lunes, 4 de mayo de 2009

LA VENDIMIA -PRIMERA PARTE-

Saludos.

Hubo un tiempo en que pensaba que era capaz de llevar un negocio y me embarqué en ello. Era joven, ambicioso y tenía la fuerza necesaria, pero me faltaba algo y el negocio fracasó -como mas tarde volvería a fracasar otra nueva aventura, que sería la última-.

Durante un tiempo, poco por suerte, las cosas se me pusieron mal y tuve que recurrir a la imaginación para poder seguir comiendo. De las muchas opciones que se me presentaban, la que me pareció más rentable y rápida -necesitaba pagar deudas pendientes con cierta urgencia-, fue irme a la vendimia francesa.

Un amigo, que viajaba allí todos los años, nos animó a mi hermano y a mí y emprendimos la marcha. Debo confesar que nunca antes había trabajado en el campo. Mis trabajos anteriores habían sido administrativos, técnicos y manuales y por tanto, tenía un cierto recelo a lo que podría resultar como temporero agrícola. Pero acepté el reto.

Eran años de veintitrés horas de tren a Portbou, vagones que algunos momentos me hicieron recordar a los judíos alemanes y cientos de familias completas cargadas de bolsas, maletas y panes grandes como ollas.

Se unió a la comitiva otro chaval que iría con nosotros y al mismo patrón. Era también sevillano, estudiante y un poco fanfarrón.

También tiempos de pasaporte a Francia, de esperar horas a que un guardia desangelado, aburrido y monótono, te estampara un sello descolorido en una cualquiera de las hojas de aquella cartilla azul, de pastas duras y con aguila dorada en la portada.

Era mi primer pasaporte y lo había "sacado" porque firmamos un contrato con una empresa francesa que montaba centrales eléctricas. Estaban levantando una en Irán, el Irán del Sha de Persia, en la ciudad de Abadán.

Todo convenido: gran salario, dietas y otros conceptos, que nos hubieran situado en un nivel muy cómodo en la sociedad. Dos años deberíamos estar allí. Y tan solo a dos... días para partir, el Imán Jomeini, el barbudo talibán mahometano, logró espantar al Sha y quedarse con el país entero.

Por supuesto, nos comunicaron desde la central francesa que el contrato quedaba congelado y que al nuevo Irán no le agradaban los forasteros -y lo llevaron al extremo de ejecutar a varios de los trabajadores de la empresa-. No obstante, dijeron, tenían otra construcción en marcha, en Arabia Saudita, que nos ofrecían como alternativa.

Por supuesto, aceptamos. Y como estaba escrito -en el libro del profeta, supongo-, un mes antes de partir el sobrino del Rey Fahd da un golpe de estado, despide a su viejo tío y también se queda con el país entero, incluídos los pozos de petróleo.

Algo no iba bien. Una tercera propuesta fue trabajar en un kibutz israelita en momentos en que los tiros eran frecuentes entre judíos y palestinos, como casi toda la historia, que desechamos por amor a lo propio.

Y como ya no nos fiábamos de lo que el destino pudiera tenernos guardado, renunciamos a las aventuras extraterritoriales de largo alcance.

Tomamos, pues, el camino de Francia, a la vendimia, que estaba mucho más cerca.

Haber estudiado algo de francés en el colegio me predisponía, iluso, a entenderme con los galos, pero para mi sorpresa, el patrón, un tipo cuadrado y con un bigote divisable a trescientos metros, hablaba un español/andaluz/afrancesado de mondarse de risa. Se conocía todos los tacos -en ésa jerga- imaginables y no se cortaba un pelo en soltarlos a la menor ocasión.

Por suerte para nosotros, nos habían dispuesto una especie de dormitorio ubicado al fondo del garaje de los tractores, separado por un tabique, con un baño y una cocinilla. La familia dormía en el piso superior de la casa. Cuando comenzamos a hacer amigos entre los demás trabajadores españoles dispersos por el pueblo, comprobamos que teníamos, con diferencia, el mejor alojamiento.

El equipo los formábamos los cuatro españoles, el patrón Bernard, la patrona Simone, el hijo del patrón Alain y la señora del hijo del patrón, Dominique y el otro hijo Fernand, grande y poderoso jugador de rugby.

El primer día acabamos rendidos y con los riñones hechos puré, pero lo superamos bien. El segundo fué peor, pero también le echamos arrestos y nos ganamos el salario. Y a partir del tercero, ya éramos "profesionales recolectores de uvas francesas". De primer orden.

La idea era formar tres equipos de dos que atacaban las hileras de vides por ambos lados. Otros dos, por turnos, acarreaban los cubos -paniers- hasta el tractorcito con remolque que conducía, cómodamente instalado, el monsieur Bernard y que se desplazaba entre las filas de cepas.

