lunes, 29 de agosto de 2011

DISQUICISIONES (I)

 

Saludos.

Mi aparición por la vida comenzó provocándole fuertes dolores a mi madre. Nadie me había prevenido de que los momentos de placer que habían sucedido nueve meses antes (donde  participé involuntariamente y fui el más listo entre millones, record no he vuelto a igualar jamás), ocasionarían ésa tragedia.

Salí a lo mío, por tanto, y a hacerme un sitio costase lo que costase, a gritos, probablemente espantado de la sangría que hube de presenciar y de los elementos gigantescos, extraños, verdes, que me manosearon, tiraron de la cabeza y apalearon instantes después, señalando con precisión la zona blanco del futuro. Luego trataron de ahogarme indefenso.

Tomé nota, no obstante, de que es importante analizar antes de actuar.

Con una lección tan dura aprendida en pocos minutos, busqué siempre la mejor manera de no molestar a los demás (salvo causa mayor). Me planteé, a resultas de aquello, que si había sido capaz de hacer eso con la que me engendró, qué no podría hacerle a los otros, a los que no tienen vínculos sanguíneos conmigo. Me di miedo.

Crecí cada día (días de molicie absoluta que no he vuelto a vivir a pesar de buscarlos insistentemente) colgado de la mejor fuente de alimentación posible (gusto que me acompañaría siempre aunque ya jamás obtendría tantas proteínas, solo calorías), mirando, escuchando y almacenando información lo que, a la postre, me dotaría de una capacidad craneal notable.

Me sorprendí riendo a destajo con palabrejas de poco calado, chuminadas y gestos pueriles (que de haber sido instruido convenientemente, me hubieran provocado vergüenza ajena), asiendo todo lo asible y descubriendo mis miembros (todos) con admiración y deleite (uno más que los demás y aunque luego hubiera de soportar algunas decepciones).

Tenía voz (sonidos) y pude modularla a base de machacar los oídos de cuantos me rodeaban. Y como aún me faltaban datos para descifrar los mensajes de aquellas masas de carne parlante que me rodeaban, hube de aprender a berrear consistentemente. Los berridos son, lo aprendí más tarde, una forma de comunicación regular entre elementos carentes del menor atisbo de razón aunque les sobre cerrazón y sinrazón. Tampoco me prodigué luego que terminara el periodo de uso obligatorio.

Para mi satisfacción personal y por empirismo puro, supe que unos buenos chillidos (alargados en modulación, frecuencia y volumen y en función de las urgencias), me procuraban placeres internos y externos. Era molesta, pestilente y sucia esa parte blanduzca de mí que nunca quise. Hoy, sigo sin quererla.

Ella, mi madre, me decía que era un niño guapísimo… ¿o era guapésimo? Ya no me acuerdo... ¡han pasado tantos años!  Pero algo me decía, estoy seguro.

Pronto, demasiado pronto, descubrí que la vida es pura contradicción.

Después de alguna trastada propia de elementos poco desarrollados (léase: niños), me acusaban, con razón y sin que la falta de madurez, es decir, del sentido de lo correcto que luego te imprimen a palos, de ser malo, malísimo. Ello, frecuentemente, venía acompañado de un intenso coloreado de rosa fucsia en las posaderas (recuerden que ya me habían marcado el sitio exacto del objetivo y que mis padres aprendieron perfectamente a un solo golpe de vista), saturadas de irradiaciones calóricas en toda la zona y aledaños.

Sin embargo, un rato más tarde, tras alguna gracieta, podía escuchar: ¡ay que te como!

Concedan que, para una mente sin curtir, que te apaleen y algo más tarde pretendan comerte no debe ser fácil de digerir (dicho sea de paso y traído a colación). Además, me resultaba incomprensible que pretendieran engullir algo tan malo. Chocante porque yo siempre hice ascos de lo que no me gustaba, pero ya sabemos que hay gente para todo y lo del libro de los gustos.

Tuve suerte de que nunca ejecutaran la amenaza. O puede que no.

Hoy sigo pensando lo mismo, sigo sin curtir y mi capacidad de comprensión, incluso, ha disminuido. La edad, supongo.

Continuará, algún día, porque esto es solo el principio.

Cuidaros.

6 comentarios:

Marcu dijo...

Existen 100 formas distintas de escribir su autobiografía. Y esta es otra. Distinta.
Si sus progenitores hubiesen cumplido su palabra de "comerle"...
algunos "anónimos" no tendrían que soportar sus "desvarios"

!!Qué placer leerle!!

Cordialidad para Vd.

Rafael Sarmiento dijo...

Pues fíjate que me siento identificado con esto que cuentas. Creo recordar que yo pasé por algo parecido y me relaja comprobar que no fui el único.

Saludos

EL PAPI MAGASE dijo...

No se puede tener mas arte y ahi lo dejo,un abrazo hermano.

Tántalo dijo...

La mejor frase de mi madre en la playa ahora que estamos en verano era:

"¡Niño, como te ajogues te mato!"

Encima...

José Luis Herrera dijo...

Magistral Sr. Maestro, yo de mayor quiero escribir como ud.
No sé si el miércoles nos veremos.
Un saludo.

Jose Manuel Ariza dijo...

Saludos.

Gracias a todos.

Este era un post de divertimento con el que pretendía reirme de mí mismo un rato.

Lo conseguí cuando, como suelo, lo leo, una vez terminado, en voz alta. Con eso consigo detectar fallos e intentar adivinar qué efecto posible puede producir en el lector.

Debo señalar que me a veces consigo las dos cosas. La mayoría, no. Pero eso no me desalienta.

D. Marcu, tengo unas ganas inmensas de conocerle para, cara a cara, decirle que exagera y que me regala elogios inmerecidos.

D. Ravesen, fino humor. Me reido un rato con lo suyo.

Papi... lo tuyo no cuenta porque nos queremos y con eso queda todo dicho.

D. Tántalo, antes de que emigre a tierra de futuro, no semeajogue, porfa. Debo reconocer que escuché ésa misma expresión alguna vez.

D. Pepeele, si insistes en llamarme maestro sin tener el título, tendré que acusarte de SEVILLISTA. Tú decides y me lo cuentas el miércoles.

Gracias. Deveras.

Cuidaros.