sábado, 18 de febrero de 2012

CORREMOS TODOS

 

Saludos.

Una jugada cualquiera: Navas corre la banda, dribla a un defensa, sobrepasa al segundo y cuando pensamos que se le escapa el balón por la línea de fondo, centra. Lo ha hecho mil veces y lo seguirá haciendo.

En el área, D. Frederick pega dos pasos de gigante y se sitúa en el único hueco que deja la zaga contraria. El balón de Navas, medido milimétrica y mágicamente por las manos de los hados (hay uno al que le hemos visto la partida de nacimiento y figura nacido en Los Palacios, de profesión mago), se dirige a su portentosa cabeza.

Ahora pongamos las cámaras lentas y enfoquemos, a la vez, para Kanouté y para los espectadores y veremos una sucesión de planos casi idénticos (salvando las distancias). En el césped, el jugador, en su corta carrera, flexiona convenientemente sus piernas para tomar impulso y saltar. Lo hace de manera automática fruto de años de experiencia, buen sentido, preparación y capacidad.

En la grada, iniciamos un lento despegue de nuestros traseros del asiento, los cuellos tiesos como palos tras muchos años de práctica.

D. Frederick, ya en el aire, ondea su cuerpo hacia atrás mirando fijamente al esférico que vuela hacia él. También lo ha hecho miles de veces y sabe, exactamente, el grado de inclinación necesario para soltar el latigazo de su portentoso cuello.

Congelamos la imagen.

En la grada, igual.

Pero como en el toreo de salón, no es lo mismo. En la grada estamos miles, hombro con hombro y todos los que te rodean son de los tuyos. Empujamos en la misma dirección y no tenemos defensas que nos claven codos en los riñones (a veces, no obstante, el vecino lo hace pero sin acritud, como de apoyo y no nos duele. Incluso pregunta ¿has visto lo que ha hecho? Y lo dice mirando la misma jugada que has mirado tú que asientes. Lo he visto).

Volvamos al campo y le damos al play otra vez.

D. Frederick inicia el movimiento del torso para que el efecto palanca sea completado y la cabeza, el tercer arma del jugador, colisione en el sitio y momento oportuno con el balón, dándole la fuerza y la dirección necesarias y justas.

En la grada, todo el campo se ha semi incorporado entre el sentado y el de pie y ha inclinado ligeramente las cabezas de la misma forma, gesto similar, de salón.

Y se produce el momento mágico.

La frente de Frederick impacta, el balón sale repelido y cuarenta y cinco mil quinientos remates virtuales empujan.

La pelota asemeja una bala de cañón que se incrusta en el baluarte contrario. Indefendible, imparable.

Y ahora notamos, porque seguimos con la cámara lenta, que hemos dejado de ver a Frederick y solo miramos la trayectoria del balón. Lo vemos y casi no lo vemos porque a pesar de que hemos rebajado la cantidad de imágenes por segundo, la pelotita va tan rápida que no hay apenas distancias entre el momento del impacto y el balón parado en el fondo de la red.

GOL.

El jugador levanta los dos dedos índices y su cabeza al aire, brazos en ángulo recto. Los otros cuarenta y cinco mil quinientos jugadores los estiran al cielo, palmas abiertas, gargantas expeliendo un larguísimo ¡¡¡¡¡goooooooooooooooo!!!!!.

Pausa.

Han sido mas de noventa mil ojos clavados en el mismo protagonista y en el mismo punto que:

  • Será esférico.
  • Será de cuero u otro material adecuado.
  • Tendrá una circunferencia no superior a 70 cm y no inferior a 68 cm.
  • Tendrá un peso no superior a 450 g y no inferior a 410 g al comienzo del partido.
  • Tendrá una presión equivalente a 0,6 – 1,1 atmósferas (600 – 1100 g/cm2) al nivel del mar.

¿Alguien habrá calculado alguna vez la cantidad de impactos que sufre un balón en un partido? Algunas estadísticas no sirven para nada pero los curiosos perdemos mucho tiempo en tonterías.

Play normal.

A Frederick lo rodean otros diez (el que viste distinto y guarda la puerta de la Torre no suele invitarse a ésas celebraciones por precaución) y apenas se le ve, por su tamaño, la cabeza. Navas ha saltado como un mono y se le subió (es el más rápido y siempre llega el primero), a la garganta en un abrazo de niño que adora a su padre.

En la grada no es posible hacer la piña so pena de romperte algo, pero los abrazos son idénticos con los vecinos, lo achuchones, las manos que se estrechan y estrellan… Risas, sonrisas, ojos brillantes y felicidad.

Y palmas. Un tsunami de palmas humeantes que hacen temblar de gozo al Templo y provocan ronqueras desde lo más profundo (si no me crees, escúchate mañana por la mañana).

Los Biris arrasan con su gratificante contaminación acústica y los coros del resto no se les quedan a la zaga.

En Nervión jugamos todos y todos empujamos la pelota. En Nervión somos cuarenta y cinco mil quinientos once contra once aunque tantas veces jueguen con cuatro más.

En Nervión todos salimos cansados por los esfuerzos, por empujar, por ganar y queremos seguir saliendo agotados de marcar goles.

En Nervión jugamos todos. Todos, sin excepciones.

Cuidaros.

2 comentarios:

Rafael Sarmiento dijo...

"(...)si no me crees, escúchate mañana por la mañana(...)"

Yo también estoy con vencido de la victoria.

Magnífico post, amigo. Casi cabeceo la pantalla del ordenador a la vez que Kanouté hace lo propio con ese esférico de circunferencia, peso y presión tan adecuados.

Menos mal que no soy futbolista profesional y he fallado. De otra manera, hubiese cambiado el monitor por una considerable brecha en la frente.

Que cada uno se dedique a lo suyo mejor.

Un saludo.

Jose Manuel Ariza dijo...

Saludos.

Amigo Rafael, lo que ocurre es que tu vienes de la escuela holandesa y eres capaz de destacar en cualquier puesto.

A pesar de ello, creo que me quedo con tu versión escribidor porque eres pura élite.

Gracias. Y a D. Frederick y a D. Jesús.

Cuídate.