, juega al modo Barça.

Hay un portal de un madridista (que no linkearé porque me parece hasta chusco), que ha titulado con un remedo localista de otro de Barcelona (La Libreta de Van Gaal y uno de los mejores sitios de fútbol de España y Catalunya), que publicó un artículo el pasado mes de abril sobre las alturas de los jugadores.

Dice éste señor que la media de los del Barça es de 1.77 metros, es decir, que son bajitos (y si sacamos a Piqué y Busquets, le pegamos un bocado aún mayor). Los compara con los del Chelsea (1.85), los del Bayern (1.83) y los del R. Madrid (1.84).

Y para general alborozo de propios y extraños (éstos últimos con estupor no exento de desternille), pretende justificar que los árbitros sancionan a los contrarios grandotes porque en los choques con los “pequeñines”, éstos van al suelo antes.

Lean esto y maravíllense:

“Si, por ejemplo, un tipo de 1,70m como Iniesta, vaya por delante que justamente son los jugadores ofensivos del Barcelona los que rebajan ostensiblemente la altura media de su plantilla, choca contra otro tipo de 1,89m como Sami Khedira, lo normal es que en el encontronazo, el jugador que pierda el envite, como la lógica más pura dicta, sea el de 1,70m, sin que ese choque sea siempre sinónimo de falta, y mucho menos merecedor de amonestación en forma de tarjeta, pero el criterio arbitral durante estos años nadie me podrá negar que no se ha regido por esa lógica tan físicamente aplastante de la que hablo, si no que ha venido señalando demasiadas veces como falta e incluso sancionando con tarjeta esas acciones en perjuicio del jugador de mayor talla en esos encontronazos.

Por tanto, me atrevo a decir que ese estilo de toque tan característico y tan alabado (hasta la náusea) de nuestro rival, imposible de parar si no es mediante el posicionamiento defensivo más ortodoxo sobre el campo o mediante un partido jugado físicamente al 200%, no sería posible, o, al menos, no habría sido tan exitoso, como se ha demostrado en numerosos partidos de esta temporada, sin ese criterio arbitral favorable que sobreprotege a determinados jugadores.”

Dicho así, los árbitros se compadecen de lo más débiles, de los desprotegidos, de los chavalines agredidos por los gigantones…

Desde Sevilla cuesta pensar y creer que los del Madrid y del Barça se quejen del trato arbitral. Cuesta muchísimo.

Tomemos algunos ejemplos, no obstante. De entre los mejores jugadores del mundo de toda la historia, creo que coincidiremos la mayoría en éstos nombres:

Edson Arantes do Nascimento “Pelé”, medía 1.73

Johan Cruyff, medía 1.78

Alfredo Di Stéfano, medía 1.78.

Diego Armando Maradona, medía 1.66.

Lionel Messi “Leo”, mide 1.69. (Este apunta a que superará a todos los demás).

Podríamos seguir pero la cúspide de futbolistas mundiales, probablemente, la ocupa éste fantástico elenco aunque verán que gigantes, lo que se dice gigantes, no hubo ninguno.

Hay muchas formas de retorcer argumentos, de justificar impotencias, de extrapolar carencias propias y de proyectarlas en los demás. Muchas y casi todas de una ridiculez pasmosa. Es infantilismo en estado puro.

Sobre ello en Sevilla y contra el Sevilla F.C., andamos doctorados.

¡Lo que tiene que doler que un enano te vapulee!

Cuidaros.

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