Cuando te tocaba panier, la cosa iba bien. Pero para cortar la uva, nos proveyó Bernard de unas tijeras de podar, ciseaux, que cortaban los dedos con una facilidad pasmosa. No resultó extraño que todo el tiempo, incluso cuando ya tenía la práctica necesaria y fruto del sufrimiento, vendimiara con los dátiles reforzados de tiritas coloreadas de rojo.

Pues resulta que a pesar de nuestra inexperiencia y de los riñones triturados, siempre terminábamos nuestras hileras antes que los nativos. Las dos parejas españolas -que pronto quedó en trío porque el amigo fanfarrón sevillano no soportó el esfuerzo y pidió la cuenta-, teníamos tiempo para, llegados al final, fumarnos un cigarrillo, comer unas almendras y esperar al resto.

En aquel pueblo, todos los campos de vides estaban rodeados de almendros y los frutos se pudrían en el suelo sin que nadie los cogiera.

También descubrí que las ardillas pueden pulular por los árboles, cerca de los humanos, sin que a éstos les parezcan, como me pareció a mí, una hermosa curiosidad desconocida hasta entonces. Y los animalitos no se espantaban ni huían despavoridos.

A una semana del inicio, fuí acortando el cigarrillo del final de hilera, apenas dos o tres caladas para matar el mono, y reemprendía el trabajo en sentido contrario a los que se acercaban. Como por casualidad, siempre me situaba en la de Dominique y pronto descubrí sus miradas de agradecimiento cuando coincidíamos en la última cepa.

Al terminar la jornada, volvíamos repartidos en un dos caballos y el remolque del tractorcito, sentados en el borde trasero y con las piernas colgando. Y Dominique -la "e" dicha con boca de "u" y hay que pronunciarla o le estarás diciendo Dominico-, se sentaba a mi lado y bromeaba conmigo.

Era una chica rubia, ojos claros y buenas formas. Al rpincipio me pareció un poco distante, pero luego...

Yo solía coger una ramita y me la ponía en la boca y Dominique, jugueteando, trataba de quitármela no sin muchísimos apuros por mi parte ya que Alain, unos metros más atrás, conducía el dos caballos y nos veía perfectamente. No era un jugueteo inocente y ambos lo sabíamos.

Llegamos a saberlo del todo unos días más tarde, en la cochera de los tractores, Alain durmiendo arriba y mi hermano y nuestro amigo, al lado, al fondo, detrás del tabique.

Nuestro amigo, llamémosle Pepe, era un poco brutillo y a pesar de que llevaba varios años viajando cada septiembre a Francia, su dominio del idioma era más que escaso.

En aquella zona no había discotecas fijas y solo los fines de semana se montaba una móvil que congregaba a un par de cientos de chavalería, tanto nativa como visitante. Eran los tiempos de los bombazos de Dire Street. Una noche, intentando "ligar" con unas chicas francesas, mi hermano y yo tratando de superar las distancias con nuestro paupérrimo francés, llegamos a entendernos medianamente. Pepe, un poco excluído porque no se enteraba de nada, levantaba la voz a medida que la comunicación se enrarecía. Llegado un momento y como una de las chicas no lograba descifrar el mensaje, Pepe, ni corto ni peresozo, le espetó casi gritando:

-¿Me ecutas o no me ecutas?.

Continuará.

Cuidaros.

7 comentarios:

Unknown dijo...

Ea, ya pasé mi rato de lectura diaria, y que mejor para hacerlo que leyendo a mi hermano José.

Si te digo la verdad, no soy muy devoto de la lectura, me da mucha pereza ensimismarme en un tema, entre otras cosas porque antes de leerlo suelo mirar el espacio que ocupa y a veces me desmoraliza.
Pero José, desde que me lancé en la aventura de leerte la primera vez, descubrí porque los aficionados a la lectura dicen que los libro enganchan, joder..acabas de contar una historia de la que no me quería salir, tiene de todo...nostalgia,juventud,fracaso,erotismo..en fin, tiene lo que imagino debe de tener un buen libro, el poder de atrapar. No me tardes mucho en seguir con la historia.

Un abrazo Spiros.

EL PAPI MAGASE dijo...

gracias por tus regalos narrados,continuaré leyendote hermano,un abrazo.

Vademécum Sevillista dijo...

¿para cuando un libro de relatos cortos? Menos mal que antes de abrir mi blog no conocía el tuyo, que si no, no me hubiera atrevido.
Me declaro fan incondicional.

A. Ramírez dijo...

Que continue pronto por favor.

Rafael Sarmiento dijo...

¡Qué grande! ¿Pues no que haces que la vendimia parezca algo divertido?

No tardes mucho en continuar con la historia

Un saludo

cornelio dijo...

Espero que esto siga.

Precioso relato.

Me da que aprendiste a jugar la rugby con Fernand ¿o pasará otra cosa?

cornelio dijo...

Espero que continúe pronto.

Magnífico relato.

Me da que aprendiste a jugar al rugby con Fernand ¿o pasó otra cosa?